Este año se cumplen 80 años de la desaparición en un accidente de aviación de Antoine de Saint-Exupery. Poco más de un año antes había publicado su obra más popular. El Principito, aún sigue vigente. Fue el libro escrito en francés más leído Y uno de los más vendidos de todos los tiempos. Fue traducido a más de doscientos cincuenta idiomas, -sistema braile incluido- y hasta el momento se han vendido más de 140 millones de ejemplares en todo el mundo; porque El Principito es de esos libros que se reciclan. Qué se puede leer en la infancia, en la adolescencia, en la adultez y siempre aporta una mirada nueva. La experiencia de vida, se conjuga con el texto y cada vez, surge una nueva obra.
LA VUELTA
Hasta ahora, no sabíamos que fue del Principito después que abandonó la Tierra. No sabíamos de la serpiente, ni de la rosa, ni del volcán, ni del cordero, ni de las puestas de sol. Pero llegó a mis manos un libro que nos lleva nuevamente al mundo mágico del pequeño que nunca olvidaba una pregunta. Súbditos del Viento de Germán Vartorelli, revive la historia. Como en tiempos pasados, un desperfecto en el avión obliga al aviador a detenerse y arreglar la avería. Tantos años después el Principito regresa, los caminos vuelven a cruzarse y los amigos circunstanciales se encuentran, esta vez, en el sur argentino.
El niño, que creció, pero aún conserva su capacidad de admiración, nos cuenta cómo fue su regreso a la Tierra y con él recorremos el bosque de arrayanes y tocamos su madera fría, vemos la majestuosidad del Tronador, paseamos en la Trochita, nos conmovimos ante la antigüedad de un árbol de 2600 años y hacemos coincidir nuestras manos con la de los hombres primitivos en las cuevas.
Súbditos del Viento, resulta ser un homenaje a Antoine de Saint-Exupery pero más allá de lo apasionante que pueda resultar la vida del novelista y aviador francés, también, como lo hace El Principito, invita a una reflexión profunda sobre temas de la vida, del sentido y de la trascendencia.
EL ASOMBRO
El asombro fue desde la antigüedad considerado unas de las fuentes del filosofar. Y no solo como punto de partida de la filosofía, sino también como su impulso vital. Quiero traer a colación un fragmento del libro Ortodoxia que ilustra muy acertadamente este vínculo entre el asombro y la realidad, en el que Chesterton cuenta su fantasía de escribir alguna vez sobre un navegante inglés que equivocó su rumbo y terminó recalando en Inglaterra pensando que se trataba de una nueva isla. Así lo relata Chesterton: “Probablemente la mayoría piense que el hombre que desembarcó (armado hasta los dientes y hablando mediante signos) para plantar la bandera inglesa en un templo bárbaro que resultó ser el pabellón real de Brighton, se sintió más que un tonto. No estoy aquí preocupado en negar que él parecía un tonto. Pero si usted imagina que él se sentía un tonto, o en todo caso que el sentimiento de insensatez era la única emoción que lo embargaba, entonces usted no ha captado con suficiente delicadeza la rica naturaleza romántica del héroe de este cuento. Su error fue realmente un error de lo más envidiable, y él lo sabía, si él era el hombre que yo creo. ¿Qué podía ser más encantador que experimentar en esos pocos minutos todos los terrores fascinantes de ir a otro país, combinados con la seguridad humana de llegar de nuevo al hogar?¿Qué podría ser mejor que experimentar toda la alegría de descubrir Sudáfrica sin la necesidad desagradable de aterrizar allí? ¿Qué podría ser más glorioso que animarse a descubrir el Nuevo Sur de Gales y luego darse cuenta, derramando lágrimas de felicidad, que es realmente el Viejo Sur de Gales? Para mí al menos, este es el principal problema de los filósofos, y de alguna manera es el principal problema de este libro. ¿Cómo podemos ingeniárnosla para estar por un lado asombrados en el mundo, pero a la vez sentirnos en él como si estuviésemos en casa? ¿Cómo puede esta estrafalaria ciudad cósmica, con sus ciudadanos apurados, con sus lámparas monstruosas y antiguas…cómo puede este mundo provocarnos a la vez, la fascinación de una ciudad extraña y el confort y el honor de ser nuestra propia ciudad?”
¡Cuánto más agradables resultarían las vicisitudes cotidianas si las miráramos con ojos de niño! Para ellos todo es nuevo y despierta curiosidad. Los adultos, cuando perdemos esa mirada infantil, sucumbimos frente a la rutina y la banalidad. El pequeño personaje nos hace reflexionar sobre la importancia de mantener viva esa capacidad de maravillarnos, incluso en medio de la monotonía de la vida cotidiana.
Asombrarse es “captar en lo cotidiano y habitual lo verdaderamente desacostumbrado e insólito” decía Joseph Pieper en el Ocio y la vida intelectual.
Ahí radica la verdadera paradoja del asombro: descubrir lo extraordinario en lo de todos los días, así el asombro se manifiesta como una respuesta natural ante la grandeza y la belleza de la realidad, percibida como la obra de un Creador divino.
Es necesario un camino de regreso a la sencillez, ahí en lo profundo donde está lo más real de la realidad, donde podamos resucitar ese espíritu indómito de la infancia en el que con ojos de pasmo podemos apreciar la verdadera belleza y sentido de la vida. Sentido, que solo cada uno de nosotros puede descubrir.
A veces requiere de la voluntad de detenerse y ver con ojos nuevos. No es fácil cuando la agenda de todos los días demandan urgencia. Porque, como nos enseñó Saint-Exupery en la voz del Principito “Lo esencial es invisible a los ojos” y lo más maravilloso de la realidad, se suele ocultar tras la coyuntura.
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