Hola, mi nombre es Matthew… mis amigos me llaman Matty.
Y debería estar muerto
Matthew Perry
El sábado 28 de octubre un hombre joven de 54 años pero que decía haber vivido mucho fue encontrado sin vida en el jacuzzi de su casa. La causa de muerte presuntamente fue asfixia por inmersión. En principio, está descartada la hipótesis de la sobredosis de drogas, pero aún (al momento de escribir el artículo) faltan datos definitivos, estando al momento las pericias en curso, en particular, el análisis toxicológico. Se trataba de Matthew Perry, famoso en el mundo entero por su rol en la icónica “sitcom”, “Friends”.
Perry llevaba una lucha de varios años con diversos tipos de adicciones que salen a la luz para el gran público por su muerte, pero de las cuales él había venido hablando y así en alguna medida divulgando, en muchas oportunidades. Varias de sus entrevistas se pueden encontrar en las redes y hoy adquieren otra perspectiva. A su vez, el año pasado publicó su autobiografía “Amigos, amantes y la terrible gran cosa” (Friends, Lovers, and the Big Terrible Thing, Mc Millan 2022). También en declaraciones públicas y entrevistas habló extensamente sobre sus problemas, como por ejemplo su lucha contra las adicciones al alcohol o a los tristemente célebres “pain killers”, analgésicos, de los cuales ya hemos hablado en otras oportunidades. Las complicaciones extremas e inclusive la muerte por drogas, ya no ilícitas sino de prescripción médica, es un tema que ya ha sobrepasado a la ciencia médica y es difundida en los medios e inclusive forma parte de recientes series televisivas.
Su autobiografía comienza en el prólogo de una manera premonitoria:
“Hola, mi nombre es Matthew… mis amigos me llaman Matty. Y debería estar muerto.”
El prólogo que inicia de esta contundente manera enuncia el contenido del libro y los siguientes capítulos hablarán de su lucha contra las terribles y usualmente banalizadas adicciones, que generan tanto debate teórico, pero que en su autobiografía y su lamentable muerte muestra la crudeza de la vida de una persona que padece adicciones en el mundo real.
La idea de que debía estar muerto y que menciona varias veces en entrevistas o en su autobiografía venía de situaciones concretas, como haber estado conectado a un sistema de asistencia cardiorrespiratoria mecánica. Así lo relató en conversación con la revista People: “Me pusieron una máquina llamada ECMO (por extracorporeal membrane oxygenation, un sistema de oxigenación extracorpórea), que hace toda la respiración del corazón y los pulmones. Y eso se llama Ave María. Nadie sobrevive a eso. Esa noche colocaron a cinco personas en una máquina ECMO y las otras cuatro murieron y yo sobreviví”.
RIESGO DE VIDA
La experiencia en primera persona de la muerte, cosa que usualmente tratamos de evitar pensar, Perry la coloca en primer plano y ligada a sus adicciones de manera directa. Este tema en diversas políticas sobre adicciones en el mundo se suele negar como si la adicción fuese casi un fenómeno recreativo, con algunas dificultades, cuando en realidad es un riesgo de vida cierto y concreto.
Cuenta también que gastó millones de dólares en tratar de solucionar o encontrar un alivio a sus adicciones y que en ese contexto adictivo llegó a tomar hasta 55 pastillas de opiáceos para el dolor, hidrocodona (Vicodin) y luego también oxicodona (Oxycontin), tristemente célebre y popularizada en series recientes. Esos compuestos estuvieron y están relacionados con la muerte de millones de personas, entre ellos, famosos casos del mundo del espectáculo: Prince, Heath Ledger, Michael Jackson, o Elvis Presley, son solo algunos.
En medio de estas diversas adicciones a sustancias, mayormente de uso legal, es decir drogas de prescripción, también una que de alguna manera le hemos dado una cobertura glamorosa, en particular en la industria del entretenimiento, que ha hecho directamente propaganda de ella: el alcoholismo. En tantas películas los casos de intoxicaciones alcohólicas extremas se muestran, pero por alguna razón todos se recuperan al día siguiente solo con alguna pequeña resaca. Perry dice que al comienzo de Friends, a los 24 años, ya notó que el alcohol era un problema importante, no ya un juego juvenil. Nada nos dicen esas películas de las poliadicciones asociadas al alcohol o la cronicidad y sus consecuencias.
En su libro también refleja algo que lo acerca de la misma manera que las adicciones a algo que también vemos todos los días: los errores diagnósticos y sus consecuencias inmediatas, pero también mediatas y que luego serán una carga insoportable para el resto de la vida.
En una parte de su autobiografía cuenta algo que nos da una idea de dónde podría haber estado el origen de la Odisea que luego terminaría con su vida: “Nací el 19 de agosto de 1969, …Salí gritando y no paré de gritar. Era un niño con cólicos, mi estómago fue un problema desde el principio. Mis padres se estaban volviendo locos… me llevaron a un médico. Estamos en 1969, … (cómo se puede) entender que darle fenobarbital a un bebé que acaba de entrar en su segundo mes de respirar el aire de Dios es un enfoque ‘interesante’ (irónicamente) de la medicina pediátrica. Pero no era tan raro en la década de 1960 que los padres de un niño con cólicos sugirieran un barbitúrico importante. Algunos médicos mayores juraban por él, y con él: recetar un barbitúrico importante para un niño que apenas ha nacido y que no deja de llorar".
Más adelante dirá “todavía a los 50 no puedo dormir bien”. “Cuando lloraba me daban fenobarbital y la droga me dejaba knock out, lo que hacía que mi padre estallara en carcajadas. No estaba siendo cruel; los bebés drogados son divertidos”.
TRATAMIENTO ERRONEO
Lo que menciona es algo que hemos visto a lo largo de los años e ilustra de una manera brutal las modas terapéuticas y, en particular, los errores y apresuramientos diagnósticos.
El bebe que llora y no para de hacerlo, por cólicos, era recetado algunas veces con algún tipo de tranquilizante, o para plantearlo más claro, un depresor del sistema nervioso, en la época a la que se refiere muy habitualmente un anticonvulsivo, el fenobarbital.
El inconveniente de este mal abordaje diagnóstico que llevaba a una, también errónea respuesta terapéutica, es múltiple. Por un lado, la medicación de un depresor del sistema nervioso, sin un diagnóstico que lo justificara a una edad muy temprana, como en el caso de Perry, con días de vida, lleva a que a ese niño de meses, con un cerebro en pleno crecimiento, se le estaba modificando su cito arquitectura, el fenómeno que hoy conocemos como neuroplasticidad.
El sistema nervioso se va adaptando a los diferentes estímulos, negativos y positivos, tóxicos inclusive, que recibe. Esa medicación que le permitiría dormir, sin duda también había cambiado sus patrones de sueño acostumbrándolo a las drogas inductoras. Esa modificación seguramente condicionaría la necesidad de mayores dosis de la misma droga u otras. Este fenómeno lo vemos también en niños medicados de manera inmediata, sin darles otras opciones terapéuticas probadas, por ejemplo, con psicoestimulantes cuando se diagnostica a la ligera un trastorno por déficit atencional e hiperactividad, o hasta hace algún tiempo en el laxo diagnóstico de disritmia y la administración de un anticonvulsivante.
En muchos de esos casos, ese cerebro creciendo bajo estimulantes y/o depresores del sistema nervioso, ya no será igual por el resto de la vida. Por otro lado, deja la vía abierta a la idea que el fármaco es la única respuesta y, en ese sentido, pavimenta el camino a las adicciones no solo por la adaptación encefálica sino la psicológica.
Otro mensaje que queda en claro es que el camino es necesariamente la prevención, ya que se trata de una condición extremadamente difícil de tratar en algunos casos y que acompañará toda la vida de esas personas, destruyendo todo a su paso, su vida, sus relaciones, su trabajo, sus afectos, su mente y su cuerpo.
Quizás un último mensaje sea el ejemplo de alguien que tenía sin duda los mejores medios y recursos a su disposición y que aun así debió luchar toda su vida. Entender que la única vía es aceptar la gravedad y la cronicidad de una patología y que solo abordada a tiempo y con el respeto que merece, hay posibilidades. El abordaje integral interdisciplinario, no descartando el impacto clínico de las adicciones, así como el neuropsiquiátrico, y en particular el sostén social, es el que puede brindar esas posibilidades.
La banalización y la ausencia de prevención de las adicciones son el terreno fértil para otros casos menos famosos, pero igual o más trágicos.
Quizás por ello el título del libro de Perry termine con la alusión a “una gran terrible cosa”.