APUNTES SOBRE LA VIDA EJEMPLAR DEL SIERVO DE DIOS ANTONIO SOLARI
Una santidad de pantalón y saco
Un libro de poemas de Antonio Pagés Larraya que prologó Olga Orozco y publicó la Fundación Argentina para la Poesía en 1984, titulado Plaza Libertad, representa más y mejor que un cumplido lírico al lugar, una asimilación espiritual con esa manzana verde del barrio de Retiro, hacia 1780 conocida como el hueco de Doña Engracia y lindante hoy con los edificios de Recoleta.
Su autor que solía parar en algún café próximo a la plaza, donde en la esquina de Marcelo T. de Alvear y Libertad se levantó la tradicional Confitería París demolida en 1959, contrapuso en cierto pasaje de la obra el lúgubre trasfondo del insomnio con el auspicioso repique matinal del templo aledaño: “Estoy despierto/ pronto llegará a la ventana/ el primer campaneo de las Victorias”.
Y es verdad que la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, en Paraguay y Libertad, inaugurada como capilla en 1883 y creada parroquia en 1955 por Monseñor Santiago Luis Copello, a cargo de los sacerdotes redentoristas desde su origen, ha sido reconocida además que por su representativa condición de sitio para el culto piadoso, como un hito de misericordia especialmente cumplida en servicio y entrega al prójimo durante décadas, por un miembro de su feligresía: el hoy Siervo de Dios Don Antonio Solari.
Es tradición que hasta la sacristía y el despacho eclesial llegaban a diario en busca de ayuda económica, un gran número de necesitados de los bienes más elementales para la subsistencia. Con “bolsillo inagotable” para el ejercicio de la caridad cristiana, virtud que practicaba silenciosamente y siempre con sonrisa amable -según testimonios unánimemente recogidos para su causa de beatificación por su postulador R.P. Ariel Cattáneo y su vicepostuladora, profesora Mabel Bacigaluppi-, sabía brindarla a manos llenas este activo vicentino identificado con la doctrina del catolicismo social promovida por Federico Ozanam, quien fue beatificado en 1997 por San Juan Pablo II llamándolo en la ocasión “el apóstol laico más grande del siglo XIX”.
JUSTICIA SOCIAL
También Solari como su bien leído Ozanam, buscó dentro de sus posibilidades sustituir la limosna por la justicia social, concepto tan vapuleado al presente por el actual titular del Poder Ejecutivo Nacional. Y justamente el Siervo de Dios lo pretendía difundiendo los libros y el ejemplo de vida del ilustre profesor de La Sorbona y profesor de Derecho Comercial en Lyon, cátedra que a juicio de Alberto Rodríguez Varela resultó precursora de las encíclicas sociales iniciadas con la Rerum Novarum.
El Padre Alfredo Sánchez Gamarra (C.SSS.R), en el libro Vida del Padre Grote Redentorista, dibujó en 1949, mediante el rastreo de informes lejanos en el tiempo, la imagen juvenil de don Antonio: “31 años. Esbelta y varonil estampa. Alma de ángel, sencilla y pura. Tres únicos amores: Dios, los pobres, su madre.”
Así era treintañero y así perseveró en espíritu cristiano y solidario con los pobres este Oblato Redentorista, como fue distinguido en 1889 por el Superior General de la Orden, R.P. Nicolás Mauron. Y por más datos biográficos a agregar, era terciario dominico y en especial fervoroso del “Poverello de Asís”, de San Alfonso María de Ligorio, fundador de la Orden Redentorista, y de San Vicente de Paul, creador de la Confraternidad de la Caridad y precursor de la Doctrina Social de la Iglesia que Solari abrazó con tanta pasión.
Otro de sus biógrafos posteriores, el franciscano Fray Contardo Miglioranza, le dedicó un capítulo en el libro Santos Argentinos, publicado en el año 2002, reafirmado su carisma: “Se hizo famoso entre sus amigos por el bolsillo de su chaleco, que parecía inagotable. Vivía de su trabajo y debía mantener a sus familiares; pero siempre había algo para los pobres.” Y a continuación trascribió un testimonio del doctor Roberto Molina Gowland, integrante del grupo “Pregoneros Social Católicos” y uno de los redactores de la sección Orientación Social a cargo de Ambrosio Romero Carranza en la revista Criterio, cuando estaba la publicación dirigida por Monseñor Gustavo Franceschi: “Acompañando a Solari en sus visitas a los pobres, nunca faltaba gente que se acercaba para pedirle limosna, pues estaba muy extendida su fama de no negar a nadie el socorro que le pidieran. En esas oportunidades comprobé algo que llamó mucho mi atención: del bolsillo de su chaleco, el dinero siempre manaba. Parecía una fuente inagotable. ¿Era la Divina Providencia, que así recompensaba a su ardiente caridad?”
ENRIQUE SHAW
Si el genio es la región de los iguales, también lo es la santidad, genialidad del espíritu. Bien cabe entonces vincular sin esfuerzo a dos virtuosos heroicos de nuestro país y nuestro tiempo, de saco y corbata. O cabe mejor emplear las propias palabras de Pío XII sobre nuestro evocado expresadas a Jorge Durand, integrante de la Confederación Vicentina de la parroquia de Nuestra Señora de las Victorias, en una audiencia que le concedió en el Vaticano.
El Pontífice que había conocido al ahora Siervo de Dios en el Congreso Eucarístico Nacional de 1934 al que Monseñor Pacelli concurrió siendo Secretario de Estado del Vaticano como representante personal de Pío XI, le trasmitió a su interlocutor que “Antonio Solari era un santo de pantalón y de saco”, acentuando la importancia de su condición laical cuando la vestimenta eclesiástica no estaba secularizada ya que incluso el “clergyman”, se empezó a usar especialmente en los años setenta del siglo XX.
En ese entendimiento no es peregrino identificarlo con el hoy Venerable Enrique Shaw, marianos ambos, laicos los dos, con actividad empresarial uno y contable el otro en tanto Colector de Rentas del Arzobispado de Buenos Aires, designado por Monseñor León Felipe Aneiros y en 1934 protesorero del Congreso Eucarístico Nacional, pero habiendo insuflado en sus respectivos quehaceres y en afirmación de que entre las cuentas y los balances también está Dios, el afán –y el ideal- por devolver lo debido al necesitado, viva en sus corazones la enseñanza de San Ambrosio: “El pan que hay en tu despensa pertenece al hambriento; el abrigo que cuelga sin usar en tu guardarropa, pertenece al desnudo; los zapatos que se están estropeando en tu armario pertenecen al descalzo”.
Consubstanciados pues en el valor trascendente del bien común, si Enrique Shaw promovió en 1956 la sanción de la ley de asignaciones familiares, Antonio Solari, en los primeros años del siglo XX había secundado al sacerdote alemán redentorista Federico Grote -a cuyo quehacer por la elevación de los trabajadores adhirió en su juventud Alfredo Palacios antes de abrazar el socialismo, aunque nunca apostató de Cristo y sus enseñanzas evangélicas- en las tareas de organización y administración de los Círculos Católicos de Obreros, iniciados en el país por el nombrado religioso fallecido en la Argentina en 1940 y fundador en 1900 del diario católico El Pueblo entre otras realizaciones AMGD
PERTRANSIIT BENEFACIENDO
Don Antonio Solari nació en Chiavari (Italia) el 27 de enero de 1861 y llegó a la Argentina junto a sus mayores a los cinco años de edad.
Da cuenta otro de los que rastrearon su existencia, el Padre Ariel Cattáneo en el opúsculo Antonio Solari servidor audaz del Evangelio, que murió en su domicilio de la avenida Callao 875, el 14 de julio de 1945, víspera de la solemnidad del Santísimo Redentor. Al día siguiente, un artículo necrológico aparecido en la página 9 de La Prensa informaba sobre su deceso, pasaba revista a su vida de entrega y devoción y destacaba que en 1886 estableció en la iglesia de las Victorias la Confederación Vicentina de Caballeros y en 1919 instituyo la Misa del Estudiante.
También el desaparecido diario El Pueblo anotició del luctuoso suceso a sus lectores en la misma fecha y a dos columnas precedidas por la fotografía del “abnegado benefactor de los pobres” (sic), honrado con la condecoración pontificia instituida por León XII en 1888, “Pro Ecclesia et Pontifice”, además de caballero de la Orden de San Gregorio Magno y “amigo de las santas lecturas que hace pocos meses nos visitaba hablándonos de la eficacia del apostolado de la buena prensa y de la obra educativa que realiza El Pueblo, del que fue asiduo lector.”
Según la crónica de sus exequias en El Pueblo del 17 de julio de 1945, las que se celebraron en el cementerio de la Recoleta, frente al Cardenal Santiago Luis Copello; el Nuncio Apostólico Monseñor Giuseppe Fietta; los prelados Monseñores Antonio Rocca, obispo de Augusta, Tomás Solari, obispo de Aulón; el obispo de Santiago del Estero, Monseñor José Weimann; Monseñor Antonio S. das Neves, el Capellán de la Armada, el Presbítero J. B. Lértora, canónigos, miembros del clero y de otras instituciones católicas y distinguidos laicos como el doctor Tomás Casares, Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el escultor ingeniero Ángel E. Ibarra García, expresó el Provincial de la Orden Redentorista, Padre Jacobo Wagner, más tarde mártir de la fe después de ser golpeado por un facineroso en la humeante noche del 16 de junio de 1955: “Vivió y murió pobre porque la generosidad de su caridad no conocía límites. Jamás se llamó a las puertas de su corazón, sin que se abrieran de par en par, para responder con cariño y tierna compasión.”
En 1956 -detalla el Padre Cattáneo- se trasladaron desde la Recoleta sus restos hasta Nuestra Señora de las Victorias. Al presente los fieles que concurren al templo hallan a la entrada del mismo la urna con sus cenizas y una inscripción sobre su retrato: “Antonio Solari, Siervo de Dios, una vida llena de Dios, pasó haciendo el bien”.
AYUDA PUBLICA
Claro que a la munificencia con sus propios y nada abultados bienes personales, sumó la permanente solicitud ante instituciones públicas o privadas para que brindaran ayuda a los pobres y ello cuando no se hablaba de la responsabilidad social empresaria. Más todavía, puede decirse que dedicó sus energías a esas tareas algo ingratas ciertamente como siempre lo es pedir aunque sea para otros. Solo que esos “tirones de manga” llevaban implícito el sello de su escrupulosidad y delicadeza en materia de rendición de cuentas.
Así, en una carta autógrafa fechada en Buenos Aires el 22 de marzo de 1897, dirigida al entonces Presbítero Monseñor José Gregorio Romero y Juárez, Canónigo de la Catedral de Salta y a la sazón prosecretario del Obispado a cargo del Diocesano Monseñor Pablo Padilla y Bárcena –quien en 1886 solicitó al superior de los redentoristas en Buenos Aires el envío de misioneros a la provincia, estableciéndose por un tiempo el primer grupo de ellos con su superior el padre Antonio Kraemer en la iglesia de La Merced- dio cuenta al destinatario “que después de algunas diligencias conseguí el despacho del expediente formado por la Comisión de de Culto y Beneficencia de esa Provincia y liquidando como le dije en mi anterior en borrador del año pasado, quedando desde entonces paralizados en el Ministerio de Hacienda. De manera pues que el poder otorgado a mi favor, no me ha servido para percibir los 12.000 pesos, sino que se ha hecho un libramiento al Banco de la Nación para que los perciba la mencionada Comisión de Beneficencia y Culto. El Reverendo Padre Grote que sale para esa el 25 dará a Ud. otras noticias. Dejando así cumplida la misión que se dignaron confiarme, tengo el gusto de saludarle afectuosamente y por su intermedio presentarle mis respetos al Ilustrísimo Señor Obispo que beso su anillo pastoral.”
A poco, cuando el Canónigo Monseñor Romero y Juárez, gran difusor en la Argentina de la encíclica Rerum Novarum e inscripto por León XIII en el número de sus Prelados Domésticos, ascendió en 1898 al cargo de secretario canciller de la diócesis salteña, vinculados por iguales desvelos en materia social intensificaron entre ellos la correspondencia. Y otro ejemplo de ese ir y venir epistolar es una posterior carta esta vez mecanografiada suscripta por el Siervo de Dios en Buenos Aires el 12 de julio de 1919, con destino al ya preconizado quinto Obispo titular de la diócesis salteña por Benedicto XV, el 29 de octubre de 1914.
RESPONSABILIDAD
En esas líneas puso al tanto de Monseñor José Gregorio Romero y Juárez sobre el destino de cierto subsidio probablemente enviado desde la Curia de Salta al Colegio de las Esclavas y que fuera tramitado por un vicentino de las Victorias de apellido Gamas.
Con la responsabilidad y el celo que caracterizó desde la primera hora su desempeño en las engorrosas funciones de cariz económico que se le encomendaron desde que Monseñor Aneiros advirtió su honorabilidad y diligencia en la materia, le informó al prelado sobre “el caso por el que preguntó V.S. estando en ésta; y si es así le hago saber a V.S. que dentro de quince días se lo liquidará el último semestre del año pasado y apenas esté liquidado se lo avisará.”
El final de la esquela mostraba a un tiempo su preocupación por la salud del Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Mariano Antonio Espinosa, mientras se sentía alentado ante las noticias de las actividades cumplidas precisamente en Salta por los Padres Grote –otro de los primeros redentoristas que se establecieron en la ciudad del San Bernardo en 1892- y Otón Robrecht –después Canónigo- en las conferencias vicentinas, lo que le dio ánimo para finalizar con el augurio: “¡Quiera Dios que formen buenos regimientos de Vicentinos!”.
Don Antonio Solari, presentado aquí de puño y letra, parece rubricar en esos y otros documentos su cualidad y calidad de Hombre de Dios presente y no renuente a actuar en el mundo, aunque en combate perpetuo con sus aspectos individualistas, paganos y desaprensivos para con el prójimo. Como que de buen grado trascurrió su peregrinar terreno dedicado a santificar las funciones y los espacios que le asignó la Divina Providencia.