Durante largas semanas no pasó nada en la Argentina. Sólo gracias a Loan Peña, Alberto Fernández, Nicolás Maduro y Fabiola Yáñez los medios pudieron seguir ofreciendo en ese lapso su ración diaria de alertas, urgentes y últimomomentos, y transitar así la calma chicha. Lo único que varió fue el índice de inflación, cuyo sostenido descenso coincide con el que muestra el resto de los signos vitales del país, de modo que no se sabe a ciencia cierta si es que la presión sanguínea baja o el paciente agoniza. Como ocurre en las salas de terapia, las cifras cambiantes en el monitor no son indicio de movimiento sino de variaciones en el estado. Largas semanas sin ningún acto significativo de gobierno, desde ninguno de los tres poderes, mientras los problemas y los conflictos irresueltos se acumulan y se agravan.
Uno tuvo la sensación de estar varado en una zona inerte separada del tiempo, en un campo definido por fuerzas que se repelen. Era la calma que precede a la tormenta, y la tormenta estalló en la semana que termina, con inusitada virulencia, y principalmente allí donde el Gobierno ha exhibido sus mayores debilidades: en el frente político.
Desde su inauguración, el oficialismo pudo sostener la iniciativa apelando a sucesivas épicas, centradas en la aprobación de sus dos mamotretos legislativos y la firma del Pacto de Mayo en julio. Consiguió esos objetivos a duras penas, y después pareció quedarse sin argumentos, sin saber qué decir, lo que ya es malo, pero dando la impresión de no saber qué hacer, lo que es peor.
Esta parálisis es sólo atribuible a la particular personalidad presidencial. Javier Milei cree que la economía precede a la política, que la política es en realidad una especie de daño colateral de la ignorancia económica, y que si el balance da bien, el resto se arregla solo, dejando hacer y dejando pasar. Eso explica que no se haya preocupado por armar un gobierno, que haya poblado su gabinete de figuras más o menos mediáticas pero altamente ineficaces con un par de excepciones, y que haya confiado el timón de la Casa Rosada a su hermana y a un pasante, con los que conforma, dijo, “un triángulo de hierro”. Esta renuncia al liderazgo por parte del Presidente detonó con ribetes escandalosos en los conflictos de estos días entre Milei y su vice, entre los propios legisladores oficialistas e incluso entre los otros dos vértices del triángulo.
La evidente fragilidad política del oficialismo puso en movimiento a sus rivales, que andaban desorientados y medio resignados luego de la impensada derrota electoral del año pasado. Una oposición que no sabía “cómo entrarle” al gobierno le infligió sucesivas derrotas legislativas en materia de financiamiento universitario, jubilaciones, control y financiación de la inteligencia. En el ejercicio, algunos radicales y algunos peronistas ensayaron novedosas coreografías de conjunto, mientras el PRO de Mauricio Macri, que tiene simpatías con las ideas libertarias, le mostró los dientes al oficialismo. Esto último después de que su líder se reuniera tres veces con el Presidente para rezongar sobre las trabas que según dice oponen la hermana y el pasante a sus buenos oficios.
La relación entre Macri y Milei tuvo esta semana su paso de comedia ilustrativo del estado de nuestra clase dirigente, por llamarla de algún modo. Según él mismo contó, el ex presidente aleccionó al actual sobre la necesidad de integrar un gabinete eficaz y dedicar más atención al liderazgo político, y reforzó sus esfuerzos didácticos instruyendo a sus legisladores para que votaran contra el oficialismo, especialmente en los casos de los fondos para inteligencia y el régimen de pensiones. En este último, e inesperadamente, Macri desautorizó a sus senadores y respaldó por las redes el veto presidencial a la corrección de las jubilaciones. “Si tomo su tuit”, reaccionó un Milei desconcertado, “significa que no maneja la tropa o no sabe lo que hace”.
Aparentemente, ni el senior ni el junior habían estado al mando de sus tropas ni sabían lo que sus oficiales estaban haciendo en el campo de batalla. Como revelaron varias fuentes periodísticas, operadores del oficialismo y de la oposición habían negociado un proyecto redactado de forma tal que el Presidente pudiera vetarlo parcialmente, eliminando los artículos que efectivamente comprometían el programa fiscal del gobierno pero asegurando una moderada corrección en la fórmula que decide los haberes jubilatorios, y todos contentos. El veto total de Milei y el insólito apoyo que recibió de Macri mostraron que los problemas de conducción desatenta, confusa y enclenque no afectan sólo a las filas bisoñas de La Libertad Avanza.
En el caso de Milei, su nula vocación de liderazgo fue toda una sorpresa. Aquella energía de rockstar con la que cautivó a los votantes durante la campaña se evaporó tan pronto cruzó la puerta de la Casa Rosada. Desde sus balcones, el Presidente acostumbra ahora saludar a una plaza despoblada, en un gesto vacío y sin consecuencias. Cuando habla en público, lo hace ante auditorios reducidos, con discursos leídos (mal leídos) que no pueden ni quieren ganar u orientar la voluntad de nadie. Parece más interesado en probar la eficacia de su modelo matemático sobre el funcionamiento del mercado (por el que según dijo espera recibir un Nobel) que en cuidar de la vida de sus ciudadanos de carne y hueso, y del rumbo de una nación cuya historia lo precede y cuyo destino lo excede. Tareas que le fueron confiadas y encomendadas por sus votantes.
El desinterés por el liderazgo queda corroborado además por la ausencia, o la mala elección, de las estrategias de comunicación gubernamental. Los insultos, las guarangadas, la presencia frenética en las redes sociales pueden servir para la campaña y captar pasajeramente la atención de cierto público. Pero a la hora de gobernar no sirven. A la hora de gobernar se hacen necesarios los argumentos racionales y las proyecciones hacia el futuro: el público necesita entender las decisiones oficiales, saber en qué medida lo van a afectar en lo inmediato, y qué se puede esperar de ellas en el mediano y largo plazo.
La idea de liderazgo tal vez resulte extraña a un creyente del anarcocapitalismo, pero a esta altura Milei debe haber comprendido que una cosa son los textos canónicos y otra la realidad indócil e imprevisible. Tanto su propia gente como el país todo necesitan de su guía, para ordenarse, para decidir, para avanzar: unos y otros se lo están diciendo. El Presidente disfruta todavía de un elevado índice de reconocimiento, en buena medida porque se lo percibe como algo distinto en el contexto de la política tradicional. Sin embargo, ese reconocimiento nunca llega a convertirse en una alianza, en esa clase de adhesión que es condición de posibilidad del liderazgo. Milei, efectivamente, no es querido ni es odiado, pero todavía tiene el crédito abierto. Ese crédito, coinciden los encuestadores, desde julio ha comenzado a erosionarse, al ritmo del deterioro de la economía cotidiana. La valoración de la eficacia comienza a tener más peso que la percepción de la singularidad.
A los ojos del público, los integrantes de La Libertad Avanza empiezan a parecerse a la casta, absorbidos en sí mismos y ajenos a las penurias ciudadanas; enfrascados en sus disputas de poder, sus intereses tangenciales, sus alianzas inesperadas y sus distanciamientos inconcebibles. Milei parece advertirlo y se defiende acentuando sus extravagancias, coqueteando con la frivolidad, despreciando a los políticos cuyo respaldo necesita para gobernar (“regalados salen caros”), insultando o burlándose de los colegas que se atreven a cuestionar sus decisiones económicas, que avizoran en el futuro cercano situaciones difíciles de manejar. Los comportamientos violentos y las reacciones airadas evocan menos al estadista seguro de sus decisiones, que al experimentador irritado que ve escapársele el Nobel porque la práctica del laboratorio no refrenda sus presunciones teóricas.
Milei y su ministro estrella Luis Caputo lograron abatir la inflación en proporciones asombrosas induciendo una depresión económica sin precedentes en el mundo, para usar el lenguaje grato al primer mandatario, depresión que está provocando cierres o achicamientos en innumerables empresas de todo tamaño, industriales y comerciales, destruyendo empleos formales y sumergiendo en la pobreza a la franja inferior de la clase media. También lograron eliminar el déficit fiscal reduciendo las jubilaciones, eliminando la obra pública, postergando pagos e incumpliendo sus obligaciones con las provincias y la ciudad capital. El Gobierno sabía muy bien que estas políticas no eran sostenibles en el tiempo, pero esperaba que la espectacularidad de los resultados indujera algún tipo de bonanza financiera, fuese por vía de la inversión o del crédito.
Nueve meses después de iniciado el experimento nada de eso ocurrió, los inversionistas brillan por su ausencia, los organismos multilaterales se deshacen en elogios pero no abren la billetera, los países amigos se limitan a palmear la espalda, y el riesgo financiero firme en torno de los 1.500 puntos indica que la desconfianza no es sólo nuestra. De manera inquietante, los responsables de la economía apelan a recursos extremos, como la remesa no explicada de reservas de oro al exterior (presumiblemente como prenda o garantía de nuevos préstamos). El mismo gobierno que declinó por razones ideológicas la pertenencia al BRICS busca auxilios financieros entre las despóticas autocracias árabes; el mismo que prometió combatir el capitalismo de amigos instituye un sistema de prebendas menos discrecional pero más gravoso para el país llamado RIGI.
El universo de los economistas más escuchados es crítico respecto de la estrategia elegida para el gobierno para ordenar las finanzas públicas, y en la última semana Marina dal Poggetto, Rodolfo Santangelo, Martín Redrado, Enrique Szewach, Ricardo Arriazu, Diego Giacomini, Carlos Rodríguez y otros hicieron conocer sus objeciones. Dal Poggetto y Giacomini fueron los más duros al señalar inconsistencias en el programa fiscal y monetario del gobierno, que según ellos anticipan inevitables cuellos de botella, pero casi todos coincidieron en un punto: dadas las condiciones a las que esa estrategia condujo, el imperativo primordial, y no sólo por razones económicas, es ahora la reactivación.
Descartado cualquier incentivo keynesiano, ajeno a la filosofía oficial, no habrá tal reactivación mientras siga en pie el cepo cambiario, aunque Milei opine lo contrario. Los economistas reconocen que no es posible su levantamiento inmediato sin que se dispare la inflación y se deprima aun más el salario, por lo que recomiendan —especialmente Redrado y Arriazu— su eliminación gradual, casi quirúrgica. Algunos creen que eso es lo que está haciendo efectivamente el Gobierno. Como sea, a la Casa Rosada no le sobra tiempo para inducir el crecimiento y recrear la confianza.
El temperamento relativamente optimista que acompañó los primeros meses del gobierno cedió paso a la incertidumbre, siguiendo un previsible derrotero cuyas próximas estaciones pueden ser la frustración y la reacción. Se diría que el país está expectante, aguantando un poquito más la mala racha a la espera de una definición que se demora. “Abril es el mes más cruel”, dicen en el hemisferio norte; la fecha se corresponde con nuestro octubre, y en ambos casos marca el cenit de la primavera, el momento en que las pasiones se vuelven apremiantes y el impulso vital reclama sus derechos. Lo que por ahora es interrogante en octubre será certeza. En un par de meses estaremos contemplando con esperanza los brotes primaverales del segundo semestre, o comprobando agónicamente cómo se prolonga el invierno sobre la tierra yerma. Entonces veremos.