Opinión
A cuarenta años del retorno de la democracia
Hace cuarenta años, quizás sin saberlo aún con certeza, los argentinos nos encaminábamos hacia un cambio civilizatorio del que durante el siglo XX no había registro histórico. Daríamos comienzo a una etapa de estabilidad institucional, reconocimiento del otro como adversario y no como enemigo y renuncia del uso de la violencia política que caracterizó largos períodos de nuestra historia. También en el marco de la vigencia del sistema constitucional la realización de elecciones periódicas y relevos de gobiernos en forma pacífica y conforme a los plazos establecidos por la propia Constitución Nacional.
IMPERIO DE LA CONSTITUCION
Los comicios se realizaron bajo el imperio de la Constitución Nacional de 1853 y sus reformas de 1860, 1866, 1898 y 1957, no hubo partidos, ni agrupaciones, ni candidatos proscriptos.
Triunfó categóricamente el candidato de la UCR Raúl Alfonsín con un 51.75% del voto popular y 317 votos de los 600 miembros del Colegio Electoral. En segundo lugar lo obtuvo el candidato Italo Luder, del Partido Justicialista que obtuvo el 40.16% del voto popular y 259 electores. Los otros dos candidatos que le siguieron en cantidad de sufragios fueron Oscar Alende, del Partido Intransigente, con el 2.33% de los votos, y Rogelio Frigerio, del Movimiento de Integración y Desarrollo, con el 1.19%, obteniendo ambos 2 electores cada uno. Los 20 electores restantes fueron a parar a partidos sin fórmula presidencial, que ocuparon el 2.23% todos juntos. El restante 2.34% se distribuyó entre otras candidaturas, que no obtuvieron electores.
Aquel 30 de octubre en que se realizaron los comicios se cerraba para los argentinos además el más extenso período sin votar. En efecto, la última vez que la ciudadanía había sido convocada a las urnas para ejercer el sufragio había sido el 23 de septiembre de 1973, en que resultó electo presidente por una abrumadora mayoría -por tercera vez- Juan Peron. Vale decir que se había superado una década sin poder ejercer el derecho a votar inherente a la calidad de ciudadano.
Las elecciones de 1983 iniciaron el período más largo de continuidad democrática de la historia argentina, no interrumpido desde entonces hasta el presente. Simultáneamente se eligieron la totalidad de los miembros del Congreso Nacional, gobernadores de las provincias, legisladores provinciales, intendentes y concejales en todo el país.
Fue la primera victoria de la Unión Cívica Radical en una elección presidencial derrotando sin atenuantes al Partido Justicialista en elecciones libres, transparentes y sin proscripciones.
PERSPECTIVA HISTORICA
Una adecuada perspectiva histórica nos indica que no solamente significó la victoria electoral del radicalismo y su candidato a presidente Raúl Alfonsín en elecciones libres, asimismo representó la derrota definitiva al autoritarismo, la violencia política, las interrupciones constitucionales y las violaciones a los DDHH.
Vale señalar que no solamente fue un episodio electoral, de los tantos que hubo en nuestra histórica cronológica, ni tan solo una transición de un gobierno de facto hacia un régimen constitucional, los cuales padecieron de cíclicas crisis y rupturas a través del siglo XX.
Podría decirse que la sociedad en un ejercicio de introspección inédito realizó un balance de los acontecimientos vividos durante las décadas precedentes, basado en el duro aprendizaje respecto de su pasado reciente y en un proceso virtualmente contracultural, y eligió la convivencia pacífica por encima del autoritarismo, la violencia, la intolerencia y el miedo.
Aunque pueda parecer anecdótico, el 30 de octubre de 1983 como sostuviera el mismo Alfonsín en su campaña, fue “una bisagra en la historia”. Desde entonces y a pesar de las vicisitudes conocidas por todos, el sistema constitucional y democrático goza de estabilidad, permanencia y vitalidad cuyo mérito, independientemente de la actuación y desempeño de gobiernos, dirigentes y fuerzas políticas, radica fundamentalmente en la fortaleza de la sociedad civil.
FORTALEZA DE LA SOCIEDAD CIVIL
Como se ha dicho y con las particularidades advertidas estamos atravesando el período de continuidad y vigencia del sistema democrático más largo de nuestra historia constitucional.
Hablamos de la fortaleza de la sociedad civil precisamente porque entendemos que es allí donde radica el cambio cultural más sólido y notable de la vida argentina desde hace cuanteta años.
El candidato presidencial convocaba en sus spots de campaña advirtiendo que “más que una salida electoral era una entrada a la vida”, no pudo ser más preciso y concreto en su mensaje.
Se iniciaría así una instancia nueva en el país basada en la convivencia, la tolerancia y el respeto hacia las instituciones. La nota distintiva con relación a la historia inmediata anterior del país, que llevaba más de medio siglo de inestabilidad y alteraciones al régimen constitucional y democrático con períodos de profunda e irracional violencia aceptada, justificada o tolerada por la política y por la sociedad o una parte de ella.
La experiencia indica que aún en contextos y situaciones de enorme tensión social y política, la comunidad ha comprendido profundamente el valor de la paz social y de la vigencia de las instituciones. Gobiernos, formaciones políticas, grupos de presión, factores de poder procuran imponer su agenda, sus intereses, su visión, pero la sociedad es la principal valla de contención a aventuras de cualquier tipo.
La ciudadanía ha comprendido que la democracia, el peor de los sistemas de gobierno si se exceptúan todos los demás, según definición de Winston Churchill, es el reaseguro no solamente de sus libertades y sus derechos, sino de la seguridad y la integridad de su propia existencia. Es de esperar que ese mismo espíritu democrático y civilizado campee francamente en nuestra sociedad en oportunidad de una nueva convocatoria electoral que, en segunda vuelta de acuerdo a las previsiones constitucionales, elegirá al décimo Presidente de la Nación desde la refundación democrática cuyos primeros cuarenta años transitamos y celebramos.