Un submarino en la gesta de Malvinas

Solo contra el imperio

Por Pablo Melara

El Cazador. 184 páginas

La guerra por la recuperación de las islas Malvinas ha generado en las últimas décadas una saludable producción bibliográfica nacional. Aunque sigue faltando una obra abarcadora que relate el conflicto de punta a punta y en todos sus aspectos, proliferan en cambio los trabajos especializados que tratan, en muchos casos con gran detalle, el desempeño de unidades o contingentes de las tres fuerzas de aire, mar y tierra.

Una reciente incorporación a ese acervo en constante expansión es Solo contra el imperio, de Pablo Melara, la historia de las arriesgadas misiones que cumplió el submarino ARA San Luis contra la imponente fuerza de tareas británica enviada al Atlántico sur.

Fueron 39 días de patrullas y 864 horas de inmersión entre el 11 de abril y el 19 de mayo de 1982. Tres veces entró en situación de combate y en cada una de ellas debió soportar el asedio persistente, pero a la postre inútil, de los poderosos dispositivos antisubmarinos de la Royal Navy entrenados para enfrentarse a la Armada soviética en el Mar del Norte, el Báltico o el Mediterráneo.

El libro de Melara recrea la gesta tomando como base el testimonio directo de los tripulantes del sumergible clase 209-1200, que fue comprado a Alemania en 1968 y entró en servicio en 1974. Consiguió entrevistar a 18 de los 35 miembros de la dotación original. A ellos sumó otros cinco entrevistados pertenecientes a la Armada, más los diarios personales de dos hombres del San Luis y una variada bibliografía que incluye informes confidenciales elevados a la fuerza por dos de los oficiales implicados en la contienda.

LAS OPERACIONES

Con ese material Melara presenta un trabajo ilustrativo y preciso que recrea las operaciones del San Luis desde su partida de la base en Mar del Plata hasta el regreso atribulado a Puerto Belgrano tras superar una última emboscada tendida por los potentes submarinos nucleares británicos.

Cabe señalar que, a poco de partir, el San Luis sufrió una avería en la computadora de control de tiro que restringió gravemente su capacidad de combate. Este desperfecto no entibió el coraje de sus tripulantes ni entorpeció la voluntad de cumplir con las misiones asignadas por la superioridad de la Armada, pero limitó su eficacia en momentos clave que podrían haber incidido de otro modo en el desarrollo del conflicto.

El uso de testimonios directos, que Melara entrelaza de manera constante en la narración, aporta vividez y cercanía. Esos recuerdos ayudan a comprender las increíbles peripecias de esos marinos apiñados en una estructura asfixiante de apenas 50 metros de eslora por seis de manga (ancho).

“Como los equipos del buque ocupaban importantes lugares, los espacios libres eran muy escasos -escribe Melara-. En poco más de 50 pasos se podía recorrer el submarino en su totalidad. A través de sus angostos pasillos, cada vez que dos marinos se cruzaban uno debía ceder el paso, o pasar de costado. En esos escasos metros habitables debían convivir 35 marinos”.

Sus rutinas; el entrenamiento exigente que repetían hasta el hartazgo para perfeccionarse; la incertidumbre propia de las acciones bélicas bajo el agua; el acecho a la flota inglesa en completa soledad y, luego, la persecución que debieron sufrir cuando pasaron de ser cazadores a convertirse en presa; el insoportable período de casi 20 horas que sobrellevaron asentados en el fondo marino para eludir los incesantes ataques con helicópteros y cargas de profundidad; por último la evasión y el azaroso retorno al continente. Todo esto queda narrado con suma elocuencia por los protagonistas desde el recuerdo o en escritos personales que pertenecen a la época.

De esta travesía por el papel el lector sale con los mismos sentimientos que embargaron a los tripulantes una vez retornados a la patria: la mezcla de orgullo por los servicios prestados, junto con la frustración por un desempeño que podría haber sido más relevante, incluso letal para el enemigo.

Uno de los tripulantes resumió así el balance de lo actuado por el San Luis en 1982: “Guerrero como pocos, y eso que no estaba al cien por ciento, porque de haber sido así otra hubiese sido la historia. El submarino cumplió y dejó su estampa en la historia, su pabellón será venerado más allá de nuestras vidas”.