García Morillo: Canción triste y danza alegre; Barber: Adagio para cuerdas, opus 11; Pergolesi: “Stabat Mater”. Con: Florencia Burgardt, soprano; Mariana Rewerski, mezzo; Coro Nacional de Niños (direc.: María Isabel Sanz) y Orquesta de Cámara del Congreso de la Nación (direc.: Sebastiano De Filippi). El viernes 24, en el Salón de Pasos Perdidos del Congreso Nacional.
Se podrá decir que nuestros senadores y diputados sesionan poco. Pero no sería correcto afirmar que desatienden la promoción de las artes y la cultura. En la penúltima sesión de su temporada de este año, la Orquesta de Cámara del Congreso de la Nación ofreció el viernes un concierto integrado por tres obras bien diferentes, que bajo la batuta de Sebastiano De Filippi tuvo como hilo conductor un destacado rango global en todo su contexto. A lo que cabe sumar una gran afluencia de público, que a favor del ingreso libre y gratuito desbordó el Salón de Pasos Perdidos a punto tal que fue necesario agregar más sillas, pese a lo cual buena parte de la concurrencia debió permanecer de pie.
HOMENAJE
La velada se inició con una pieza breve de nuestro colega de La Nación Roberto García Morillo (1911-2003), en conmemoración de las dos décadas de su deceso. Escrita originalmente para piano y estrenada en 1941 en Montevideo, ‘Canción triste y danza alegre’ es uno de los números de la primera serie de ‘Cuentos para niños traviesos’ (1932). Orquestada con criterio por Pablo Salzman, la obra del distinguido compositor argentino fue objeto de una edición vivaz, liviana, que tradujo adecuadamente sus acordes influidos por la impronta del ruso Alexandr Skriabin.
Le tocó luego el turno al célebre ‘Adagio para cuerdas’ (1938), del estadounidense Samuel Barber (autor también de las óperas ‘Vanessa’ y ‘Antony and Cleopatra’). Trabajo de estética neo-romántica derivado del movimiento homónimo del Cuarteto opus 11, de líneas conmovedoras, difundido por las emisoras del país del norte cuando se anunció la muerte de Roosevelt, su versión reveló no sólo aplicado, limpio y parejo cometido de conjunto, sino que expuso también espléndida densidad sonora y expresiva y cadencias de acabado despliegue, así como también agraciado equilibrio dinámico y redondez conceptual.
CORO DE NIÑOS
En la segunda parte pasamos a una obra sacra (1736) del exquisito y polifacético creador barroco Giovanni Battista Pergolesi. Dividido en doce números, el ‘Stabat Mater’ incluye arcos, canto, bajo continuo y órgano, a cargo esta vez de Javier Escobar con teclado electrónico.
De Filippi manejó esta pieza doliente con elaboradas inflexiones, gesto claro y contagiosa vibración, y concertó con estilo y seguridad. La soprano Florencia Burgardt lució registro algo pequeño, pero fresco y bonito, y dijo con clase, al tiempo que la mezzo Mariana Rewerski exhibió metal cálido, envolvente y comunicativo, de interesantes modulaciones. Ambas confluyeron, y se lo debe decir, en dúos de hermoso esmalte.
Pero lo que resultó realmente sobresaliente fue la labor del Coro Nacional de Niños. Preparado por María Isabel Sanz (siguiendo los trazos de Vilma Gorini), la agrupación sorprendió, en efecto, debido a su magnífica resonancia y su impecable musicalidad. Perfectamente disciplinado, diestro en los ejercicios polifónicos, bello en su alma de conjunto, la faena de este amplio grupo infanto-juvenil, particularmente en la afinación de la zona alta, refleja loables vocaciones: cada uno en lo suyo, la de su conductora y las de sus entusiastas seguidores.
Dos observaciones finales. El ingreso del público se demoró mucho más de la cuenta y no estuvo bien sincronizado con el inicio de la función debido a los excesivos controles que realizó la institución legislativa. Otra: tal vez debido a la irregular absorción acústica del recinto, la sonoridad de la cuerda grave pareció excesiva dentro del empaste colectivo en más de un momento. O se ecualiza mejor la amplificación. O se aligeran las filas de violoncellos y contrabajos.
Calificación: Muy bueno