Hipótesis provocativa la que Rosendo Fraga publicó en su libro ‘¿Qué hubiese pasado si…?’ (2008), donde abordó momentos claves de nuestro pasado, desde la perspectiva de –tal como reza el subtítulo de la obra– historia argentina contrafáctica.
El historiador planteó con destreza los hechos que hubiesen posibilitado el éxito a Rosas: “Es el atardecer del 3 de febrero de 1852. Las fuerzas del Ejercito Grande que manda el general Justo José de Urquiza se retiran derrotadas del campo de batalla de Caseros. Las fuerzas de Rosas, al mando del experimentado general Ángel Pacheco, formado por San Martín en el Regimiento de Granaderos a Caballo, se han impuesto en una de las alas.
El combate a lanza y sable entre las caballerías en la otra ha quedado indeciso, pero las fuerzas de Buenos Aires mantienen el terreno.
El ataque del centro ha sido rechazado y la artillería rosista al mando de Chilavert ha causado numerosas bajas entre los infantes brasileños y uruguayos que integran el ejército Grande.
Urquiza se repliega en orden con su caballería entrerriana. Su infantería pasa por la situación más difícil, porque es perseguida por las milicias montadas de Buenos Aires que le causan numerosas bajas.
La situación de Urquiza todavía no está perdida del todo. En Colonia, todavía hay una reserva de 10.000 brasileños que pueden de apoyo para reorganizar sus fuerzas, aunque él perderá peso político y militar debido a la derrota.
Rosas despliega una intensa actividad, envía delegados a las provincias del interior para que se organice un ejército que, desde Córdoba, converja con el de Buenos Aires sobre el litoral argentino, donde está la base de operaciones de Urquiza.
No es un hecho nuevo: la ciudad ha resistido con éxito los bloqueos de franceses y británicos.
Para agosto de 1852, 12 mil hombres del ejército de Buenos Aires avanzan sobre Entre Ríos y otros tantos lo hacen desde Córdoba, donde se ha reunido una fuerza integrada por milicias. Las pocas fuerzas regulares de las diez provincias del centro, norte y oeste del país avanzan en la misma dirección.
Urquiza los espera en Entre Ríos, peor la solidez de su alianza se ha debilitado y, en las Provincias Unidas, se espera su derrota como ha sucedido con quienes se sublevaron contra Rosas en los años anteriores”.
PROBLEMAS DE CONDUCCION
Razones no le faltan al Dr. Fraga para aventurar dicha hipótesis: había paridad de efectivos en ambos bandos, con oficiales y tropa de experiencia –quizás más la del lado urquicista-, y ambos sectores eran federales, descontando a los “imperiales” brasileños, los “colorados” uruguayos, al teniente coronel Mitre y al teniente coronel, y “boletinero”, Sarmiento.
Hubo, sí, problemas de conducción del lado de Rosas. Mientras Urquiza se probó con éxitos en el campo de batalla en reiteradas oportunidades, el Restaurador –más allá de triunfos con sus “Colorados” en 1820, en la Expedición al Desierto de 1833/34 y, junto a Estanislao López, frente a Juan Lavalle en el Puente de Márquez- estuvo más dedicado a la administración pública y delegó en otros conducir las acciones armadas.
“Frente a Paz, las fuerzas de Rosas –agregó Fraga- están comandadas por el general Juan Ramón Balcarce; contra la coalición del Norte y en el sitio de Montevideo, por el general Manuel Oribe; contra la sublevación de los “Libres del Sur”, por su hermano Prudencio y, frente a la escuadra anglo-francesa, su cuñado el general Mansilla”.
Faltó Oribe, derrotado por Urquiza; faltó Mansilla, imposibilitado por un ataque cerebral; y faltó Pacheco, el probable “salvador” en el “multiverso” de Fraga, que defeccionó.
El capitán Juan Beverina en ‘Caseros (3 de Febrero de 1852)’ (1911) apuntó que Rosas, para evitar dar batalla en Morón, debió: “Reforzar desde Buenos Aires con tropas y demás elementos al general Oribe, a fin de ponerlo en mejores condiciones para hacer frente con ventaja a todo el Ejército aliado reunido; hacer retirar a la provincia de Buenos Aires las tropas argentinas que estaban a las órdenes de Oribe, con lo cual su ejército habría contado con un núcleo de tropas aguerridas; y aprovechar la ausencia de Urquiza de su Provincia para llevar desde Santa Fe una enérgica ofensiva sobre Entre Ríos, aniquilando el grupo de observación en Diamante a las órdenes del Gobernador de Corrientes”.
Aunque señaló errores de Urquiza, Beyerina consignó el éxito de sus tropas al entrar en Santa Fe sin resistencia, ya que el gobernador federal Pascual Echagüe se dirigió a Buenos Aires. Al tiempo que “una División de Caballería correntina pide permiso para pasar el río Paraná a nado, lo que se le concede. El ejemplo es contagioso; a continuación, varios cuerpos de Caballería entrerriana piden idéntica autorización, que también les es concedida”.
Dicha conducción y adhesión de las tropas, jalonó el triunfo urquicista, uruguayos y brasileños mediante. Del lado rosista, los revisionistas remarcaron errores y traiciones.
Diego Luis Molinari, en ‘Prolegómenos de Caseros’ (1962) aseveró: “En 1851, Rosas creyó que culminaba su rol constitucional con la aceptación por todas las provincias de su título de Jefe Supremo de la Confederación... Más Rosas se hallaba al borde de su caída, desde septiembre de 1851, urdida por una vasta conjura internacional, que terminó en Caseros”.
Para el historiador, el instigador principal fue el Imperio del Brasil, señalando que “Urquiza fue instrumento de la alianza con un gobierno que mantuvo la esclavitud hasta el año 1888, y que envió sus esclavos para integrar el ejército a lo Jerjes, que se suele llamar Ejército Grande”, donde “el imperio esclavista no vaciló en suministrar oro, armas y soldados esclavos, para que el Paraguay, Corrientes, Entre Ríos y el gobierno de Montevideo entrasen en la coalición”.
Se extrañó Molinari que “Rosas no adoptara ninguna medida contra el Imperio”, y que “no salía de su sorpresa” por lo sucedido con Oribe. Y señaló las primeras felonías: “Las provincias de Tucumán y Santa Fe, aunque habían rehusado aceptar la renuncia de Rosas, se le unirían (a Urquiza) … el primer gobernador que se pronunció contra Rosas fue Virasoro, en Corrientes; y que más tarde, a raíz de la circular de Urquiza del 26 de diciembre de 1851, el gobernador de Tucumán, Celedonio Gutiérrez, también le acompañó”.
Fermín Chávez en ‘Historia del país de los argentinos’ (1967) destacó que “había extrañado… cuando (Rosas) ordenó la separación de las fuerzas argentinas al mando de Oribe. Y habiendo aceptado ir a la guerra contra Urquiza y el Brasil, retardó inexplicablemente su acción ofensiva… Rosas sospechó del general Pacheco y con razón. Hoy sabemos que en el campamento de este jefe los oficiales brindaban por el éxito de Urquiza. Entre sus más allegados se contaba el joven Benjamín Victorica, uno de los primeros en saltar el cerco luego de Caseros. No obstante ello, también debemos señalar que don Juan Manuel cometió el grave error de no aceptar el plan expuesto por Martiniano Chilavert y por Pedro José Díaz (en la Junta de Guerra del 2 de febrero) consistente en hacerse fuerte en la ciudad con la infantería y artillería, moviendo la caballería por los flancos de Urquiza, para hostigarlo”.
En igual sentido se pronunció Pedro Santos Martínez en ‘La incógnita de Caseros’ (2009) al señalar: “Hubo indecisión y falta de plan en los mandos de Rosas… Basta señalar que el 2 de febrero (día anterior de Caseros) se realizó una Junta de Guerra porque aún no se sabía qué hacer. A pesar de la opinión mayoritaria de sus jefes que le aconsejaban eludir el encuentro, Rosas prefirió librar la batalla. Según afirma Saldías, en esta decisión influyó la presencia en Colonia de la división alemana mercenaria que podía cruzar el río y desembarcar en Buenos Aires. Al finalizar la Junta que hemos mencionado, Rosas le dijo a Antonino Reyes: ‘no hay remedio, es preciso jugar el todo: hemos llegado aquí y no se puede retroceder’. Esa fue su perdición: quiso jugar el todo en una sola partida”.
SANCION DE LA CONSTITUCION
Pero, aun así, pudo haber ganado Rosas. Ante ello, Rosendo Fraga reflexionó que “sin el triunfo de Urquiza en Caseros, no se sanciona la Constitución al año siguiente, cuyo texto es la clave de la estabilidad político – institucional argentina… probablemente la Argentina habría continuado una prolongada y sangrienta guerra civil… lo que impide o demora el proceso de organización nacional que permite al país, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, ser la nación del mundo con mayor crecimiento y llegar a generar por sí sola la mitad del PBI de América Latina”.
Disiento en parte, ya que, ante un hipotético éxito militar de Rosas, hubo voces en su entorno que reclamaban una Constitución, como el coronel Martiniano Chilavert, que en la Junta de Guerra –según Adolfo Saldías en ‘Historia de la Confederación Argentina’ (1881/1883)– expresó: “El deber de defender la Patria, como el amor hacia la siempre bendita madre, no se discute... Acompañaré al gobierno de mi patria hasta el último instante… Si vencemos, entonces yo me hago el eco de mis compañeros de armas para pedirle al general Rosas que emprenda inmediatamente la organización constitucional. Si somos vencidos nada pediré al vencedor”.
Rosas tendría la obligación, con el peso de la victoria, de cumplir ante el héroe, y futuro mártir, de Caseros, junto a otros unitarios y federales, de implementar cambios institucionales y dictar una Carta Magna.
¿Podría Rosas, si hubiese triunfado en Morón, instrumentar dicho cambio estando al frente del Estado como presidente constitucional, o, por el desgate del poder a cuestas, habría firmado con Urquiza un pacto de gobernabilidad para, a su tiempo, lograr una transmisión de mando a favor del “Tata”?
Consideraciones intempestivas que me surgen al leer tan logrado texto de la pluma del Dr. Rosendo Fraga, en base a una fecha que es un antes y un después en el destino de la Patria.