El pintor tradicionalista Carlos Montefusco se ha dedicado desde hace treinta años a retratar la vida del gaucho y de nuestro campo con buen arte y mejor espíritu, algo que se aprecia en sus obras, en las que resalta la delicadeza del detalle, la recreación de atmósferas, el humor y, sobre todo, una belleza que ya no es frecuente encontrar en el circuito artístico.
Conocido, sobre todo, por unas ilustraciones sobre el Martín Fierro que realizó con una estética semejante a la de Florencio Molina Campos para una edición en fascículos publicada hace diez años, la obra de Montefusco (Avellaneda, 1964) puede contemplarse en estos días en el Museo Las Lilas de San Antonio de Areco, donde una exposición celebra sus treinta años con la pintura.
La muestra, curada por Marcos Bledel y que puede visitarse hasta fin de año, reúne en total cuarenta obras del artista realizadas en diferentes épocas, la mayoría de las cuales son pinturas en acrílico sobre madera, aunque también hay óleos y témperas, y dos esculturas: un caballo y una cabeza de un paisano inspirada en don Segundo Sombra, que están recubiertas en bronce, según explica a La Prensa vía zoom desde el pueblo de Cruz Alta, Córdoba, donde ahora vive.
En todos los casos se trata de expresivas estampas del hombre de campo y sus faenas, como así también del paisaje, que parecen transmitir cierta melancolía. En la muestra pueden encontrarse dos originales de aquel Martín Fierro en fascículos que publicó el diario La Nación, la colección de doce años de los Almanaques de Arandu, una revista Dinámica Rural con sus ilustraciones y una rastra que el artista diseñó junto al maestro platero Daniel Escasany.
También se puede ver un ejemplar del libro Brochero: arreando almas al cielo, con textos e ilustraciones de Montefusco, y un ejemplar de Bichos de Campo, de Raúl Carman, con ilustraciones del artista.
Algunas de las pinturas exhibidas son El último gaucho, Llegando a dos naciones, Mate dulce, Vea don Ricardo y Venteando.
Además, hay dos obras que fueron usadas para los afiches promocionales de la muestra, Lo llama el patrón y Aprendices. Esta última y Asau y Puchero son dos pinturas que representan escenas cotidianas de la vida de los tehuelches en la Patagonia y que compuso con el asesoramiento del paleontólogo y antropólogo Rodolfo Casamiquela, con quien forjó una amistad.
Entre sus trabajos se cuentan escenas gauchescas -de ordeñe, tropillas, mateadas-, aunque también hay una serie sobre un marino y explorador inglés, George Musters, que trabó contacto con familias de tehuelches; un retrato de San Martín y hasta un intento por recrear la fauna del pleistoceno, una afición que pocos conocen.
“Cumplidor el Malevo” es una de las obras que refleja el gran poder de observación del artista y el amoroso cuidado con que recrea cada detalle del paisaje.
INSPIRACION
“San Martín es uno de nuestros grandes ejemplos. A veces se dice que los jóvenes están medio desairados y desilusionados por su país. Y nosotros hemos parido gente muy grande. Pienso en Manuel Belgrano, que es un padre de la patria a la par de San Martín. Y pienso en Güemes. Me motiva recuperar los rostros, darles vida”, asegura.
Sobre la fuente de su inspiración, Montefusco comenta que el Martín Fierro, que dice haber leído “muy jovencito”, cuando “tenía 16 o 17 años”, le sugiere con sus estrofas los títulos y las imágenes de los cuadros. “Pero después -agrega-, al recorrer el campo como ingeniero zootecnista, con lo que me lancé al mundo laboral, pude hacer mis propias experiencias. Y de esas anécdotas, de las cosas que veo, empecé a conocer más en profundidad no sólo a la gente sino también al paisaje”.
Admirador de las plantas y los animales desde siempre, dice que encontró “una pasión en transmitir qué era nuestra flora y nuestra fauna nativa”.
Su obra transita por la senda de otros pintores costumbristas, como el ya mencionado Florencio Molina Campos, Eleodoro Marenco, Rodolfo Ramos, Francisco Madero Marenco, y “también los del siglo XIX, que fueron los que documentaron nuestro pasado y nuestros orígenes como nación”, afirma el pintor, quien agrega que de todos ellos se “alimenta”.
Por ejemplo, al observar la obra de esos costumbristas, a los que considera los “primeros documentalistas”, se detiene en “los detalles de la vestimenta, la postura de los personajes y hasta el tipo de caballos que existía, o el paisaje”, reconoce. Pero además se nutre “de todos los escritos que han dejado los viajeros, los naturalistas, los militares y también de la misma literatura: del Martín Fierro, del Santos Vega o, mucho después, del último gauchesco que sería Güiraldes”, admite.
SIN GALERIAS
Montefusco lamenta que “para el arte costumbrista haya cada vez menos galerías de arte disponibles”.
“El gran problema que tenemos quienes nos dedicamos a esto –asegura- es que en las galerías se prefiere el arte moderno, las instalaciones, el arte conceptual. Quedan muy pocos espacios para nosotros. Y existimos porque el público está ávido y nos apoya. Si no, no estaríamos. Son esas cosas del mercado del arte que se manejan de esa manera. Y deciden qué se ve y qué no se ve”.
“Es un tema que va de la mano con el intento de ocultar al gaucho. Muchas veces escucho formadores de opinión en los medios de comunicación diciendo: “¿Y qué es un gaucho?”. Como si se hablara de algo muy lejano. Pero mucha gente en la Argentina tiene antepasados que han sido gauchos. Y actualmente existen también. Si se quiere, se puede hablar de paisanos, porque ya no usan chiripá. Ni pueden cabalgar días enteros sin encontrar un alambre. Ahora todo está parcelado. Pero ¿por qué no habrían de ser gauchos? Si siguen viviendo de una manera similar y siguen trabajando con hacienda o con lanares. Y, sobre todo, son conocedores del manejo del caballo que es, básicamente, lo que define a un gaucho”.
A Montefusco la comparación con Molina Campos no le molesta, sino que lo enorgullece. “Don Florencio logró insertar el tema del gaucho en la población argentina. No sólo en el ámbito rural, sino también en la ciudad. Y lo hizo de una manera amistosa y agradable. Y eso es lo que a mí me cautivó desde el comienzo”, destaca.
“A Molina Campos lo descubrí tarde -confiesa-, porque en mi casa no teníamos acceso a los famosos almanaques con sus ilustraciones. Lo conocí a través de la revista Anteojito, que mi padre me traía los jueves cuando venía de trabajo. Desde entonces me ha inspirado”, explica.
Pero antes, incluso, de conocer a ese artista que lo inspiraría, su interés por la flora y por la fauna lo llevó a explorar con imágenes que remiten a las fábulas.
“Recuerdo todavía -dice, al respecto- cómo me impactó un libro de fábulas del escritor español Félix María Samaniego que me habían dado en la escuela primaria y que traía ilustraciones de un artista inglés cuyo nombre ya no recuerdo, porque yo era muy pequeño entonces. Me impresionaron las caricaturas de animales, que respetaban la anatomía del animal, pero con una expresión humana. A partir de ahí empecé a copiar, a dibujar, y a sacar mi propio estilo sobre los animales”, apunta. “En esta muestra de Areco hay un cuadro que es bastante reciente, inspirado en una letra del guitarrista, compositor y payador pampeano Saúl Huenchul, donde cuento una historia imaginaria en la que hay un peludo tramposo que juega a los dados y le hace trampa a un zorrino. Lo ambienté en un almacén de campo patagónico y le agregué otros animales que también figuran en la letra. Me divertí mucho. Fue un experimento para ver si gustaba y a la gente le gustó mucho”, comenta.
CUADROS CON HISTORIA
Más recientemente, el deseo de difundir la tradición lo llevó a crear unos videos muy cortos inspirados en sus obras, a los que tituló “cuadros con historia”. Se trata de relatos muy cálidos que el propio artista va leyendo, con la lenta cadencia de su voz acompañada de un punteo de guitarra, mientras la cámara recorre la pintura en cuestión.
Así sucede con “Cumplidor el Malevo”, una obra y un relato que giran en torno al perro de un puestero, el “Negro Ledesma”. Un cuadro que refleja el gran poder de observación del artista y el amoroso cuidado con que recrea cada detalle del paisaje, incluida la helada del campo que se irá evaporando con las primeras luces del día.
Gran parte de los trabajos de Montefusco reproducen escenas gauchescas, de ordeñe, tropillas o mateadas, como en esta pintura, titulada “Vea don Ricardo”.
“Los cuadros con historia nacieron porque hace años me propuse difundir estas cosas que amo del campo en la ciudad. Y me pregunté ¿cómo lo hago? Porque la gente, cuando no conoce, no ama. Me dije que, si lograba mostrar lo que a mí me cautivaba, con esa poesía sencilla que me sale a mí, podía llegar a atrapar a alguien”, rememora.
Su intención es contar lo que imagina, algo que en general es apreciado, aunque cierta vez le deparó una experiencia amarga. “Ocurrió en cierta oportunidad en que iba a exponer en Nueva York. Un agregado cultural del consulado argentino decidió que no me iba a apoyar para nada. No hizo invitaciones y finalmente nadie vio la muestra. Y luego me dijo que lo había hecho a propósito, porque me consideraba un fascista que quería imponer un mensaje a la gente. Me dijo que lo mío tenía que desaparecer. Dedíquese a otra cosa, me dijo. Eso fue hace 30 años. Claro que no le hice caso”, sonríe.
Montefusco, que comenzó a dibujar desde muy pequeño, se define “en cierta manera” como “un caricaturista”, aunque aclara que su dibujo y su pintura “es realista”.
Sobre su rutina, cuenta que empieza “con un boceto, bien acabado, de lo que voy a hacer. Cuando estoy convencido lo paso a la base, que es una tela o madera, y después trabajo de acuerdo con las necesidades y la inspiración”.
“Para pintar necesito paz, un poco de tranquilidad, que permite que uno pueda recordar, pensar y recrear. Porque en realidad nosotros recreamos a partir de la creación. El que nos dio el punto inicial fue el mismo Creador. Yo me baso en todo lo que veo, sobre todo, en la naturaleza. Intento transmitir eso”, explica.
LA MUESTRA
La muestra que se presenta en estos días en San Antonio de Areco lleva por subtítulo “Alumbrando las tradiciones”, porque la motivación de Montefusco es “acercar la vida rural, nuestros orígenes, a la gente de la ciudad”.
Respecto de por qué tomó como una causa personal transmitir la tradición, responde que “dependen todas las cosas de conocer la cultura, nuestro origen o saber quiénes somos”.
“Para dar un ejemplo sencillo –dice-, es lo que pasa en el ámbito familiar. Uno, si tiene una solidez espiritual y mental, es porque viene de una familia, porque tuvo dos padres que lo han criado, porque tiene unos hermanos con los cuales se ha ido desarrollando. La familia educa y contiene. Así pasa con una nación. Un pueblo es como una gran familia. Mi padre siempre me decía: la patria es tu gran familia”.
“Si uno se desconecta de su raíz, está como un barco sin ancla, sin puerto. A la deriva en medio de la tormenta. Cuando aparecen los problemas, uno no sabe cómo resolverlos porque no tuvo ejemplos de vida que lo inspiraran. Entre todas esas referencias, en primer lugar está Dios”, subraya.
BELLEZA TIMIDA
¿Qué es la belleza para Montefusco? “Dicen que todo lo bueno viene de Dios. Y la belleza es algo bueno. Así que eso nos conecta con el Creador. De una forma agradecida, porque una flor, un colibrí, un caballo que galopa con la caricia del viento son todas imágenes bellas. Y nos llenan el alma. Nos dan alegría. Es el efecto que produce contemplar el mar o un atardecer. Creo que cualquiera lo puede entender”, expresa.
“El artista lo que quiere hacer, cuando busca la belleza, es transmitir de alguna manera eso. El artista tiene el don que recibe de Dios de poder recrear, de poder observar todas esas cosas, digerirlas de alguna manera y transmitirlas a sus congéneres, a sus amigos, a su sociedad. Es como un embajador de la belleza”, prosigue.
Montefusco responde que “hoy se está perdiendo la capacidad de apreciar la belleza. Quedan lugares de resistencia. Pero la gente está apabullada por todo lo que recibe cotidianamente a través de los medios, de la velocidad en que se vive”.
“Si usted quiere conectarse con Dios, si quiere orar, necesita silencio. Para ver la belleza de la creación también necesita silencio. Si no, se pierden los detalles”, opina.
“Para disfrutar de la compañía de algún viejo sabio del campo, mates por medio, se necesita paz, silencio y dedicarle un rato. Si uno llega al rancho de ese hombre y dice, estoy apurado, don Ramón, ya me tengo que ir, pero dígame, ¿qué le pasa?, y lo escucha apurado, se sube a la camioneta y se va, ¿dónde queda ese momento de intimidad donde uno puede compartir?”, se pregunta.
“Mirar a los ojos, escuchar los silencios, eso se perdió. Entonces, ya no se puede captar la belleza. La belleza es tímida. La belleza es silencio. La belleza nos tiene que invadir, no nosotros a ella. Cuando uno quiere disfrutar de la naturaleza hay que pasar varios días en ese lugar. No sirve ir con un guía de turismo, y a las corridas, en un micro”, añade.
“Si se trata de conocer a las vacas del rodeo, el que mejor las conoce es el puestero, que va todos los días y las recorre. Las conoce una por una. La gente se asombra de eso, pero es natural”, remarca.
TRAYECTORIA
Sobre cómo un ingeniero zootecnista llegó a convertirse en pintor, Montefusco destaca que siempre quiso dibujar. “Era algo que naturalmente hacía en los ratos libres. Era una pasión. Desde muy niño. Pero a la vez también me encantaba la naturaleza. Tanto mis abuelos como mis padres me acercaron al mundo natural, a la huerta, al gallinero, a ver las aves que venían al jardín”, cuenta.
“Mi necesidad de irme al campo fue desde siempre. Elegí una carrera que consideré que me iba a llevar a ese mundo y estudié para ser ingeniero zootecnista. Empecé a trabajar, me contrataron en un campo en el sur de Córdoba. Después me instalé en la Cuenca del Salado, en Provincia de Buenos Aires. Y cuando sobrevinieron las inundaciones de los años ‘90 en esa zona, el perjuicio para los profesionales del campo, y para los productores, fue grande. En ese momento fue cuando conocí a Gustavo Solari, un pintor costumbrista”, rememora.
Para entonces, las ilustraciones de Montefusco ya tenían algo de circulación, porque aparecían en la revista Dinámica Rural.
“Empecé con el ambiente gráfico en el ‘87 u ‘88, cuando todavía estudiaba en la Facultad de Ciencias Agrarias y necesitaba trabajar para cubrir mis gastos. Entonces vivía todavía con mis padres y necesitaba independizarme. Me presenté en la redacción y al jefe de redacción le encantaron mis dibujos. Me contrataron y ahí empecé. Después pasé a ilustrar la revista Campo y Tecnología del Inta”, señala.
Pero el encuentro con Solari, en el ‘93, le cambiaría la vida. “Él tenía una chacra con caballos. Me dijo que lo que yo hacía era muy bueno, que fuera a trabajar con él, y después me propuso exponer con él. Armó una muestra con Julián Althabe, que también ya era reconocido. En esa exposición descubrí que podía vender mi trabajo”, confiesa, en alusión a una muestra organizada en la ciudad de Tandil.
Se trasladó a esa ciudad y vivió allí durante “muchos años”, un período en el que siguió incursionando cada vez más en el arte. “Después empecé a exponer. Al año siguiente, en Buenos Aires, en la Galería del Socorro, y de ahí no paré. De a poco fui dejando mi oficio de ingeniero zootecnista y seguí en contacto con el campo, pero de otra manera”, afirma.
En el ‘94 Montefusco hizo la primera muestra individual, un acontecimiento del que hoy se cumplen 30 años, que es lo que evoca la presente exposición en Areco.
Con el tiempo llegó a exponer en Estados Unidos. Fue en 2009, en el Museo del Cowboy de Oklahoma. Y luego, en 2015, lo convocaron para ilustrar el Martín Fierro, algo que lo llenó de alegría. “Fue un sueño ilustrar esa obra que para mí es fundamental”, confiesa.