Cultura
OBRAS DE MISERICORDIA

Apologia pro vita sua, de John Henry Newman

John Henry Newman (1801-1890) escribió este libro clásico, el más famoso de los que dio a la imprenta, en respuesta a las críticas que recibió tras su conversión al catolicismo en 1845, un hecho trascendental que consternó a la sociedad inglesa por la relevancia del converso y su indudable calibre intelectual.

Un artículo del clérigo y escritor Charles Kingsley había atacado -no sin dureza- la sinceridad y la probidad intelectual de Newman en su tránsito a Roma. Y el futuro cardenal se sintió obligado a responder. "Debo dar la clave verdadera de toda mi vida...Trazar hasta donde se pueda la historia de mi mente", escribió en el comienzo de Apologia pro vita sua, publicado en 1864.

El libro es, por lo tanto, una autobiografía, pero una autobiografía espiritual, intelectual. Con una precisión poco común que algunos han calificado de "misteriosa", Newman vuelve atrás en el tiempo para examinar paso a paso su formación religiosa y las lecturas, experiencias y amistades que la forjaron y modelaron.

Ordenado sacerdote por la iglesia de Inglaterra en 1825, y designado párroco tres años después en la iglesia universitaria de Santa María en Oxford (su alma mater, por la que siempre guardaría un recuerdo entrañable), Newman se embarcó durante la década de 1830 en un proceso de lecturas en busca de los fundamentos más remotos de las enseñanzas del anglicanismo, al que veía como una de las tres grandes ramas de la iglesia cristiana, después de la católica y la ortodoxa.

Junto con otros religiosos y eruditos (John Keble, Edward Pusey, Hurrell Froude), Newman fue uno de los principales críticos de la deriva liberal de la iglesia anglicana y un propulsor del regreso a la tradición católica, pero sin proponer conversiones a Roma. Esa corriente, que llegó a conocerse como el Movimiento de Oxford, se expresaba a través de "tratados", varios de los cuales fueron redactados por Newman.

Si la "catolicidad" era el punto fuerte de los "papistas", los anglicanos creían ampararse en el argumento de "antigüedad", la idea de que su iglesia era verdadera porque se vinculaba con aquella fuente que luego habría sido adulterada por el dogma romano. Newman adhería a esa posición. Pero no por mucho tiempo. En la Apologia cuenta en detalle cómo lo que había comenzado con una serena indagación personal en las bases del anglicanismo, se transformó pronto en algo muy diferente. Sus abundantes lecturas de los Padres de la Iglesia fueron minando el convencimiento de que su iglesia era una "vía media" entre católicos y protestantes.

Al estudiar la herejía monofisita de mediados del siglo V descubrió que Roma sostenía entonces lo mismo que sostendría trece siglos más tarde, sin añadidos posteriores, y notó que los herejes eran los protestantes. Escribió: "El drama de la religión, y el combate entre la verdad y el error, fueron siempre los mismos. Los principios y procesos de la Iglesia de hoy eran los de la Iglesia de entonces; los principios y los procesos de los herejes de entonces, son los de los protestantes de hoy".

Años después hubo de toparse con la misma situación mientras traducía obras de San Atanasio. Al revisar la controversia arriana (mediados del siglo IV) comprobó que "los arrianos puros eran los protestantes; los semi-arrianos eran los anglicanos, y Roma era ahora lo que había sido". La verdad de ningún modo estaba en la "vía media".

Las dudas de Newman sobre los fundamentos del anglicanismo se acrecentaban. En 1841 publicó el Tratado 90 en el que estudiaba los 39 artículos del credo de la iglesia de Inglaterra. El trabajo arrojó otra sorpresa. Permitió verificar que los artículos -y los libros de homilías en los que se basaban- no atacaban las enseñanzas católicas de los primeros siglos, ni los dogmas de Roma sino "los errores dominantes, las corrupciones populares autorizadas o soportadas por el nombre elevado de Roma".

La conclusión de que la doctrina anglicana podía estar más cerca de Roma que del protestantismo fue recibida con una "tormenta universal de indignación" en los círculos político-religiosos de Inglaterra. Las autoridades de Oxford censuraron el tratado polémico y exigieron el cese de las publicaciones de ese tipo. Newman fue considerado un traidor y decidió renunciar como párroco de Santa María. A partir de 1843, pidió la reducción al estado laico y permaneció así por dos años, mientras meditaba en la conversión que ya no podía postergar.

En ese tiempo escribió otro de sus grandes libros, el Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, que lo comenzó siendo anglicano y lo culminó ya católico. El 9 de octubre de 1845, al final de un camino angustioso y valiente que no estaría libre de nuevos pesares, fue recibido en la Iglesia por el padre Domenico Barberi. Tenía 44 años, la mitad de los que llegaría a vivir.

Quien ha sido definido como una de las mejores mentes que produjo Inglaterra fue también uno de los grandes estilistas de su lengua, breve y preciso en las semblanzas de personas (en la Apologia hay muchas y muy emotivas), y más expansivo y alambicado en las discusiones teológicas o filosóficas, para las que se encontraba especialmente dotado. Hombre tímido, en extremo delicado y susceptible, las injustas acusaciones que recibió tras su conversión tuvieron un claro sentido providencial: fueron la excusa que lo impulsó a vindicarse con un libro en el que exhibe el llamativo rigor de su busca de la verdad última. "Mientras cuenta la historia -escribió el P. Martin D"Arcy, S.J.-, vemos la extrema delicadeza de su mente, su hábito de barajar muchos pensamientos, el constante examen ante el tribunal de la conciencia y su horror frente a la falsedad".

En las páginas de la Apologia pro vita sua, el cardenal John Henry Newman, desde hoy elevado a los altares, se dejó guiar venturosamente por el mismo principio que lo orientó toda la vida, y que pidió fuera grabado en su epitafio: "De las sombras y las imágenes a la Verdad".