¡Viva la libertad cara...mba!

Por José Luis Rinaldi 

Con alguna modificación en su parte final, el título de estas líneas fue un slogan de campaña del señor Presidente de la Nación y que hoy es usado reiteradamente en sus exposiciones. Como todo slogan, que debe ser corto, impactante, fácil de recordar, no podemos pedirle que resulte más explícito acerca de qué se quiere decir al pronunciarlo con la vehemencia que lo caracteriza.
Por ello es que quizá, podría intentarse dar una explicación, buscar entender qué se nos quiere decir, y si pueden existir desviaciones interpretativas que terminen contradiciendo lo que se nos quiere transmitir.
Lo primero que surge, y no parece existir más que una sola interpretación, es que se quiere exaltar, estimar como buena, como conveniente, como necesaria, a la libertad en la sociedad política.
La última palabra, cara.... -cuyo origen parece estar en la canastilla que rodeaba en lo alto los mástiles de las antiguas embarcaciones-, está usado, entendemos, como una expresión de afirmación de la importancia y necesidad de la palabra que la precede: libertad.
Y aquí entramos en un terreno más complejo, por cuanto diversas acepciones tiene el término, y parece conveniente intentar desentrañar cuál o cuáles tienen prevalencia en el slogan en cuestión.
La primera aclaración que quizá sea necesaria hacer, es que el término libertad no es un concepto unívoco, ya que se quieren conceptualizar diversas realidades, con cierta vinculación entre sí. Tampoco, como algunos han pretendido, es la definición de persona, según aquello de que la persona se define por la libertad; es una facultad que tiene la persona, muy valiosa por cierto, y cuyo buen uso la exalta y perfecciona.

EXTERIOR E INTERIOR
Pero vamos a lo concreto: existe una primera importante distinción: la libertad exterior y la libertad interior. En la primera, nada externo a nosotros nos obliga a obrar en determinado sentido; no hay una coacción, una imposición desde afuera; gracias a ella podemos actuar y hacer. En cambio, hablamos de libertad interior (o también moral o libre albedrío) cuando nuestro actuar no sufre ninguna presión, coacción o fuerza proveniente de nuestro interior y nuestra elección es acorde a la recta razón.
La libertad exterior es la que nos permite actuar y hacer, y se diferencia la libertad física, que desde la perspectiva de la vida en sociedad es aquella que nos permite desplazarnos, movernos, gozar de la naturaleza, y que por ser nuestra conducta ajustada a derecho, no estamos encerrados en una cárcel o institutos que cumplen semejantes funciones y nos impedirían el libre desplazamiento y movimiento.
También aquí debemos incluir a la libertad civil en cuanto poder obrar a voluntad dentro de los límites impuestos por la ley; y a la libertad política, que nos permite participar en la “cosa pública” según nuestros deseos y parecer conforme lo que dispone la forma de gobierno elegida.
Es asimismo parte de la libertad exterior la libertad psicológica (o de conciencia y de pensamiento), en tanto nada nos debe coaccionar desde fuera para permitirnos expresar y manifestar nuestras ideas y creencias, sea en forma escrita o hablada. Aquella persona que está bajo la presión de otro, bajo su dominio, o lo dominan sus adicciones, habrá perdido al menos parcialmente su libertad psicológica.
La libertad interior o moral, también conocida como libre albedrío, significa aquella en la que la persona no tiene ni sufre ninguna presión interior, y por ello es que puede obrar o no obrar, obrar en tal sentido o en otro, querer el bien o elegir el mal. La doctrina clásica sostiene que esta libertad debe ser ejercida de tal forma que nos plenifique como personas, en optar o elegir lo que la razón capta como bueno y así mueve a la voluntad a actuar en ese sentido. En este ámbito, nuestro poder de elección debe ser ejercido de tal forma que sirva para nuestra realización como personas.
Respecto a la libertad moral o libre albedrío, si bien cabe reconocerla y exaltarla en cuanto tal, reside en la interioridad de la persona, es ella la que dispone el cuándo y el cómo usarla; sólo estaría incluida en el slogan en la medida que el Estado impida su ejercicio o lo coarte, o no respete su ejercicio o su finalidad de perfección de la persona.
El ejercicio de la libertad, al traducirse en actos exteriores implica actuar en el ámbito social, y por tanto en muchos casos nos lleva a relacionarnos con otros, sea por familiaridad, amistad, trabajo, diversión y en muchos casos, con grupos infrapolíticos y con el propio Estado, sea nacional, provincial o municipal.

¿A QUÉ APUNTA EL SLOGAN?
Volvamos al inicio. ¿A qué apunta entonces el slogan? Diseñado para una campaña política, y repetido dentro de ese ámbito, creemos que está dirigido primordialmente a algunas obstrucciones provocadas o enquistadas en el mismo Estado que impiden su pleno ejercicio.
En una rápida enumeración, podemos señalar algunos de esos factores que le impiden al ciudadano el pleno ejercicio de la libertad. Así:
1- La profusión de leyes, decretos, reglamentaciones, ordenanzas, resoluciones, etc. atentan claramente contra las libertades individuales, funcionan más como trabas u obstáculos ante cualquier emprendimiento del ciudadano común, impidiendo o dificultando su derecho a ejercer toda industria o comercio lícito, cuya contracara es la libertad de emprender. Y no necesariamente o exclusivamente el perjuicio se muestra en lo económico; piénsese en la familia, en una asociación civil, en una fundación, aún en cualquier acto altruista espóradico en un espacio público que se quiera realizar…, los permisos, las inscripciones, las inspecciones, los gastos de mantenimiento, las obligaciones que se le imponen al ciudadano que quiere participar y crear riqueza ó prestar un servicio. Terminan obligando a recurrir a terceros ante lo enmarañado que resulta obtener las autorizaciones con los mayores costos que implican.
2- La mala redacción de las leyes y de la normativa en general y sus contradicciones, también es un factor de traba para ejercer la libertad de comerciar o brindar servicios; muchas veces tantas ambiguedades llevan a que resulte imposible calcular el riesgo empresario. El ciudadano debe poder conocer a qué atenerse, cual es el régimen aplicable, sus alcances, en forma sencilla y coherente.
3- Los cambios continuos de regímenes legales, que dificultan cualquier plan a mediano y largo plazo, al no saber si las condiciones vigentes al tiempo del inicio se mantendrán en el tiempo y posibilitar así una planificación acorde.
4- Otro factor que también obstruye la libre iniciativa es la burocracia que han ido creando los diversos gobiernos y los propios organismos estatales en todos sus niveles y aún en las empresas bajo su administración; la cantidad de personas que deben intervenir en cada trámite, las firmas exigidas, la actitud socarrona del empleado o funcionario que se soslaya porque algo falta en la presentación del particular; las largas licencias y la imposibilidad de que otro empleado supla esa ausencia; el pago de aranceles muchas veces ridículos para dar curso al trámite, etc.; el propio lector tendrá sobrados ejemplos de lo que algunos han definido como “la máquina de impedir” o “la telaraña administrativa” o ha conocido a algún empleado como aquel de un Banco Oficial, al cual el público terminó apodando “el satánico Dr. No” ante las dificultades que creaba para efectuar el pago de una libranza judicial. Los tiempos que se toma la administración para resolver cuestiones menores es otro impedimento para la sociedad en libertad a la cual aspiramos.
5- La falta de estímulo para el personal estatal con una auténtica carrera en la Administración y la ausencia de cursos de perfeccionamiento solo termina perjudicando la debida gobernanza y al ciudadano en su libertad; tengamos en cuenta que desde hace ya muchos años se ha advertido la falta de comprensión de textos por parte de los estudiantes, que son quienes hoy en muchos casos ocupan cargos administrativos y deben resolver cuestiones que están dentro de su ámbito de actuación.
6- Las prestatarias de servicios públicos, en muchos casos monopólicas u oligopólicas, que hacen del ciudadano un rehén del mal servicio que prestan sin poder ejercer su libertad de optar por otra prestataria. Agravado lo anterior por la poca o nula actuación de los Órganos de Control creados luego de las privatizaciones, lo que obliga a judicializar cantidad de cuestiones que deberían ser resueltas en el ámbito administrativo y con la celeridad del caso.
7- El desconocimiento o no respeto por parte del Estado de aquel principio básico del orden social, de que aquello que no está prohibido está permitido; el Estado se considera custodio de y vigilante de no sabemos qué orden y es así que el principio se ha logrado invertir: lo que no está permitido, está prohibido. Así el Estado no está al servicio del ciudadano y no se considera favorecedor de su libertad, sino quien vigila atentamente su actuar.
8- Así como el desconocer otro principio fundamental cual es el de la subsidiariedad, conforme al cual no debe el Estado ocuparse de aquellas cuestiones que los ciudadanos debidamente organizados pueden llevar adelante por sí, quedando en sus manos sólo una actuación residual y en todo caso tendiendo su obrar a que sean los ciudadanos quienes puedan quedar a cargo a la mayor brevedad. Todo ello provoca que amplios ámbitos de libre actividad queden excluidos al ser indebidamente absorbidos por el Estado.
9- El sistema electoral vigente y la posibilidad de actuar en el ámbito político-social, tampoco favorece la participación ciudadana y el ejercicio de la libertad política, y ha fomentado y favorecido la creación de lo que últimamente se ha definido como “la casta”; lo cierto, que más allá de las exageraciones semánticas, la visión del cargo político como un botín, la ineptitud, la corrupción, el amiguismo, ha funcionado como un serio impedimento para ejercer la libertad política por parte del ciudadano común.

UNA ÚLTIMA REFLEXIÓN

Ahora acerca de la libertad interior o libre albedrío: para su ejercicio cada ciudadano debe esforzarse en formar su recta conciencia, en aprender a distinguir el bien del mal y actuar así en el ámbito de su libertad conforme a lo más conveniente a su propia naturaleza. Esa concepción sí debe incluirse en el slogan, pero no aquella que la confunde con hacer cualquier opción, aún cuando sea contraria al bien común, a los valores de la sociedad en la cual convive y a su propia persona. La libertad que parte del relativismo de los valores y la verdad, esa no debe ser exaltada ni propiciada por el Estado.
Quizá la reciente designación de un nuevo ministro de Desregulación y Transformación del Estado apunte a destrabar todas estas dificultades, y permita sí que el slogan de campaña se traduzca en reemplazar a la máquina de impedir, por un ámbito donde se facilite el uso de la libertad responsable de la ciudadanía.