EMOCIONA LA COMPOSICION CON LA QUE MONSEÑOR CAMPERO SE DESPIDIO DE SALTA

Un poema al Señor del Milagro

En nuestro país tan lejano de los frentes de la Segunda Guerra Mundial, para 1942 se escuchaban por radio y se seguían en los periódicos las noticias bélicas. Mientras tanto ocurrieron en el trascurso de sus doce meses sucesos paradojales a reconocerse como tales viéndolos en perspectiva. Así más o menos al tiempo que en la ciudad de Buenos Aires se llevó a cabo el primer ejercicio de oscurecimiento de defensa antiaérea, un libro con mensaje luminoso se editaba en Salta y es de inferir que no fue exhibido en las vidrieras de las librerías porteñas, como que tradicionalmente las expresiones culturales del interior son de difícil recepción en la Capital de la República. Pero la Antología del Milagro, con ilustraciones de Alejandro Ache, un dibujante natural del Líbano radicado finalmente en Salta editado en gran formato por la Librería San Martín de esta provincia hizo su camino entre los lectores y hoy sus ejemplares son una curiosa pieza bibliográfica. Uno de ellos nos fue obsequiado hace más de una década por el historiador Gregorio Caro Figueroa.

La obra se inicia con unas palabras introductorias de quien fuera designado por el Papa Pío XI como primer Arzobispo de la Diócesis, el salesiano nacido en Concordia (Entre Ríos) Monseñor Roberto José Tavella, el mismo que actuando como "Obispo Benévolo" conforme indica el Código de Derecho Canónico, acogió a Leonardo Castellani luego de sus problemas con el Superior General de la Compañía de Jesús sumados a las acusaciones que se le hicieron de milenarista, nombrándolo profesor en el Instituto de Humanidades que había fundado en 1948. 

Luce a continuación un prólogo del humanista y poeta doctor Juan Carlos García Santillán, en el que destaca que las páginas que le siguen rebosantes de fe religiosa, constituyen un tributo lírico a las fiestas jubilares llevadas a cabo en el 350 aniversario de la llegada a la ciudad fundada por Hernando de Lerma de la milagrosa figura del Cristo del Milagro, en 1592. 

"Rezar como un niño. ¿Habrá mayor y más pura poesía? Pues eso son los poemas del Milagro: plegarias de niños o de hombres que se vuelven más hombres al recobrar su inocencia y volver a ser buenos como niños: tal la vida como un viaje redondo", escribió García Santillán seducido por la simpleza franciscana de algunas composiciones y al advertir en todas las elegidas las señales de fe capaces de elevarse a las alturas de la veneración sacra, desde la actitud inclinada y arrodillada para la plegaria.

La Antología poética propiamente dicha comienza con el "Himno al Señor del Milagro" de la escritora Emma Solá de Solá, ganador del concurso promovido por Monseñor Tavella ese año de 1942 para seleccionar la letra de un canto alusivo a las advocaciones jesucristiana y mariana tan reverenciadas por el pueblo salteño en su Santuario Catedralicio. A su vez la música del himno fue compuesta por el sacerdote lateranense Fernando de Urquía, organista de la Iglesia Catedral, elevada al rango de Basílica por el Papa Pío XII y declarada Monumento Histórico Nacional en 1941. 

Luego respetando un orden cronológico, siguen las octavas de la composición del presbítero Juan Francisco Javier, titulada "Doce estrellas del cielo de María", poesía que figura en la Novena del Señor y la Virgen del Milagro y pese a que su autor había nacido en 1722, continuaba siendo cantada por los devotos en los cultos a las Sagradas Imágenes más de dos siglos después. Y asimismo rescatándolo de la época virreinal se trajo a continuación el extenso romance en endecasílabos con el relato de la historia de las Imágenes, de autoría del presbítero y licenciado limeño Juan Manuel Fernández Agüero, quizá el mismo o un homónimo de Fernández de Agüero y Echave, que empleó el seudónimo Doctor Perinola y fue satirizado por nuestro Manuel José de Albarden en una curiosa y estudiada polémica colonial. 

Después pueden leerse poemas de autores locales que van desde la intitulada "Poesía Religiosa" que fechó en 1850 el diplomático y legislador José M. Zuviría, un hijo de Facundo de Zuviría -el jurista que presidió el Congreso que sancionó la Constitución Nacional en 1853-, a los de otros creadores y creadoras ya del siglo XX, como Sara Solá de Castellanos, Emma Solá de Solá con alguna muestra de proyección folclórica mediante la incorporación de modismos y términos telúricos del noroeste argentino, María Torres Frías, Juan Carlos Dávalos, Calixto Linares Fowlis, Clara Linares Saravia de Arias, Julio César Luzzatto, Elena Avellaneda de González de Ayala, Julio Díaz Villalba, Juan Carlos García Santillán, Carlos Gregorio Romero Sosa, Hilda Emilia Postiglione, Elsa Castellanos Solá, Nellie Zavaleta Mollinedo y Lidia F. Cornejo de Ache.

A esa lista hay que sumar las obras incluidas en la Antología del cordobés Ataliva Herrera, de la porteña Sara Montes de Oca de Cárdenas, del salesiano rionegrino Raúl Entraigas o de los sacerdotes españoles Teodoro Palacios, Félix Cruz Ugalde y el Prebendado de la Iglesia Catedral salteña y Cura Rector de la histórica Parroquia de San Juan Bautista de la Merced, Saturio Irurozqui, un religioso natural de Navarra y nacionalizado argentino, autor del devocionario Voz de amor. 

Bien que según lo admitió el prologuista: "no están aquí todos los versos del Milagro", como que ninguna antología por el hecho de serlo pretende ser exhaustiva y en este caso la intención fue trasmitir una compilación más ejemplificativa que completa de los poemas al Milagro. Sin embargo, no deja de ser curioso que falten allí dos composiciones en verso que suscribieron los sucesivos obispos diocesanos de Salta: tanto la "Plegaria al Señor del Milagro", de Monseñor José Gregorio Romero y Juárez (1862-1919), pastor mencionado incluso en el prólogo por García Santillán, cuanto la "Despedida del Señor del Milagro" de Monseñor Julio Campero y Aráoz (1873-1938). Aunque no cabe duda que fueron esas ausencias ex profeso, tal vez para no tener que darles un lugar de preferencia por sobre el resto, en razón de la jerarquía eclesiástica de ambos autores. 

La Plegaria del Obispo Romero y Juárez, vinculado epistolarmente con los españoles Salvador Rueda y Juan Vázquez de Mella, reza: "Señor Jesucristo. Señor del Milagro./ Señor que acaricias la vida del agro/ con tu Cruz de Vida, con tu Cruz de Amor,/ pon en los senderos de todos tus hijos,/ la fe de los santos la fe de los fijos/ dalgos que vinieron de la España en flor./ Pon tu dulce beso en las resignadas/ almas que soportan las rudas espadas/ de las privaciones, el llanto, el dolor,/ en el alma pura de nuestras doncellas,/ en las cimas blancas, en cielos y estrellas/ del Valle de Lerma tu solar de amor./ Y en tus sacerdotes y en tus peregrinos./ Y en tus fieles hijos y en los que en caminos/ distintos se apartan de tu Cruz de Amor,/ para que recobren la vista perdida/ y tu Sangre Santa los torne a la vida/ del aprisco eterno del que eres Pastor." 

Su texto que fue fechado el 15 de septiembre de 1900, recibió el elogio de Ramón del Valle Inclán. Es de corte rubendariano advirtiéndose en sus musicales dodecasílabos un claro hispanismo; notorio al referirse "a la fe de los santos, la fe de los fijos/ dalgos que vinieron de la España en flor", encabalgando con licencia modernista el primer término y apelando al arcaísmo "fijos" por hijos.

DOLIENTE DESPEDIDA 

En cuanto a la "Despedida" de Monseñor Campero, de 1934, es mucho más subjetiva, intimista y carece de mayores artificios técnicos. Varias de sus estrofas escandidas en alternados y rítmicos metros largos y cortos denotan tristeza y hasta cierto abatimiento humano y no se ocultan los sentimientos inspiradores detrás de imágenes visuales o sonoras que le dan brillo. La lectura de la "Despedida", más allá del placer estético que despierta remite inevitablemente al contexto en que surgió. Porque lo fue en forma casi inmediata a la renuncia a la titularidad de la diócesis -el 23 de junio de 1934- a la que había sido preconizado en 1923. Se comentó que fue debido a ciertas desinteligencias entre el jujeño de nacimiento afincado en Salta y descendiente directo del Marqués de Yavi o del Valle del Tojo: el héroe de la Independencia Juan José Fernández Campero y Pérez de Uriondo, con el entonces Nuncio Apostólico de S.S, Monseñor Filippo Cortesi. 

El diario La Prensa, en la nota necrológica que le dedicó a Monseñor Campero el 19 de febrero de 1938, al tomar conocimiento de su inesperada muerte accidental -mientras se bañaba en el río Castellanos en las cercanías de su casa de campo de La Choza, a pocos kilómetros de la capital de la provincia-, deceso acaecido un día antes y por esas casualidades, en la misma fecha en que puso fin a su existencia su amigo Leopoldo Lugones, elogió entre otras cualidades suyas el trato exquisito que dispensaba a todos. 

Sus biógrafos concuerdan en sus hábitos de vida contemplativa y retirada, habiéndose recluido incluso en la juventud en la Cartuja de Miraflores en Burgos, monasterio que debió abandonar por deteriorarse su salud en la observancia del rigor de la orden de San Bruno. Un poeta salteño lo retrató así en el primer cuarteto de un soneto que le dedicó a poco de su tránsito a la eternidad: "Era, en su vida diaria, solitario y esquivo/ por mejor contemplar las gaviotas lejanas/ y contar en las noches las estrellas serranas/ al brillar bajo el manto de un azul decisivo." 

Por lo demás denota su espíritu culto y la vocación literaria que lo impulsó siempre, su novela Filomena, martirio de una joven cristiana, publicada en 1906 y suerte de narración hagiográfica condimentada con elementos de imaginación, en la línea de Fabiola o la Iglesia de las Catacumbas del Cardenal Wiseman. Ya su formación clásica y el dominio del latín lo habían hecho merecedor, en vísperas de ordenarse sacerdote el 21 de junio de 1896, de manos de Monseñor Pablo Padilla y Bárcena, a una medalla de oro obtenida por sus traducciones de Horacio, como da cuenta el Diccionario Histórico Argentino al reseñar sus datos en el segundo tomo. Pero como Monseñor Campero se entregó a tiempo completo al orden sagrado y después a la labor pastoral, publicó poco más y apenas en 1933 en el número primero de la revista Joaquín Castellanos aparecieron sus "Décimas glosando el Adiós de Joaquín Castellanos como homenaje al eximio poeta", algo que habla de su apertura y respeto por las ideas ajenas, toda vez que su elogiado no era precisamente un hombre confesionalmente religioso, de lo que hizo gala en su poema "El borracho". 

No obstante posponer las letras por el sacerdocio llegando a rechazar hacia 1932 un sillón en la recién creada Academia Argentina de Letras al que lo propuso Calixto Oyuela, apeló a ellas como a una tabla de salvación para orar en verso en aquella conmovedora "Despedida del Señor del Milagro", a la que el periódico El Pueblo, de la ciudad de Buenos Aires, consideró una "joya literaria" y un "desahogo de su piadoso corazón". Parte de ese extenso poema, dado a conocer en forma póstuma en un opúsculo en 1939, fue recogido por Walter Adet en la antología Cuatro siglos de literatura salteña en 1981. 

Vale la pena trascribir algunas de sus estrofas en las que el alma angustiada del prelado renunciante, sabedor con San Agustín que "episcopatus nomen est oneris, non honoris", aparece al cabo reconfortada por la Gracia. Por ejemplo, como cuando en una suerte de paráfrasis de Mateo 14: 29-33, frente a las ráfagas hostiles del vendaval del mundo, parece clamar con Pedro: "¡Señor, sálvame!", en los hemistiquios finales de la composición: "En puerto oscuro, sin timón ni faro, / lejos del mundo, lejos de tu amparo, / tengo miedo de mí."

En otros segmentos, a primera vista menos testimoniales, relata las vicisitudes de las Imágenes llegadas al peruano puerto del Callao nadando sobre las aguas del Océano Pacífico. Sin embargo, está sugiriendo allí una metafórica identificación entre el destino en naufragio de las sagradas representaciones y el espíritu suyo abandonado a la voluntad Divina: "Recuerda que, en Callao, tarde serena, / arribaste tranquilo sobre el mar./ ¿Era ilusión, fantasma? No. Sobre la arena/ te posabas dormido/ en tu cruz de madera, / y en la leyenda clara, bien precisa, / que tu testa guiadora diviniza, / en caracteres que el amor exalta, / los paseantes del puerto/ asombrados leyeron:/ "Esta Imagen de Cristo es para Salta." 

Y algo más a destacar: el diocesano con la decisión tomada en esos momentos de dejar de serlo y que pronto sería designado obispo emérito de Sophrene -dignidad que hasta fines del siglo XIX se conocía como "In Partibus Infidelium"-, no olvidó rogar a Dios por los corderos a su cuidado espiritual durante su magisterio episcopal salteño: "Señor, no pises solo el lagar de las penas,/ compártelas y endulza las tristezas ajenas,/ y en el camino estrecho y en las sendas escuetas/ derrama a manos llenas, oh mi Jesús piadoso/ derrama a manos llenas perfume de violetas./ Y si el dolor abarca/ no al hombre sino a toda la familia de tu Arca/ que Salta siempre viva/ a tu sombra divina/ y que su alma reciba/ la verdad que a los cielos encamina./ Como las almas buenas que hubo en Jerusalén,/ dejando nuestras casas/ por valles y por plazas/ buscando ansiosos vamos a nuestro amado bien."

Las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad alimentan en bien, belleza y verdad la "Despedida al Señor del Milagro". De igual manera que sus dones sobrenaturales nutrieron la existencia del autor merced a ellos victorioso, al cabo, por sobre las tribulaciones, las dificultades y los desengaños humanos.