Páginas de la historia

Víctor Galíndez

Hay un viejo aforismo, que podría ser oriental, que dice: “Que el árbol no nos impida ver el bosque”.
Implica que hay veces en la vida, en que una circunstancia -que podría ser un hecho deportivo por ejemplo- puede ocultar otro hecho también trascendente.
En lo deportivo, recuerdo que en un momento dado, José Luis Clerc fue el número 5 del tenis mundial. Una hazaña. Pero estaba en ese momento Guillermo Vilas, que era el número 2. Y todos los reflectores se encendían para destacar el justo mérito de Vilas, con lo que la figura de Clerc quedaba parcialmente relegada.
Situación parecida sucedió con Carlos Monzón y Víctor Galíndez. Monzón –seis años mayor que Galíndez- combatió en la misma época que este. Cuando en 1974 Galíndez se consagraba campeón mundial en categoría semi-pesado, Monzón hacía cuatro años que ya lo era en otra categoría. Catorce defensas del título durante casi siete años, hacen de Monzón una figura excluyente. De cualquier manera, los méritos de Galíndez fueron enormes. Y las circunstancias adversas también.
Accidentes con sus moto, fractura de maxilar defendiendo su título mundial contra Marvin Johnson, pelea que obviamente, perdió. Y tiene ya 31 años, que en el box ya es casi una edad avanzada; una operación de codo y otra de rodilla. Pero todavía le queda otro episodio nada fácil. Sufre un desprendimiento de retina y es operado de los dos ojos. Ya no volverá a pelear.
Tres meses después, no un rival, sino la vida, le asesta un K.O. definitivo. Él había declarado en una entrevista periodística poco tiempo antes: “Quise tener autos lujosos, dinero, fama y los tuve. Quise ser campeón mundial de Box y lo fui. Y quise vivir a mi manera y así viví. Ahora quiero ser corredor de autos de carrera. Es menos peligroso que el boxeo donde te pueden dar cien “piñas” por pelea. Con el auto, más de una piña por carrera no me podrían dar…”.

COPILOTO
Decidió comenzar como copiloto –es decir acompañante-, en una carrera de Turismo de Carretera en la ciudad de 25 de Mayo, en la Provincia de Buenos Aires. El coche número 19, con el que acompañaba al piloto Lizeviche, se detuvo por problemas en la caja, a un costado de la ruta. Conductor y copiloto decidieron dirigirse hacia una estación de servicio, que visualizaron a la distancia. Caminaban de frente a los competidores que pasaban a más de 200 km por hora.
Imprevistamente el coche número 71, que conducía Marcial Feijoo se tocó con otro, dio un trompo y se estrelló imprevistamente contra los cuerpos de Galíndez y Lizeviche. “Muerte instantánea”, dictaminaron los partes médicos. Su segunda mujer, Patricia Aguado, contaba tiempo después que Galíndez le había manifestado, el día anterior al accidente: “Te prometo por mis hijos que si no salgo primero o segundo, no corro más”.
No podemos saber si hubiese cumplido. Porque la promesa quedó trunca, como su vida. Como quedó con una herida profunda la vida de sus tres hijitos, dos pibas y un varoncito y también la de su compañera… El accidente acaeció un 26 de octubre de 1980.
En definitiva, su historia, de dos veces campeón mundial, porque lo perdió y lo reconquistó, con once peleas defendiendo fieramente su corona, es una historia triste. Porque las luces que lo iluminaron fueron efímeras. Pero las sombras que lo cubrieron fueron definitivas.
Galíndez ganó muchas peleas sobre el ring, 55 victorias en total. Pero bajo el ring perdió siempre. Cuando falleció, le faltaba menos de una semana para cumplir 32 años.
Fue tan noble como indisciplinado. Posiblemente quiso recuperar lo que su infancia triste y muy humilde no le permitió tener. Pero lo que faltó en la infancia siempre faltará.
Y el aforismo final, que pertenece: “Lo que sobra no reemplaza lo que falta”.