“Uno de los dramas de América Latina es que las instituciones están demasiado politizadas”

Entrevista al escritor y politólogo colombiano Mauricio García Villegas quien visitó recientemente la Argentina. Nuestras sociedades, asegura el catedrático, se caracterizan por un peso excesivo de las emociones tristes como el odio, la venganza o el resentimiento. Entre las causas habla de una legitimidad institucional precaria a lo largo de la historia, y de la falta de un mito fundante. La cultura y el derecho, posibles soluciones a largo plazo.

Las sociedades de América Latina, al menos en el ámbito político, son víctimas de emociones que la apocan y limitan como el odio, la venganza, el resentimiento o la amargura. Esta situación tiene su origen en las condiciones particulares de una organización social caracterizada por una legitimidad institucional precaria y una capacidad administrativa limitada.


El politólogo colombiano Mauricio García Villegas parte de esta premisa para realizar un agudo análisis de la situación que vive la región. “Uno de los dramas de América Latina es que las instituciones están demasiado politizadas”, asegura el escritor colombiano (Doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, y Doctor honoris causa por la Escuela Normal Superior de Paris-Saclay) durante su breve visita a Buenos Aires para presentar su último trabajo “El viejo malestar del nuevo mundo-Ensayo sobre las emociones tristes en América Latina, sus desafueros y sus pesares” (Ariel. 390 páginas).

En un hotel porteño de barrio Norte recibió a La Prensa y habló sobre las emociones tristes que afectan al hombre y a las sociedades, el fracaso de las repúblicas, el origen común de esa frustración en Latinoamérica y la falta de un mito fundacional donde la política no se meta.

- ¿Los seres humanos somos más emocionales o racionales?

- En el último medio siglo lo que conocemos como la revolución cognitiva (integrada por neurocientíficos, psicólogos evolutivos, expertos en computación y biólogos, entre otros) ha demostrado que la emoción nos impulsa mas y nos determina mas que la racionalidad. No quiere decir que no seamos racionales, sino que muchas veces esa racionalidad queda opacada por nuestras emociones. Esto se debe a que las emociones están actuando constantemente, son desaforadas y no necesitan ningún esfuerzo, todo lo contrario, nos impulsan y nos animan. En cambio, la racionalidad es algo que tenemos que poner en marcha e implica un esfuerzo mental y corporal y que no tiene un resultado garantizado. Muchas veces el esfuerzo racional no conduce a la verdad y nos equivocamos.

- ¿En que favorece al hombre ser más emocional?

- Dentro de la emocionalidad, lo más importante es la imaginación. Como decía Yuval Harari en su obra “Sapiens” el hombre inventa cuentos, mitos e historias. Creemos en un dios, en una patria y millones de personas empeñadas en el mismo propósito y empresa. En ese contexto, algo que se torna importante en el ser humano es el autoengaño porque permitió que no desfalleciera ante los problemas. Es posible que dentro de los homos que había hace cien mil años como el neandertal o java, hubiera otros más racionales que nosotros y que tuvieran una noción de la realidad más correcta. Pero nosotros éramos los más imaginativos, los más emocionales y esa emoción nos llevó al triunfo con respecto a los otros homos. Seguramente fuimos los que nos inventamos los dioses más poderosos, las historias épicas más extraordinarias y los que creíamos más en nosotros mismos.

- Sin embargo, el exceso de ciertas pasiones puede ser contraproducente para el hombre…¿Es necesario dirigirlas y encauzarlas?

- Los griegos hablaban mucho de eso. Hesíodo. También Homero en “La Ilíada”, por ejemplo, comienza diciendo cómo es posible que la ira nos haya llevado a la situación terrible de asesinatos que ocurrió cuando los guerreros volvieron de Troya después de vencer. Los griegos sabían que las pasiones nos podían llevar a situaciones indeseables y a la catástrofe. Entonces eran muy conscientes que teníamos que precavernos contra esas pasiones, como anticiparnos a ese futuro. Por ejemplo, el odio nos enceguece y nos puede conducir a perder muchas cosas. Borges habla de los peligros del miedo, de como afecta más al que lo siente que a la persona que odiamos. Hay un cuadro de Rubens en el que se observa a la Virgen y a San Francisco tratando de impedir que el Cristo enfurecido, lance un rayo contra el mundo (NdR: Ver imagen que ilustra esta nota). La Virgen María tratando de detenerlo es una imagen típica de la madre latinoamericana tratando de que su marido aplaque su ira y no la emprenda contra sus hijos. En realidad, lo que todos sabemos es que tenemos que desconfiar, en algún punto, de nuestras pasiones. En definitiva, a las emociones no podemos extirparlas de nosotros mismos, lo que podemos hacer es controlarlas. La cultura y el derecho son dos antídotos contra el desborde de las emociones. La educación. A los niños se los educa a controlar sus emociones y a respetar las diferencias.

- Usted habla de emociones tristes ¿Qué significa?

- Baruch Spinoza, que es un gran filósofo moderno, decía y además lo practicaba que hay emociones que nos estropean, que nos malogran y que si no las controlamos nos llevan al desastre, como por ejemplo el miedo, la envidia, la arrogancia, el resentimiento o el odio. Y las llama tristes por sus efectos, porque producen un resultado lamentable. El filósofo decía: “Yo he decidido tratar de no sentir odio y esas cosas, a mi lo que me interesa es entender”.

- ¿Este concepto de emociones tristes también se puede aplicar a las sociedades?

- Si, lo que yo hago en mi libro es utilizar ese concepto individual para aplicarlo a los grupos y países, porque también tienen emociones tristes. Como un ecualizador de música donde cada botón es como una tonalidad que sirve para los arreglos de una canción, cada sociedad tiene sus “arreglos” donde las emociones tristes adquieren su peso.

- Al igual que el hombre, entonces, una sociedad también necesita reglas para que las pasiones no se desborden

- Thomas Hobbes decía que cuando el estado no funciona, cuando no hay poder que disuada a las personas de cometer desmanes las emociones se desatan y entonces la codicia, las ansias de gloria, la envidia, el miedo a que el vecino se apropie de lo mío, inmediatamente afloran en todas partes. Entonces hay que poner un príncipe absoluto que controle a estos seres humanos que tiene una naturaleza desaforada, perversa y egoísta. Se necesitan instituciones que se acomoden a esa naturaleza humana de ángeles y demonios.

- En su ensayo, Ud sostiene que esas emociones tristes son un rasgo distintivo de las sociedades latinoamericanas…

- Así es, esas emociones que no son innatas, únicas ni raciales, han tenido una importancia particularmente fuerte en el continente latinoamericano. Yo creo en el americanismo, tenemos una cultura muy parecida, unos arreglos emocionales similares que se notan mucho en nuestras ideas de la autoridad, de la familia, del vecino…No es nuestra sangre, nuestro mestizaje…es el tipo de instituciones que hemos tenido, de normas que nos han regido lo que explica en buena parte el peso de esas emociones tristes en nuestra región. Históricamente, durante la época de la colonia no es que el estado era muy fuerte, pero había un dispositivo que era muy eficaz entre la Corona, con algo de fortaleza militar, y la iglesia que era un poder cohesionador muy fuerte. Cuando llegó la república, en muchos sitios, la iglesia perdió fuerza, los curas españoles se fueron y los campos quedaron un poco a merced de las emociones desatadas. Entonces, en Latinoamérica los caudillos -como Rosas en Argentina, Páez en Venezuela o Santa Anna en México- surgieron porque el estado y la república eran incapaces de asegurar los bienes y las vidas de las personas. Después fueron ganando terreno hasta que llegaron a ser presidentes y gobernaron como si fuera sobre una hacienda. Y estos caudillos no se han acabado, todavía los vemos en Nicaragua, en Venezuela o en El Salvador. Y siempre en Latinoamérica seguimos teniendo la idea de que un caudillo puede llegar para sacarnos del desorden y el caos, pero que en definitiva termina siendo una frustración porque no lo puede arreglar. El despotismo ha demostrado que no funciona bien.
- ¿Se puede hablar de un fracaso de las repúblicas?
- En la República, los próceres de la Independencia a principios del siglo XIX subestimaron lo importante que era la legitimidad del orden colonial. Habrán pensado….”se fueron los españoles y el terreno es nuestro basta con que creemos unas instituciones nuevas que vamos a copiar de Francia y los Estados Unidos”. Y el funcionamiento de la nueva legitimidad no fue tan fácil. Los españoles se llevaron su sistema donde la Iglesia controlaba a la sociedad y un estado que se consideraba legítimo con un monarca que estaba en Madrid que nadie veía pero que todo el mundo se imaginaba. Los presidentes no lograron tener el aura, esa imaginación de lo sagrado que producía el monarca, entonces fracasaban y perdían la legitimidad. Y por ese fracaso, como decía anteriormente, surgían los caudillos que decían “hagamos las cosas a la brava a ver si funciona”, pero tampoco funcionaba. En América Latina seguimos un poco en esa encrucijada que es tratar de conseguir legitimidad democrática, pero lamentablemente tenemos una clase política y partidos muy corruptos e incapaces que no producen el aura que invocan lo sagrado. Hemos perdido el mito de lo sagrado en la política y entonces la gente se desencanta y dice que venga un tirano. Vamos de la anomia al despotismo con mucha facilidad.
- Y es ahí, en esa falta de orden donde nacen las emociones tristes…
- Claro, mi libro no es en contra de las emociones, nada útil se puede hacer sin pasión decía Hegel. Las pasiones son fundamentales. Y una de las cosas que hemos perdido en América Latina es la pasión por las instituciones y por la democracia constitucional. Hemos perdido el mito por lo que nos une, esa cosa sagrada, esos consensos sagrados donde la política se suspende y todos están de acuerdo. Por ejemplo, en Francia, antes de la Revolución Francesa lo sagrado era el rey borbón ungido por Dios, era lo intocable. Se podía opinar en algunas cosas, pero eso era lo sagrado. Después de la revolución lo intocable pasó a ser el pueblo, sus leyes y su constitución como una religión laica. Se cambió lo sagrado por la república. Los países necesitan eso, un mito fundacional. En América Latina ese mito fundacional intentó basarse en lo que hicieron los países modernos, es decir, en la constitución y la soberanía popular. Pero nunca fue fácil porque esas constituciones existían en el siglo XIX pero cuando llegaban los conservadores querían manipularlas para hacerla muy parecida al régimen anterior, al colonial, donde la iglesia fuera central tuviera a la educación en sus manos. Después llegaban los liberales y también querían terminar con la iglesia, expulsar a los eclesiásticos. Uno de los dramas de América Latina es que las instituciones están demasiado politizadas, es común que cuando llega el gobernante con su camiseta partidista trate de acomodar las instituciones a su propia ideología. Nunca hemos logrado que las instituciones realmente estén por encima de lo político, entonces la política lo invade todo, la economía, la educación, las instituciones. Los políticos son demasiado invasivos. Hay que proteger ciertos ámbitos de la política. Sobre todo, el de las instituciones. Es fundamental entender que cuando se trate de la justicia, de la separación de los poderes o de los valores fundamentales que sustentan nuestra nacionalidad que están en la Constitución, ahí la política no entra. Uno de los grandes dramas de América Latina es la perdida de ese lugar donde la política se suspende, ahí donde todos dicen: Acá no nos enfrentamos.
- ¿Cuáles pueden ser las posibles soluciones?
- Si consideramos que los dos valores centrales de la teoría política son la libertad y la igualdad, uno de los grandes temas en los que hemos fracasado es en construir una igualdad cercana o parecida a los que dicen nuestras constituciones y nuestras leyes. Instauramos la ciudadanía y la igualdad, pero en realidad seguimos teniendo una sociedad arcaica muy parecida a la colonial. Por lo tanto, las soluciones no son mágicas, sino que son un conjunto de elementos. Es necesario tener mejores diseños institucionales, sobre todo para mejorar nuestras clases políticas muy apegadas al clientelismo y a la corrupción, producir para mejorar la economía y tercero, mejorar la cultura ciudadana, la educación. El problema es que esas cosas que hay que hacer toman tiempo y que implican varias generaciones. Mejorar la educación no se soluciona en un gobierno. Pero como a los políticos solo les importa el corto plazo, lo emocional, lo impactante por las redes, las tendencias, se genera como una dinámica interna en la política para desfavorecer el largo plazo.