El mundo
LA MIRADA GLOBAL

Anthony Blinken, un reconocido cosmopolita

La política exterior norteamericana en el inicio del mandato presidencial de Joe Biden ha quedado en manos de un reconocido cosmopolita, Antony Blinken, que desde hace ya dos décadas asesora a Joe Biden en esa materia. Un hombre de experiencia y buena formación, que fuera el número dos del Departamento de Estado desde el 2015 al 2017, durante la presidencia de Barack Obama. Blinken creció en Paris durante su niñez y su adolescencia. Por ello, algunos lo llaman el afrancesado, desde que posee un manejo del idioma francés absolutamente impecable, lo que hasta le permitió ejercer su profesión por algún tiempo en Paris, con toda soltura y eficacia.    

Tiene 58 años de edad y fue asesor de seguridad nacional de Joe Biden cuando éste fuera vicepresidente de Barack Obama. Es obvio que tienen cercanía personal y que se conocen muy bien. Blinken es abiertamente partidario del multilateralismo, y seguramente se empeñará -con intensidad- en sacar a los EEUU del perfil aislacionista en el que, insólitamente, lo empantanara Donald Trump.

En materia migratoria, Blinken se ha pronunciado por la urgencia de asistir económicamente tanto a Honduras, como a Guatemala y El Salvador, de modo de permitirles crear empleo y disminuir la ansiedad por emigrar de muchos jóvenes que siempre genera la lamentable situación de estar constantemente sumergidos en la pobreza. Ella es probablemente la manera más eficiente de disuadir a muchos a abandonar su propia tierra. Ojalá pueda cumplir en este difícil tema con sus objetivos básicos, cuando la fuerte presión migratoria centroamericana ha vuelto a crecer muy intensamente, apuntando, como siempre, a vivir en los EEUU.

Los dos Estados

Respecto de Medio Oriente, Antony Blinken estaría sugiriendo reflotar la alternativa de los dos Estados, que muchos creían definitivamente muerta y enterrada. Para ello deberá conseguir el apoyo de la Autoridad Palestina, que en los últimos tiempos ha estado notoriamente distanciada de Donald Trump, en el que veían un fuerte “sesgo” pro-israelí que, creían, le quitaba toda posibilidad de actuar con la necesaria imparcialidad.

En cuanto a nuestra región, Blinken ha recomendado mantener el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Y redirigir el impacto de las sanciones económicas, de modo de que ellas no generen innecesarios costos en el plano humanitario. Pero ha mostrado, sin embates, su propia posición personal, calificando a Nicolás Maduro de “dictador brutal”, lo que es ya indiscutible, gracias a la notable labor de investigación de la realidad venezolana por parte de la ex presidente de Chile, Michelle Bachelet, realizada desde las estructuras de las Naciones Unidas. 

El objetivo de Biden es el de “restaurar” la democracia venezolana fundamentalmente “a través de elecciones libres y justas”. A lo que ha agregado, con justeza, la necesidad de auxiliar a los países que son los vecinos inmediatos de Venezuela, que son ahora el refugio generoso que se ha abierto para asistir a millones de entristecidos expatriados venezolanos, que se han negado y aún se niegan, a tener que vivir sin gozar de sus libertades personales, ni de sus derechos humanos fundamentales. 

Cuba y Venezuela probablemente seguirán estando entonces, según queda visto, en la agenda corta de paz y seguridad regional de Antony Blinken. Sin cambios dramáticos de fondo.

Respecto de Irán, la idea de la nueva administración parece ser la de regresar al acuerdo nuclear del 2015, abandonado unilateralmente por Donald Trump, en el 2018. Sus alcances presumiblemente serán objeto de un nuevo y cuidadoso análisis, para tratar de incluir ahora no sólo a las armas nucleares en sí mismas, sino también a los peligrosos misiles de largo alcance que han sido ya desarrollados por los militares iraníes. Lo que no será tarea fácil.

Hay un capítulo en la relación con nuestra región en el que los norteamericanos han fracasado rotundamente: el de la presión migratoria centroamericana. Joe Biden ha prometido rescribirlo. Dejando de lado la notoria crueldad que evidenció su predecesor en ésta por demás compleja cuestión.

Pero hoy hay algunos factores no siempre tenidos en cuenta, que lo ayudarán, muy posiblemente. Entre ellos, la circunstancia -no menor- de que el crecimiento de la población norteamericana es hoy el más bajo desde el censo de 1790. 
Más bajo aún que en los tiempos de la Gran Depresión. Y que en el 2010. La población norteamericana menor de 18 años ha caído en más de un millón de jóvenes, de ambos sexos. Lo que obviamente acelera el preocupante proceso de “envejecimiento” de la población del país del norte, en su conjunto.  Hoy hay unos once millones inmigrantes “ilegales” que residen en los EEUU, que esperan con ansiedad y renovada esperanza la aparición de una solución para su difícil situación actual. Muchos de ellos están enrolados en labores en sectores bien identificados, como: el sector rural, las comunicaciones, el transporte y los restaurantes. El proceso administrativo que se ha previsto llevará, sin embargo, al menos unos ocho años para poder completarse ordenadamente.

Los cambios políticos de rumbo serán bien evidentes. Como ha sucedido ya con la rápida paralización de la construcción del muro que Donald Trump empujara en la frontera sur de su país y con la prohibición absoluta de ingreso a los EEUU de las personas procedentes de una listado de países musulmanes. Así como con la agresiva política de Donald Trump en materia de deportación de los inmigrantes ilegales.

Si se trata de identificar una urgencia realmente crucial para los Estados Unidos cuando se inicia el mandato presidencial de Joe Biden, ella es incuestionablemente, al menos en mi modesta opinión, la de unir y reconciliar a un país que hoy aparece como profundamente dividido, hasta en la misma definición del papel que hoy le toca jugar en el mundo. 

Por ello, no puede afirmarse que, en materia de política exterior, todo lo hecho por Donald Trump está irremediablemente mal, razón por la cual debe deshacerse y repudiarse enseguida. Particularmente cuando el mundo entero, preocupado, observa lo que, para muchos, es el esperado regreso a la normalidad en el país del norte.

La pulseada con China

Los pasos a concretarse deben tomar conciencia de que los Estados Unidos están inmersos en una pulseada con China por alcanzar la hegemonía política en el mundo. Con dos modelos y propuestas bien distintos. El de China, abiertamente autocrático. El de los Estados Unidos, democrático. La diferencia entre ambos no puede minimizarse. En juego está nada menos que la preservación de las libertades personales. Para todos por igual.

Trump, pese a debilitar enormemente la credibilidad de su país, no consumó, por ejemplo, su anuncio de que las tropas de su país abandonarían Irak. A pesar de la presión creciente de la belicosa Irán, que aspira ser la potencia regional. Aún hay 2.500 soldados norteamericanos en Irak, pese al costo y los riesgos que ello significa. Y los B-52 norteamericanos patrullan los cielos iraquíes y los aledaños, sin pausa. 
Algo parecido sucede en Afganistán, donde aún hay que asegurar definitivamente la paz. En el 2011, Joe Biden insistía en que se debía salir rápido de Afganistán, lo que no se hizo, evitando presumiblemente males mayores.
 

Y no se aceptó tampoco que China cerrara amenazadoramente a la navegación del mundo el conflictivo Mar del Sur de China, evitándose así que se consumara una peligrosa amenaza a la libertad internacional de navegación, que ciertamente no ha desaparecido en modo alguno. Por todo ello, no luce prudente precipitarse necesariamente a cambiar apresuradamente el actual status quo del mundo que, pese a no ser lo ideal, ha podido evitar las confrontaciones armadas que de otra manera seguramente se habrían producido. 

Los EEUU están empeñados en otra Guerra Fría, esta vez con China, esencialmente. Y los cambios repentinos de rumbo deben ser moderados o evitados con el pragmatismo que en cada caso corresponda. Un andar sereno y pausado parece preferible a precipitarse a corregir el dañino desorden que provocó el andar aislacionista de un Donald Trump que, le guste o no, ya es historia.