Siete días de política

Vicentin: un primer intento de radicalización que salió mal

El presidente se enredó con la expropiación de la cerealera. El virus está siendo utilizado como herramienta para resucitar el proyecto estatista que fracasó en el anterior turno de CFK.

Alberto Fernández: “Tenemos que terminar de aventar esa historia negra de que Cristina me reta, me pega dos gritos y me hace hacer lo que no quiero hacer. Eso no existe y yo no permitiría que exista"

Los Siete días de política publicados en este espacio el domingo último terminaban con un párrafo que devino profético en apenas 24 horas. Allí se daba cuenta de la guerra lanzada por Cristina Kirchner contra la oposición en el Senado, se anticipaba que ese partisanismo impactaría sobre la “conducción” de Alberto Fernández y se advertía que la convertiría en superflua, abriendo una “nueva etapa en la que el cristinismo se volvería determinante para el rumbo del gobierno”.

Al día siguiente la previsión se transformó en un hecho con el asalto a la cerealera Vicentin. En rigor, no hacía falta ser Nostradamus. La ofensiva se veía venir porque el Senado es feudo de Cristina Kirchner. Su banco de pruebas.

El episodio Vicentin se encuentra todavía en desarrollo, pero ya demostró que la gestión “albertista” difícilmente se aparte de la del kirchnerismo. Cualquier diferencia obedecerá al deterioro que se aceleró a partir de 2011 con la gestión CFK-Kicillof. Un deterioro que pone límites a cualquier restauración del populismo “K”, porque el estado está fundido. Hacer populismo sin caja no sólo es complicado; puede desembocar en un caos. Los límites al kirchnerismo los genera la realidad que es su más tenaz opositora. No Macri, no el radicalismo,  no Elisa Carrió.

El intento de expropiación de Vicentin dañó la imagen de “moderación” con la que muchos periodistas y políticos trataron de camuflar a Fernández. Inicialmente el presidente había buscado una salida negociada con los dueños mediante una transferencia de acciones al Estado, pero esa alternativa quedó fulminada con la intervención de su vice.

Lo dejó en claro su vocera, la senadora camporista Fernández Sagasti, en la conferencia de prensa en la que se anunció la expropiación. Allí agradeció al presidente haber adherido a “nuestra propuesta”. Un gobierno por adhesión.

Contra toda evidencia Fernández dijo que la idea era suya. Pero cabe recordar que también había dicho que aumentaría las jubilaciones y las terminó usando como variable de ajuste. Había calificado asimismo como una locura la idea de la diputada Vallejos de que el estado se quedase con las empresas a la que ayudó. Quedó claro que lo que importa no es lo que dice.

Después de las protestas empresarias y del segundo cacerolazo en seis meses, Fernández recibió al dueño del grupo. Consiguió al mismo tiempo que los interventores estatales asumieran sus cargos tras haber sido eyectados por una turba poco amistosa del hotel santafecino en el que se alojaban.

A esa altura el presidente ya buscaba nuevamente una salida negociada. Fernández Sagasti había quedado afuera. Después volvió a cambiar de rumbo y siguió insistiendo con la expropiación.

Fernández produce una inacabable lluvia de declaraciones desde los medios mañana, tarde y noche. Improvisa y se equivoca. Pero detrás de eso hay un plan: la estatización de la actividad económica en el mayor grado posible con fines de control político. La cuarentena eterna ha sido la llave para poner a sueldo del gobierno a porciones crecientes de una población ya ideológicamente estatista. Al mismo tiempo, se avanza sobre los empresarios que juegan el juego del peronismo, porque son capitalistas prebendarios siempre a la pesca de subsidios y protección. Por eso sólo reaccionan cuando quieren quitarles las empresas. No tienen con los políticos diferencias ideológicas, sino de caja. Resumido: los pobres quieren vivir del Estado; empresarios y políticos, ordeñarlo. Los que están en el medio cacerolean. Por eso el estatismo es tan popular a pesar de la miseria que ha sembrado a lo largo de 75 años (ver Visto y Oído).

¿Hasta dónde avanzará este “modelo”? Su principal condicionante es la situación económica. La cuarentena facilita el ejercicio monopólico del poder, pero destroza las variables macro. También hay un porcentaje de la sociedad que privilegia su autonomía y rechaza a los políticos populistas y sus prácticas de corrupción. Este sector está, sin embargo, en franca minoría. También lo está su representación política, poco confiable y sin liderazgo.

La débil oposición enfrenta a un presidentecon una autoridad recortada. Cristina Kirchner en cambio tiene la decisión política que le falta a sus colegas. Este es su gobierno, no el del candidato que puso a dedo.

En la novela de Robert Louis Stevenson “Jekyll y Hide” el título induce a un error. El lector supone que se trata de dos personajes, pero hacia el final descubre que es solo uno. La literatura ayuda muchas veces a ilustrar la política mejor que el periodismo.