Woolf no pierde vigencia
La habitación de Jacob
Por Virginia Woolf
Ediciones Godot. 191 páginas
La buena literatura no tiene fecha de vencimiento. De allí que las reediciones de las obras de escritores laureados logren siempre una buena recepción, aunque los temas y la prosa reflejen una época que ya no tiene retorno.
Las viejas novelas, los cuentos color sepia, llegan para generar la ilusión de que puede detenerse el paso del tiempo o, como soñaba Borges, disfrutar de su efecto circular. Es entonces que pese a haber transcurrido casi un cuarto del siglo XXI, un texto de Virginia Woolf puede concentrar la atención e invitar a la lectura silenciosa.
Publicada el 26 de octubre de 1922, La habitación de Jacob es la tercera novela de la escritora británica. Para los críticos especializados se trata de un relato experimental donde la autora quiebra reglas literarias y ensaya singulares ángulos narrativos.
La vida del protagonista, Jacob Flanders, es contada principalmente a través de la mirada que tienen de él las diversas mujeres que atraviesan la historia. Son puntos de vista sesgados, laterales, que no siempre dan de lleno ni logran develar la esencia propia del personaje.
El Jacob niño, el adolescente y el joven crecen y toman forma poco a poco. Pero aunque es el protagonista, no termina por ganar el centro del escenario. Por el contrario, por momentos se evade, deja un hueco, y entonces todo ocurre en los márgenes, donde personajes secundarios se apropian del relato en forma breve, fugaz.
Lúdica en la construcción narrativa, Virginia Woolf traza en su novela espacios temporales paralelos y de esa manera abre una serie de ventanas a través de las cuales pueden verse a hombres y mujeres en situaciones disímiles y en lugares entre sí remotos.
Como un acordeón, la historia entonces se abre, se expande, gana aire, pero termina siempre por cerrarse sobre la figura inescrutable de Jacob Flanders, dejando una nota final sombría y misteriosa.