Un pueblo que sigue vivo


Pocas veces en la historia electoral de Estados Unidos un candidato ha debido enfrentar a un frente tan variopinto y tan enraizado en las estructuras de poder preexistente como le ha ocurrido a Donald Trump. Contra él han estado la célebre maquinaria del Partido Demócrata pero también no pocos republicanos disidentes, sectores de la CIA y el FBI asociados al Deep State, el grueso de la industria del espectáculo –desde Taylor Swift a Beyoncé pasando por Oprah Winfrey-, la Academia –tanto las universidades de élite de la Ivy League como la Howard University, meca de los afroamericanos-, prácticamente todas las organizaciones expresivas de las minorías identitarias, tanto étnicas como sexuales and so on…

Para todos ellos el 5 de noviembre era la fecha de un cuasi-Armagedon político, en el que la democracia volvía, ocho décadas después, a afrontar el peligro fascista. Impermeable a esta demostración de fuerza organizativa y de coacción psicológica, el 53% de los norteamericanos a pronunció por Trump. Signo contundente de un pueblo que aún está vivo.

Veamos. El expresidente ha ganado claramente en el voto popular, como no ocurriera en 2016. También ha triunfado, y de manera holgada, en el Colegio Electoral. Sus candidatos han prevalecido en las dos Cámaras legislativas y en ocho de las once gobernaciones estaduales puestas en juego en esta elección. Pero existen dos elementos más sobre los que no se repara suficientemente, que son la transformación cualitativa del Partido Republicano, por una parte, y la relación de Trump con diversas minorías por otra.

El partido ahora ganancioso no es el mismo de 2016. Ha sido rehecho a imagen y semejanza de Trump que ahora sí lo controla. En realidad, más que el propio partido lo relevante es el movimiento trumpista, el MAGA (Make American Great Again) cuya clientela es socialmente mucho más amplia que la de los republicanos tradicionales y cuyos cuadros están mucho más identificados con el Presidente.

El segundo elemento es cuantitativo y cualitativo a un tiempo. Se refiere al hecho de que desde 2016 hasta hoy, Trump ha aumentado de dos a tres veces su proporción del voto entre hispanoamericanos, negros y jóvenes. Se configura así una corriente que desborda, étnica y culturalmente, los cauces que clásicamente contuvieron al partido ahora victorioso. Esto ha ocurrido, en la mayor parte de los casos, a pesar de las posiciones asumidas por los portavoces oficiales de esas minorías, habitualmente entrelazados con los demócratas.

Después de noventa y cuatro denuncias judiciales en su contra y de dos intentos de asesinato, este verdadero plebiscito a favor de Trump probablemente marque, como pretenden algunos analistas, el comienzo de una nueva etapa histórica.