Verborrea transgresora de un falso predicador

Piquito en los vientos

Por Gustavo Ferreyra

Ediciones Godot. 135 páginas

El último eslabón de la cadena no tiene porqué ser el más fuerte. Piquito en los vientos viene a terminar la serie protagonizada por Piquito, un personaje que camina por la cornisa de la existencia, que recorre incansable un laberinto mental sin salida.

Después de purgar un tiempo en prisión, se traslada a la Patagonia para vivir escondido en una cabaña destartalada junto a un río. No está solo, lo acompaña Abril, la hija de Josefina, su compañera fallecida.

Transgresor, encarna con la joven un romance difícil de etiquetar. Ha salido de la cárcel con aires de predicador y reflexiona sobre el sentido de la vida como un Mesías sin grey.

En los vericuetos de la historia lo único firme de su ser es el pasado, que como un ancla, parece mantenerlo a salvo del naufragio. Los días de la escuela primaria, los del colegio secundario, la rudeza de la dictadura, el despertar a la vida joven. Todo cabe en el relato de Piquito.

De allí que la religión y la política se cuelen y ganen protagonismo en la historia. Piquito ha recibido un aviso: pronto lo visitará Bruna, una antigua alumna que viaja hasta el sur con la misión de llevarle la palabra de la Virgen, reivindicada por sobre la figura de Cristo pero, al fin de cuentas, rebajados ambos a la condición de dioses maltrechos.

Enamorado de Cristina (Fernández), Piquito afirmará que la expresidente tiene “las tetas como dos verdades”, pero sin hacer alarde. En su divague le sugiere usar escote como si fuera un arma política singular, y carga contra el macrismo como “el campo de la mentira” donde todo germina con facilidad.

El texto discurre entonces en un permanente ejercicio mental, una narrativa en primera persona salpicada por algunos diálogos que flotan como islotes entre las páginas. Poco a poco la tensión lo irá ganando todo hasta desembocar en un final inesperado.