Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

FMI: el eneamigo

El error de creer que llegará un préstamo milagroso que, esta vez sí, resolverá todos los problemas.

Con el lenguaje eufemístico que lo caracteriza, el FMI acaba de dar el veredicto sobre la situación del país: se están haciendo muchos esfuerzos y se han dado muchos pasos positivos hacia una salida y hay señales auspiciosas, pero se deben consolidar los resultados y avanzar en dirección a una mayor flexibilidad cambiaria y resolver el cronograma de la deuda. Nada muy distinto a lo que diría un economista con experiencia, y hasta no demasiado diferente de lo que diría cualquier sufrido argentino. 

El último triunfo que exhibe el Gobierno es la perforación de la barrera de los 1000 puntos de riesgo país. Comparado a una cifra dos veces y media más alta, no se puede negar que es un logro auspicioso. Aquí hay que recordar que el riesgo país es la diferencia de tasa entre lo que paga de interés un bono del tesoro americano y lo que pagan los bonos argentinos representativos. 

El dato, en definitiva, es un indicador de confianza del sistema, porque significa que las expectativas sobre el futuro del país han mejorado notablemente con relación a hace un año, aunque eso no garantice ni nuevos préstamos ni una refinanciación de los pasivos internacionales. Muchos medios atribuyen parte de ese aumento de credibilidad al éxito del blanqueo, que llega ya a los 13.000 millones de dólares. 

Sin embargo, esa cifra está lejos de lo que se esperaba, pese a que ayuda a recomponer las reservas, en una economía en que el Gobierno se considera el dueño de las divisas de los particulares y en consecuencia las usará sin asco para pagar los vencimientos de deuda de los próximos doce meses. 

También se atribuye el aumento de confianza al superávit fiscal, la drástica reducción de la inflación, la decidida lucha contra el gasto, y la sensación, debidamente fogoneada por el Gobierno, de que se está cerca de la salida del cepo. Más, como siempre, a la expectativa de un fuerte repunte de las exportaciones, en especial del agro.

Cuando el Fondo dice que se deben consolidar esos resultados, recoge las opiniones de varios críticos que sostienen que muchos de los logros han sido alcanzados forzando las cuentas fiscales, o manipulando los diversos mercados de cambio mediante intervenciones permanente. No les falta razón. El manejo ha sido muy parecido al de las múltiples oportunidades en que el estado decidió manosear la oferta y demanda mediante reglas, prohibiciones, limitaciones, intervenciones directas y otros trucos, que fueron efectivos un tiempo, pero que luego volvieron a la realidad. 

Por eso y porque el ajuste ha recaído hasta ahora mayoritariamente sobre los jubilados, asalariados y la clase media y baja nacional, el Ejecutivo está ante una carrera entre conseguir una reactivación de la economía (ya está mostrando signos positivos) y la tolerancia de la sociedad, simbolizada en las elecciones de medio término, definitorias.

De ahí que el ente monetario mundial sostenga que hay que avanzar con firmeza hacia un sistema cambiario más flexible, o sea que se debe salir del cepo. Eso sería un buen paso para fomentar el crecimiento de la exportación, tan golpeada casi por sistema en las últimas décadas. 

Diversas trabas

El tema de la salida del cepo tiene diversas trabas. La primera es la posición del Gobierno, que tiene profundo temor a las consecuencias de permitir comprar y vender dólares sin restricciones, y entonces quiere munirse de la mayor cantidad de reservas posibles para disuadir a quienes quieran atesorar moneda extranjera. Un contrasentido importante en quienes pregonan la libertad y el libertarismo como dogma, que termina por afectar la confianza que se supone querer conseguir. 

Otra traba es que para que la salida del cepo tenga efectos positivo debe incluir la eliminación del impuesto país, un recurso que, al menos hasta ahora, no parece ser sencillo de reemplazar por un aumento de recaudación por aumento de la actividad general, ni por reducción equivalente del gasto. Seguramente la idea es el gradualismo en ese reemplazo, y el FMI parece estar diciendo que no hay tanto tiempo para gradualismos en el tema de la deuda. 

La tercera traba es que no pareciera que ni las autoridades económicas ni el gran empresariado proteccionista estén dispuestos a tolerar la idea de un mercado libre de cambios, es decir un sistema en que el tipo de cambio sea único y esté determinado por la oferta y demanda de los privados, no por la intervención estatal en ningún formato. Eso también es un cambio de rumbo ideológico que el oficialismo ha preferido no evidenciar mediante gambetas dialécticas que tampoco mueven a la confianza. 

Liberar de ese modo el mercado cambiario simultáneamente con la salida del cepo evitaría el miedo oficial a una corrida En el precio del dólar que empujara la inflación, un miedo que, de paso, hace aparecer al Gobierno como descreyendo de su propia teoría de que la inflación es en todo momento y en todo lugar, un fenómeno monetario. 

Queda flotando el tema de las retenciones, en definitiva un impuesto o un mecanismo para mantener un tipo de cambio diferencial para ciertas actividades, lo que también afecta el crecimiento y la confianza. 

De modo que la advertencia del Fondo sobre la importancia de tender a la libertad cambiaria tiene sus razones, y se parecen a las críticas de muchos expertos, que bregan por  la libertad económica y de comercio.  

Cuando el gobierno dice que “se saldrá del cepo cuando se den las condiciones” o argumentos similares, tampoco está fomentando demasiado la confianza que unánimemente se considera imprescindible. 

La solución con que los funcionarios sueñan, ya desde el comienzo de esta gestión o aún antes, es la de conseguir un préstamo de fondos frescos que permita disuadir, desalentar o contener cualquier corrida del tipo de cambio en caso de liberar el cepo, (que no es lo mismo que liberar el mercado), siguiendo en la misma línea inaugurada por Prebisch en la Cepal de 1950, que tanto daño hizo al país y tantos millonarios creó. 

Descartados ya los imaginarios préstamos de la banca internacional, los Fondos de inversión y otros espejismos, ahora se espera que el Fondo aporte dinero fresco para apurar la salida del cepo y así inducir el crecimiento. Luce como un intento algo vano. El ente financiero ha sobreprestado al país. Es posible que renueve algunos vencimientos para aliviar la situación, dar un poco de plazo adicional al país y no correr el riesgo de tener un deudor tan importante en default. Pero no se debería esperar nuevos desembolsos. Algunos técnicos quedan en la institución. 

Queda pendiente, aunque al ente internacional no le importe, la deuda interna, escamoteada como deuda del tesoro, que en muchos casos son dólares, o emisión de pesos, como se prefiera, que no se tiene en cuenta en ningún análisis, generosamente. 

Una salida ruinosa del cepo

No habrá fondos frescos, felizmente. Porque serían dilapidados en la apuesta del control cambiario, un modo ruinoso de subsidiar la salida del cepo, como ya ha ocurrido tantas veces, con gobiernos de todos los signos. Tampoco parece muy realista la esperanza de que un triunfo de Donald Trump se traduciría en una súbita generosidad hacia Argentina. Trump ya fue generoso. Lo máximo que se logrará es refinanciar la deuda, por las razones ya expuestas. Si no fuera así, habría razones para empezar a perder la confianza en el sistema financiero internacional. 

Otro punto que no se suele mencionar es lo que ocurre con el consumidor. Nadie pude ignorar que la clase media ha desaparecido. Ha sobrevivido quemando sus últimos cartuchos, o sus últimos dólares. (Parte importante del blanqueo se debe a esa clase media que blanquea para poder gastar esos dólares de modo legal). Eso implica que tarde o temprano habrá que recomponer el ingreso de los jubilados, los trabajadores, las Pyme. Eso también tiene un costo, y también forma parte del ahorro del que se presume.

Por eso el Fondo tiene razón en pedir por un lado que se consolide el ahorro y por el otro que se tomen las medidas que aseguren el crecimiento. No será un amigo en esta instancia, como no lo es nunca. Tampoco un enemigo. De ahí el título de la columna que mezcla los dos conceptos. Va a ser tolerante. No generoso. Y si el Gobierno, y el país no encuentra un camino hacia una solución, va a imponer su criterio, que no necesariamente es bueno. 

¿Y si el Gobierno hiciera lo que prometió, en vez de intentar convencer a la sociedad de que está haciendo lo que prometió?