‘Personas lugares y cosas’, en el Teatro Sarmiento

Una pieza realista en medio de frenéticos cambios de escena

                       


Personas, lugares y cosas’. Autor: Duncan Macmillan. Dirección: Julio Panno. Escenografía: Florencia Tutusaus. Iluminación: Adrián Grimozzi. Música: Nahuel H. Martínez. Vestuario: Alejandra Robotti. Coreografía: Gustavo Carrizo. Audiovisuales: Diego Rozek. Actores: Florencia Otero, Beatriz Spelzini, Carlos Kaspar, Nelson Rueda, Coni Marino, Gabriel Rovito, Santiago Racca, María Latzina, Estefanía D’Anna, Roco Sáenz, Fiore Provenzano, Marina Artigas. De miércoles a domingos, en el teatro Sarmiento. 


Duncan Macmillan (1980), dramaturgo y director inglés, es miembro fundador del colectivo de dramaturgos The Apathists. Entre sus obras destacan ‘Monster’ (2007) ‘Lungs’ (2011)  ‘Every Brilliant Thing’ (2013), ‘Pulmons’ (2014), además de muchas piezas breves, numerosas adaptaciones para la escena y varias obras radiofónicas 

‘Personas, lugares y cosas’ fue estrenada en el National Theatre de Londres en el otoño de 2015, antes de trasladarse al West End al año siguiente. 

La puesta y la escenografía que se están presentando en el Teatro Sarmiento son muy parecidas a las que se montaron por primera vez en tierra norteamericana, en St. Ann's Warehouse, Brooklyn, en 2017. 

Macmillan presenta a Emma (Florencia Otero) durante una actuación de ‘La gaviota’ en la que interpreta a Nina mientras está borracha o drogada o ambas cosas, intentando mostrar patéticamente la desesperación del personaje de Chéjov en el cuarto acto. Mientras la confusión se apodera de sí, deja varado a su compañero de reparto que interpreta a Konstantin. Ese colapso público de humor negro da paso directamente a un interludio en un club nocturno antes de que las luces estroboscópicas le abran camino a otras, fuertes, fluorescentes. Emma se tambalea alrededor del mostrador de recepción de un centro de rehabilitación de drogas y alcohol donde se registra para recibir tratamiento. 

A mitad de esta transición inicial vemos unas gradas con público frente a nosotros. En un escenario que es un cuadrilátero donde predomina el color blanco, los personajes parecen estar confinados en un espacio en frenético y constante movimiento. Las paredes se deforman y separan con la ayuda de efectos de video alucinatorios, mientras Emma experimenta el primer golpe mareada por la abstinencia; se multiplica en varias Emmas corriendo alocadamente por su habitación, entrando y saliendo de escena, mientras las convulsiones empeoran durante la desintoxicación. 

JUEGO DE ROLES 

La naturaleza vívida de la puesta en escena es acompañada por un sólido elenco que es su sostén. Otero compone a una Emma inteligente y argumentativa, que desdeña los tópicos de los pasos del proceso de recuperación. 

También es atea, por lo que le irrita cualquier mención de un despertar espiritual. Y a pesar de las similitudes con los procesos de taller y ensayo de la vida de un actor, se niega a participar en las confesiones compartidas y los ejercicios de juego de roles de un grupo de compañeros adictos en recuperación, el componente clave del tratamiento. Rechaza hacer que su personaje de piedra sea comprensivo. Emma es hosca y soberbia con la médica jefe del centro y con la terapeuta, quienes, según ella, se parecen a su madre (los tres personajes son interpretados con sutiles distinciones por la estupenda actuación de Beatriz Spelzini). 

Cuando participa a regañadientes, lo hace con el compromiso poco entusiasta de alguien que sólo espera cumplir el requisito mínimo de veintiocho días antes de ser enviada a casa con un certificado que acredite que está lista para regresar al trabajo. 

“La obra señala paralelismos entre los rasgos de engaño del adicto y la habilidad del actor.” 

 

ENGAÑOS 

Macmillan establece paralelismos entre los rasgos de astucia y engaño del adicto y la habilidad del actor para crear diferentes personajes. Esto inyecta notas de humor a la obra, por ejemplo, cuando Emma intenta hacer pasar la trama de ‘Hedda Gabler’ como su historia de fondo durante una sesión de grupo. Otero nos mantiene adivinando la sinceridad del personaje cuando señala el trauma de la prematura muerte de su hermano, cambiando las circunstancias más de una vez. 

Y hay una ambigüedad deliberada en sus grandes declaraciones sobre el estado deplorable del mundo: “La ambivalencia moral que hay que tener estos días sólo para levantarse de la cama”. ¿Habla en serio o simplemente adopta la pose del nihilista torturado? 

El personaje que sobresale del grupo es Marcos (interpretado con calidez por Santiago Racca), quien está lo suficientemente avanzado en el proceso como para denunciar a Emma por su deshonestidad. “Somos adictos porque tenemos una combinación tóxica de baja autoestima y grandiosidad”, le dice, citando la doctrina de la recuperación como alguien que ha separado las verdades dolorosas de las trivialidades inútiles. Sólo cuando Emma abandona las instalaciones y se readmite mucho más tarde, después de otra espiral autodestructiva, está finalmente lista para dejar de lado la negación, renunciar a la ilusión de control y comenzar a hacer el trabajo requerido. 

Si bien las escenas grupales pueden ser repetitivas, el dramaturgo logra un equilibrio reflexivo entre el respeto por los métodos de recuperación y el escepticismo sobre sus limitaciones. Preparar a los adictos para regresar a un mundo real plagado de “personas, lugares y cosas” que deben evitar como posibles desencadenantes de una recaída casi los prepara para el fracaso. 

ENTREACTO 

En cuanto a la puesta, creemos que el director debió recortar un poco más el texto pues, aunque trató de dotarla de dinamismo con cambios y movimientos escénicos para mantener la atención durante dos horas, se alarga demasiado para concluir con un final previsible. 

Resulta desmesurado e incomprensible, por ejemplo, el entreacto casi al final de la obra, cuando la sala se convierte en un boliche bailable con luces de colores y música atronadora. 

Todos bailan antes de la escena que lo une todo, en la que una humilde Emma aborda una conversación con su madre (Spelzini) y su padre (Carlos Kaspar), que previamente había “practicado” con el grupo. Las respuestas de sus padres no son en absoluto las que ella esperaba, lo que demuestra que gran parte del daño causado por los adictos a las personas cercanas a ellos no se puede deshacer. 

Las fuerzas de la derrota se registran en la expresión del rostro de Otero en ese momento y en la escena final que sigue, donde se reconocen plenamente las complejidades del camino de Emma. Es una actuación notable habitada por una vitalidad tremenda, que nos permite compartir los intensos altibajos, los devastadores bajones y los aterradores desafíos para seguir adelante. 

Calificación: Buena.

FOTO: GENTILEZA CARLOS FURMAN