Violencia política y el efecto imitación: una espiral descendente
Ojo por ojo y el mundo quedará ciego
M. Gandhi
El 2 de octubre de cada año en conmemoración del natalicio de Mahatma Gandhi, se celebra el “Dia Internacional de la No Violencia”, el ideario que llevó a cabo este enorme personaje y que modificó la historia. A pesar de múltiples instancias y hasta estadísticas que dicen que vivimos una época de menor violencia que otras históricas, al momento actual el mundo se encuentra en una espiral de violencia altamente peligrosa y al escribir esto, siendo el inicio del año nuevo Judío Rosh Hashaná, la posibilidad de una guerra en medio oriente con riesgo de extenderse es cada vez más real. Al mismo tiempo, en estos días en nuestro medio las expresiones de violencia desde los más altos niveles sociales son igualmente preocupantes.
Desde el inicio de la historia la violencia política, es decir aquella caracterizada por actos violentos destinados a lograr objetivos ideológicos, religiosos o políticos, ha sido una herramienta para fines específicos. Quienes la inician, al igual que en todo tipo de actos violentos conocen ese inicio, pero desconocen y frecuentemente no se pueden hacer cargo o inclusive avizorar las consecuencias futuras de esos actos. Entre esas consecuencias está el conocido efecto imitación, “Copycat Effect”, en el cual los actos de violencia que comienzan en un lugar llevan a la imitación por parte de otros que buscan en la repetición, de lo que el o los lideres indican, un mayor reconocimiento o ascenso en la escala de ese grupo de pertenencia. El inconveniente es el alcance y la amplificación del fenómeno y especialmente si el mismo una vez iniciado puede ser controlado.
El efecto Copycat es habitual en actos violentos, así es frecuente usar el termino en diversas áreas de la criminología y la psiquiatría forense, como en el caso de imitadores de asesinos célebres o inclusive en los casos de suicidio y de allí las recomendaciones en particular a la difusión de este y otros tipos de actos violentos contra otros o contra sí mismo. En particular en cuanto a la violencia política la imitación se refiere a imitar comportamientos observados en otros de alta referencia o incidencia, y/o en tiempo actuales, a la cobertura mediática y por redes sociales de o de los eventos. Un autor, Loren Coleman en su libro “El efecto Copycat y la influencia de los medios” (The Copycat Effect: How the Media and Popular Culture Trigger the Mayhem in Tomorrow’s Headlines), destaca cómo la validación, banalización o inclusive glorificación de la violencia a través de los medios puede catalizar más actos de violencia.
En la política, en épocas como las actuales de frustración social, donde la gente puede sentirse expulsada o marginada del sistema, líderes carismáticos que apelan a emociones fuertes, y a la violencia como forma de manifestación de ese descontento, muestran la violencia para lograr objetivos políticos o ideológicos, y eso puede alimentar el deseo propio de usar los mismos medios, pero quizás en el mundo de la acción concreta y no ya de la proclama. La historia de nuestro país está llena de casos concretos de estos en los que un líder exalta a la multitud que, transformada en turba, en un proceso asimilable a una psicosis de masas, actúa. Este efecto es particularmente fuerte en un clima en el que los individuos sienten que las vías convencionales para el cambio son ya inútiles. El llamado de quienes buscan canalizar ese descontento en su propio interés se multiplica.
Quizás el caso emblemático sea las instancias previas a la revolución francesa que terminó consumiendo a sus propios gestores o el de diversas revoluciones y los procesos de contrarrevoluciones o el de los inicios del nazismo. En nuestro medio, los ejemplos son lamentablemente muchos y se perpetúan en la actualidad con un profundo desconocimiento o desprecio del necesario aprendizaje que debiera aportar la historia. Para quienes lo inician, la violencia política es un medio de provocar miedo y que en ese miedo e ira algunos actúen como victimarios y otros como víctimas y así interrumpir sistemas establecidos para forzar un cambio político.
El auge de los grupos que apelan a lo extremo como forma de manifestación de temas que en muchos casos no revisten esa supuesta necesidad, demuestra cómo la violencia políticamente motivada se está convirtiendo en una táctica generalizada. Así temas que antes no motivan más que un debate de ideas televisivo, se transforman en amenazas, adjetivaciones, insultos, desacreditaciones personales absolutas, sobre aquel que ya deja de ser un interlocutor sino un enemigo y por momentos en la narrativa instalada, irreconciliable. Estos grupos prosperan en sistemas que son verdaderas cámaras de eco, facilitadas y amplificadas a menudo por plataformas de redes sociales, donde no es necesario probar nada ni poseer el conocimiento necesario. Todo ocurre rápidamente, ya la primacía es el argumento que cuanto más violento y agresivo, recibe mayores republicaciones, que en definitiva se existe solo en el contexto de ser conocido y repetido en redes sociales. Esta dinámica ha multiplicado el efecto imitación antes limitado, pero ahora facilitado al infinito, donde células que pueden ser grupos o anónimos, o perfiles falsos etc., replican acciones violentas vistas en otros lugares, buscando notoriedad y perpetuando un ciclo de violencia.
Los medios juegan un papel indispensable en la formación de la percepción pública de la violencia política y, a menudo, su cobertura puede propagar el efecto imitación. Es así que actualmente escuchamos periodistas, comunicadores varios o sujetos de notoriedad adquirida rápidamente en redes sociales, usar un lenguaje soez como modo de enfatizar su descontento. Cuanto más vulgar y violento, más claro parece ser el postulado. El rol de sujeto formal que pierde el control, se ha vuelto frecuente en personas por fuera de ello muy conservadoras y admiradores de otro tipo de orden social. Cuanta más atracción y repetición, el factor fundamental, que logren estos actos recortados básicamente de su contexto, es decir el periodista fulano, “se soltó y dijo”, y se agrega un insulto y esa atención ante el insulto, que sorprende, genera una mayor repetición en redes, que aumentará la posibilidad que esos actos sean imitados, En verdad si una persona que ejerce el lugar el referente respetable y que valida conductas utiliza esos recursos, el mismo recurso queda validado para quienes entienden que no les corresponde a ellos el control. En este sentido el efecto espectador, en el cual otro es el que se encargara de poner orden también se observa. Estudios sobre la cobertura mediática de tiroteos masivos en Estado Unidos, muestran que cuanta más atención reciben estos eventos, mayor es la probabilidad de que actos similares sigan. Es este mismo principio el aplicable a la violencia política. Cuando los medios cubren extensamente actos violentos políticos, corren el riesgo de glorificar a los perpetradores a los ojos de aquellos que se sienten igualmente descontentos.
Una de las consecuencias más peligrosas de la amplificación mediática es la normalización de la violencia como una herramienta legítima para el cambio y así el cambio sin especificaciones, ni aclaraciones que la harían ver en su real ropaje, aparece como el nuevo culto y la violencia como el instrumento de este. Así seres que viven en los extremos, en los bordes, ven a la violencia no solo como necesaria, sino también como heroica.
Las plataformas de redes sociales agravan el problema al proporcionar un espacio no regulado donde prospera esta retórica. Los algoritmos así llevan a la repetición del mismo mensaje creando la ilusión de realidad y que el caos es la vía, ya que está presente por la fracción de realidad que me presenta el algoritmo. Esta rápida difusión de información puede alentar a otros a actuar impulsivamente, movilizados por el deseo de ganar notoriedad o de avanzar en su agenda política.
El aspecto más preocupante del efecto imitación en la violencia política es su enorme potencial de escalada, de interés compuesto psicológico y emocional. Esto crea un peligroso feedback donde algunos envalentonados por el éxito o la notoriedad dada por la cobertura del líder de la manada mediática, planifican y ejecutan sus propios ataques.
Lo contrario a la imitación es la creatividad, el pensamiento individual y crítico, sin banderías, que llamaríamos sesgos cognitivos. No aceptar como válida la barbarie estigmatizándola como tal, así sea proferida por alguien que goza de popularidad o de poder. Por parte de los medios, asumir la responsabilidad de ser eso , solo un medio, no un poder, y así tener una mirada ética sobre cómo informan sobre la violencia política. Evitar el sensacionalismo, centrarse en las víctimas reales y las consecuencias de la violencia en lugar de glorificar a los perpetradores. Un periodismo responsable es hoy indispensable. Los comunicadores pagos, al igual que los profesionales mercenarios de cualquier área, como hemos vivido en los últimos años deben ser simplemente olvidados y ellos sí, estigmatizados.
Finalmente, ejercitar el uso crítico de las plataformas de redes sociales y cuestionar la violencia, a pesar de que coincida con ocultos deseos propios. Ya dijo Niemoller que “al final vinieron por mí, pero ya era tarde”.
La apología, la banalización, de la violencia nos ha llevada a desastres donde todos hemos perdido, quizás sea momento de estigmatizarla, señalarla, y especialmente ver el germen en el propio psiquismo, a pesar de que coincida con nuestra propia ideología.
El riesgo y las consecuencias ya las conocemos para nuestra salud mental y la de la sociedad.