Todo es tensión. Más de 50 mil hinchas son testigos del partido más importante de la historia del fútbol argentino. Se sufre. Dentro del campo de juego y en las gradas. Se transpira. En el césped y en las plateas. El mundo se detiene en cada ataque, en cada despeje. El aire se corta en cada alarido. Y la música comienza otra vez. Va de menor a mayor. El buen árbitro chileno agrega cinco minutos. Parece innecesario porque aún quedan 90 más para volver a padecer todo de nuevo, dentro de 13 días, en el otro escenario. Se va el reloj y se va Wanchope. Y se la da a Benedetto, el crack. El que ya hizo cuatro en los últimos tres partidos, contado este. Pero Armani le extirpa el grito. Y es empate 2-2. Resultado a la altura de las circunstancias. Chapa que deja abierta la final de la Copa Libertadores más deseada, para el 24 de noviembre. Si no llueve, claro.
Hubo un tiempo que fue hermoso (el primero). Allí River jugó mejor pero ganó Boca. Como lo marcaban los antecedentes de los finalistas, el Millonario mostró su sabiduría de equipo y el Xeneize su fuerza goleadora. Pese a la modificación táctica de presentar cinco en la defensa a partir del ingreso de Martínez Quarta, los de -en esta oportunidad- Biscay se las ingeniaron para llegar mucho más que los de Guillermo. Más y mejor.
Enseguida un tiro libre del desfachatado Martínez dejó en claro que Rossi iba a vivir su gran tarde. Y de allí en más se sucedieron buenas oportunidades para los visitantes. Lo tuvo el Pity otra vez, aprovechando esos envíos cruzados que surgían desde la derecha para que alguien definiera entrando por la izquierda, pero estuvo Rossi esta vez.
Y así. Borré coqueteó con el primero con un cabezazo tremendo que desvió el arquero local y entonces... llegó el gol de Boca. Inesperado por lo que estaba pasando en el campo de juego y porque se equivocó, dos veces se equivocó, el mejor arquero del fútbol argentino. Abila probó, Armani dio rebote y Wanchope volvió a disparar para que la pelota se le colara en el primer palo al 1, pese a que estaba bien parado en ese lugar. Sacó del medio River. La tomó Martínez, corrió 15 metros con la pelota y se la filtró a Pratto por el medio de la defensa rival. Y entonces el Oso hizo el gol por el que en Núñez habían pagado una cifra imposible a principios de año.
No hubo respiro. En dos minutos dos goles. Y a volver a empezar. Se lesionó Pavón y entró, en llamas, Benedetto. Y cuando se moría esa primera mitad, el Pipa, de espaldas al arco de Armani, desvío un tiro libre frontal con un cabezazo sutil y la clavó en un ángulo. 2-1 para Boca y al descanso. Fiesta en la Bombonera para que los hinchas pudieran respirar por un rato.
Quedaba un tiempo por jugar. El segundo. Y el resultado no parecía acorde a lo expresado por ambos equipos. Boca empezó a sentirse cómodo. En ventaja, soñó con el tercero, un gol que lo dejara al borde de la séptima Libertadores de su vida. Se acomodó. Pero... Biscay desarmó la línea de cinco defensores, ingresó Nacho Fernández y otra vez se levantó River. Como lo hizo con Gremio, como lo había hecho tras el gol de Abila. Esta vez el tiro libre frontal fue para River. Lo ejecutó Pity y la pelota terminó desviada por Izquierdoz en contra de su propio arco. Después todo fue tensión nuevamente. Y un suplicio esa jugada de Abila y Benedetto en el epílogo que salvó Armani. La llave quedó abierta. No podía ser de otra manera.