No pocas veces escuché que en el campo se viven seis meses rogando el agua para las pasturas y sembrados y otros seis pidiendo que cesen las lluvias. Desde 1827 a 1832 una terrible sequía asoló la provincia de Buenos Aires, fue Charles Darwin quien dejó testimonio de la misma; las vacas bajaban a tomar agua a los ríos y arroyos que se transformaron en un hilo de agua y no podían subir la barranca por la debilidad, ante la falta de alimento. Los restos de animales muertos se acumulaban en las orillas y en los cauces de agua, o flotaban en el río.
La inundación de 1843 fue terrible, en la correspondencia que Rosas mantenía con los mayordomos y capataces de sus estancias se lee:"El mal tiempo continuó en aumento. El viento y la lluvia volteaban los corderos por cientos y morían a los pocos minutos. Truenos, rayos, torrentes de lluvia y el viento soplando como un huracán...".
Guillermo Enrique Hudson en 1846 escribió: "Había sido una estación muy lluviosa y los campos bajos se habían convertido en verdaderas lagunas..." y que en el invierno de 1857 se registraron temporales que determinaron una terrible inundación al desbordarse los ríos y lagunas encadenadas Chis–Chis, El Burro, La Tablilla, Adela, entre otros”.
La compañía Aspiazu, Hoevel y Cia. solicitó a la Legislatura de la provincia un permiso para la explotación con exclusividad la navegación a vapor por el Salado durante diez años a cambio de algunos servicios de transporte. Si bien se aprobó pese a la férrea oposición de Vélez Sarsfield (el Dr. Mandinga) que sostenía el principio de la libre navegación de los ríos, con la condición que las obras realizadas al finalizar el contrato pasarían al Estado. Seguramente el mal estado de los caminos que impedían llegar con los artículos de primera necesidad ya que por las inundaciones Dolores y Chascomús quedaron aislados, fue una de las razones para que se probara el proyecto.
EL VAPOR YEBRA
Hilda D´Alessandro de Brandi una veterinaria porteña de nacimiento, radicada hace muchos años en Chascomús y estudiosa de esa ciudad y la fotografía encontró en un diario de la época esta noticia: “El vapor Yebra es un pailebot y una ballenera (que habían partido de Buenos Aires) serán los héroes de la jornada. Desembarcarán 200 arrobas (25.000 kilos) de carga en Dolores, seguirán remontando el Salado, en busca de las Lagunas Encadenadas para llegar a Chascomús”.
El 17 de julio de 1857 se anunciaba: “El vapor Río Salado del Sud saldrá esta semana pudiendo llevar pasajeros; esta expedición por el Salado es peligrosa pues el desborde de las aguas ha borrado las márgenes del río”.
A principios de agosto la nave llegó al Paso de la Postrera, la famosa estancia que fue después de Felicitas Guerrero de Álzaga, y el 11 de agosto de 1857 llegó a Chascomús, donde fue recibida con las campanas de la iglesia a vuelo, la música de la banda local y hasta un Tedeum en acción de gracias.
Es de imaginar el entusiasmo que causó en la población y la noticia se difundió rápidamente, así de los campos cercanos empezaron a llegar los pobladores a caballo, en algún carruaje, más que embarrados, para ver un espectáculo jamás imaginado. Después de bajar la mercadería se cargaron cueros y lana, mientras que el capitán del barco permitió visitar el barco. Cinco días permanecieron en Chascomús, y seguro buenos asados y otros platos probaron el capitán, los dueños de la empresa ya que se sucedieron comidas y bailes para agasajar a los llegados de una manera tan particular. Las aguas empezaban a bajar y emprendieron el regreso, dejando no pocos proyectos. Pero las aguas volvieron a su cauce y aquel servicio permanente sólo fue una ilusión y la empresa al año se liquidó.
En el Paso del Callejón en la costa del Salado, quedaban maquinarias, balanzas, carros, arados, carretillas, tirantes de madera, y una noticia en los periódicos anunció que Azpiazu, Hoevel y Cia., ofrecía estos productos a los estancieros del sud.
No fue el único caso, a comienzos del siglo pasado otra inundación hizo desaparecer de la vista puentes y alcantarillas, y la población quedó prácticamente bajos las aguas. La familia Girado mandó construir un muelle en su estancia La Margarita en el que atracaba un pequeño vapor que había comprado en Buenos Aires. El inglés Diego Mac Reid administrador de Las Barrancas adquirió dos lanchas a vapor para hacer el servicio de comunicación, una de ellas era la 9 de Julio que usaba el general Roca en sus paseos por el Tigre y la otra Reina Victoria en homenaje a la soberana británica. En la primera Mac Reid salió de Pila con su mujer el 3 de julio de 1900 y llegó a Chascomús el 7 de julio.
Como las aguas no bajaban, Newton un estanciero de la zona decidió construir un muelle, con una plataforma y un lugar donde los viajeros esperaban, a la vez que un kiosco les servía de confitería.
Estas historias, más las de algunas mujeres guapas, el correo local, la telefonía, los inmigrantes ingleses, franceses, alemanes, japoneses y laosianos; la epidemia de cólera, la masonería, la de la prostitución en el pueblo y el paso del vasco de la carretilla son algunas de “las pequeñas y grandes historias” que en El Malvón Rojo la autora va desgranando.
Consultó Brandi una importante bibliografía, cada capítulo tiene además de su buena pluma la explicación didáctica de una docente, directora de Cultura de la Municipalidad local y Directora del Museo Pampeano pasaron por sus manos muchos documentos y experiencias que enriquecieron este libro, que por otra parte esta una recopilación corregida y aumentada de algunos artículos publicados hace muchos años en medios locales.
Sin dejar de mencionar la historia de un aljibe que estuvo seguramente en alguna de estas inundaciones y que es una aventura detectivesca. Por eso la foto de Hilda que tomó nuestro común amigo Carlos Vertanessian es una invitación a leer especialmente el capítulo final de esta obra.