‘Un ballo in maschera’, ópera en tres actos, con texto de Antonio Somma, y música de Giuseppe Verdi. Con Ramón Vargas, Alessandra di Giorgio, Germán Alcántara, Guadalupe Barrientos, Oriana Favaro, Fernando Radó y Lucas Debevec Mayer.Iluminación: José Luis Fiorruccio. Escenografía: Enrique Bordolini. Vestuario: Stella Maris Müller y ‘régie’ de Rita Cosentino. Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Beatrice Venezi). El jueves 28, en el teatro Colón.
Lo primero que cabe señalar, es que por encima de los reparos que ‘Un ballo in maschera’ pueda haber merecido en el pasado (ausencia de unidad dramática, texto y trama deficientes, alternancias trágicas con otras risueñas), la música de Verdi se impone de manera soberana por sus magníficos despliegues melódicos, su inventiva y tensión, grandes fragmentos corales, la escritura vocal, la perfecta armonía y expresividad de su cautivante discurso.
Después de once años, el Colón volvió a ofrecer el jueves esta ópera que lo tiene todo, cabal arquetipo del melodrama itálico, en la última función de gran abono de la temporada lírica, y lo cierto es que con sus más y sus menos, la versión tuvo estilo, nervio, y atrayente nivel en todas sus facetas.
FIDELIDAD Y TRADICION
Estuvo en el podio Beatrice Venezi, quien acaba de ser contratada por el nuevo equipo directivo del coliseo de la calle Libertad como directora invitada (¿semi permanente?) de la Orquesta Estable. Algo cuestionada en su país por torcidas razones políticas, la habíamos conocido el año pasado (‘Turandot’), y podemos afirmar sin rodeos que en la tarea que le tocó ahora, la joven maestra de Lucca (34), además de brazo firme y seguridad en la concertación, y sin perjuicio de algunos excesos de volumen, se constituyó en uno de los artífices de los satisfactorios resultados de la velada. Su traducción, dentro de los cánones de la mejor tradición, lució ajuste, vigor, cuidados matices, así como también dinámica precisa y vivaz y elocuente apego a la cantilena verdiana.
En cuanto al palco escénico, nuestra compatriota Rita Cosentino (residente en España), plasmó una edición que no fue histórica, pero aún traída a tiempos más actuales se ciñó fielmente al meollo de la obra. Es cierto que hubo algún detalle incongruente (mucamos y mucamas bailando tontamente en el primer cuadro, la aparición de la bandera de Estados Unidos en el final). Pero paralelamente con ello, el trabajo teatral mostró una mano solvente, inteligente inventiva (los movimientos de masas y protagonistas en la última escena), al igual que articulaciones bien estudiadas.
José Luis Fiorruccio diseñó un logrado esquema lumínico, Stella Maris Müller trajes de armoniosa corrección, y Enrique Bordolini una escenografía esquemática, de aspiración intemporal, funcional al contexto en todas las secuencias menos en el acto del solitario campo de las ejecuciones.
EL CANTO
En el elenco de solistas vocales, descolló sin duda Guadalupe Barrientos (Ulrica) debido a la potencia, color y calidez de su canto. Excelente además en el ‘legato’ (el exquisito cantábile ‘Della città all’ocaso’), intensa, dominadora de su parte, la mezzo argentina, ubicada ya en un rango mayor a esta altura de su creciente carrera, mostró asimismo emisión franca y penetrante.
Por su lado otro connacional, Germán Alcántara (Renato), barítono formado en Londres, de actuación principalmente europea, además de una labor actoral propia del ‘grand-guignol’ exhibió registro recio y amplio (una sorpresa para el público local) rotundo, de apreciables armónicos, aunque un tanto rústico en los énfasis y la línea.
En su alegre personaje (Oscar), la soprano Oriana Favaro cumplió un correcto cometido, sin ir mucho más allá. Su colega italiana Alessandra di Giorgio (Amelia), sin poseer genuino metal lírico-spinto, mostró algunas incomodidades. Ello no obstante, debe destacarse que a favor de un registro bonito, homogéneo en toda la tesitura, se manejó con sólida técnica, flexibilidad y remarcables matices de fraseo, lo que fue especialmente notorio en ‘Ma dall’ arido stelo divulsa’, la comunicativa aria del segundo acto con suave acompañamiento de corno inglés y oboe.
Dueño de una relevante y exitosa trayectoria internacional, nos visitó nuevamente Ramón Vargas (Riccardo). Después de haber atravesado ciertos problemas que afectaron su garganta, encontramos al artista mejicano (64, radicado en Viena) sin duda disminuido en su órgano vocal. Pero a pesar de ello, de exhibir una obvia falta de fuerza dramática y de un inicio débil, pudo dar todas las notas y acreditar su antigua garra, culminando su desempeño, que fue de menor a mayor, con una vibrante exposición de ‘Ma se m’è forza perderti’, esa ardua romanza del último acto, con la cual no todos los tenores se atreven debido a sus dificultades de pasaje alto. El Coro estable, preparado por Miguel Fabián Martínez, volvió a desempeñarse con alta sincronización.
Calificación: muy bueno
FOTO: GENTILEZA ARNALDO COLOMBAROLI