Vicios y mañas de un político
Joseph Fouché
Por Stefan Zweig
Ediciones Godot. 247 páginas
Stefan Zweig dedicó uno de sus mejores libros a Joseph Fouché, el intrigante, artero y calculador jefe de Policía que marcó el ritmo de la Francia de la era napoleónica y desconcertó desde entonces a historiadores y literatos.
El prolífico autor austríaco veía en su insólita trayectoria un ejemplo representativo del maquiavelismo que envuelve al mundo de la política y a sus moradores.
Nacido en 1759 y muerto en 1820, Fouché había sido un personaje opaco, más bien secundario, que se las ingenió para ejercer el poder detrás del trono creciendo a la sombra de grandes figuras, mucho más formadas y locuaces, a las que fingía servir para luego traicionar.
Lo hizo numerosas veces. Fue maestro de sacerdotes, revolucionario moderado, protosocialista y ateo, jacobino, adversario de Robespierre, enemigo de Napoleón, después ministro de Napoleón y nombrado duque de Otranto, luego otra vez enemigo de Napoleón y al final ministro de la restauración monárquica que en 1815 llevó al trono francés a Luis XVIII.
Zweig cree que si Fouché tuvo una característica dominante fue su renuencia a comprometerse de manera total con algo o con alguien. ¿Su gran defecto? No haber sabido retirarse a tiempo.
En las disputas políticas no buscaba destacarse; su mayor habilidad era la de saber esperar y calcular. “No le gusta exponerse -apunta Zweig-, le gusta eludir responsabilidades. Su arte magistral no es el de hablar culto y cautivante, sino el de susurrar, el de esconderse detrás de otro”.
Y sus opiniones cambiaban según las conveniencias de sus necesidades en la inagotable lucha por ganar y conservar poder. En ese sentido, tal vez, pueda comprenderse mejor que el subtítulo del libro sea “retrato de un hombre político”.
Zweig (1881-1952) es contundente en la pintura de un personaje que lo fascina pese a su evidente amoralidad. Un incomprendido por la historia y la literatura, hecha la excepción de Balzac, quien lo consideraba “la más poderosa cabeza que he conocido jamás”.
Motivos no faltaban para el desconcierto. Zweig lo reconoce. “Estos giros audaces -observa-, estos cruces descarados al otro bando a plena luz del día, estas huidas hacia el vencedor son el secreto de Fouché en la batalla”. El secreto y, al final, la causa de su caída en desgracia y el paso al ostracismo.
Esta biografía, ahora recuperada por Ediciones Godot con traducción de Nicole Narbebury, es típica del estilo y los métodos de Zweig, y de la época en que se publicó originalmente (1929 en este caso).
En ella la narración y las reflexiones del autor se combinan con naturalidad, sin pretensiones de academicismo ni excesivas precisiones documentales. Lo mismo que a otros biógrafos literarios de su tiempo, a Zweig le importaba identificar en trazos gruesos la semblanza psicológica de los personajes antes que la minucia de sus experiencias cotidianas.
Esta penetrante intuición del alma de los biografiados se volcaba en la recreación de escenas reveladoras de sus temperamentos. Allí ganaba predominio el Zweig novelista, siempre certero para concentrar el ruido y la furia de toda una vida en unos pocos episodios significativos, bien seleccionados y mejor relatados.