Sin duda alguna, el nacionalismo argentino fue un semillero intelectual, más que prolífico, a lo largo del siglo XX. Diversas generaciones de intelectuales sostuvieron una corriente de pensamiento heterogénea acerca de la política y la historia nacional. Fueron hacedores de una variada producción de libros, diarios y revistas; de debates intelectuales reñidos con el liberalismo oficial y las diversas tradiciones de la izquierda vernácula.
Uno de los exponentes más importantes del nacionalismo fue Marcelo Sánchez Sorondo.
CONSERVADOR Y ABOGADO
Porteño nacido el 17 de septiembre de 1912. Hijo de Matías Sánchez Sorondo (1880-1959), destacado dirigente conservador y abogado, que en 1918 había ocupado una banca en la Cámara de Diputados de la Nación, desde donde pidió juicio político al presidente Hipólito Yrigoyen. En 1930 habiendo participado del golpe de Estado de José Félix Uriburu, este lo premió designándolo ministro del Interior.
La madre de Marcelo fue Micaela Costa Paz, hija de Julio Costa, gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1890 y 1893, un conservador modernista que apoyó la fallida candidatura de Roque Sáenz Peña en las elecciones de 1892. La casa familiar estaba en Florida 534 pero, años más tarde, la familia de Matías y Micaela se mudó a Palermo. Ahí, en una escuela de la calle Julián Álvarez, Marcelo inició sus estudios primarios. Los
secundarios los hizo en el Colegio del Salvador en donde tuvo como profesor de Historia Antigua al cura Leonardo Castellani, importante referente del nacionalismo.
Después del fracaso del régimen septembrino, en abril de 1931, convocando a elecciones en la Provincia de Buenos Aires, en las cuales se impuso el radicalismo y no los conservadores como especuló el ministro del Interior, este renunció y partió junto a su familia a Europa: fue el primer viaje de Marcelo al Viejo Mundo.
Ya había ingresado a la Facultad de Derecho. Allí trabó una duradera amistad con Máximo Etchecopar, otro de los futuros representantes del nacionalismo y que llegará a ser diplomático en diversas sedes diplomáticas de la Argentina.
GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
Iniciada la Guerra Civil española, Sánchez Sorondo logró viajar al campo de batalla con una autorización del diario La Nación, una especie de colaborador viajero. No trató personalmente a Francisco Franco, pero pudo participar en una reunión con el jefe insurrecto. En España conoció a monseñor Gustavo Franceschi, referente del catolicismo integrista y uno de los fundadores de los Cursos de Cultura Católica, que van a dar lugar, tiempo más tarde, a la fundación de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
De regreso al país, Sánchez Sorondo ya era un activo militante nacionalista y una pluma en la revista “Nueva Política”, una breve experiencia gráfica en 1940.
No fue partícipe del golpe de Estado de 1943, sin embargo, a pocos días de producido fue invitado, por Mario Amadeo, otro de los nacionalistas de esos años, a una reunión con el coronel Juan Domingo Perón. La impresión que le quedó a Sánchez Sorondo del futuro jefe del justicialismo fue que mientras ellos, los nacionalistas, estaban atados a principios doctrinarios, Perón era un seductor y pragmático dirigente dispuesto a moverse en el sinuoso terreno de la política.
Por esos años, Sánchez Sorondo regresó a la Facultad de Derecho como profesor adjunto en la Cátedra de Derecho Constitucional, cuyo titular era Juan Isaac Cooke, dirigente radical que fue expulsado de la Unión Cívica Radical cuando aceptó ser canciller del gobierno militar, y padre de John William Cooke.
EL PERONISMO
Sánchez Sorondo miró con buenos ojos la política social del peronismo, su nacionalismo y su concepción católica, pero a medida que el régimen endurecía su enfrentamiento con la Iglesia, pudo más su catolicismo. En 1955 defendió la Catedral Metropolitana de un intento de saqueo por parte de los partidarios del gobierno. Terminó en la cárcel de Villa Devoto.
Ocurrido el derrocamiento de Perón, el dirigente nacionalista, que había recobrado la libertad, apoyó al general Eduardo Lonardi en su llamado pacificador de “ni vencedores ni vencidos” y cuando este fue desplazado por el sector liberal, no solamente retiró su apoyo sino que se convirtió en un férreo opositor de la Revolución “Libertadura” como la llamaba.
A mediados de 1956, Sánchez Sorondo fundó el semanario Azul y Blanco que saldrá hasta 1969. Clausurado en 1960, 1961, 1963, 1967 y definitivamente en 1969, es decir por los gobiernos de Frondizi, Guido (que de paso mandó al director del semanario a pasar una temporada en el Penal de Villa Devoto) y Onganía. Azul y Blanco se opuso a los gobiernos que había apoyado en un principio.
La experiencia azulblanquina fue un momento de inflexión en la historia del nacionalismo argentino. Veamos por qué. Al gobierno de Pedro Eugenio Aramburu le endilgaba que, bajo la crítica a Perón, se escondía la incomprensión de las masas peronistas, las que además compartían los grandes lineamientos del nacionalismo; que era una verdadera contrarrevolución que llenó las cárceles de políticos y gremialistas y proscribió al peronismo. El semanario que vendía un promedio de cien mil ejemplares, llegó a vender ciento sesenta mil al momento de los fusilamientos de junio de 1956, los cuales consideró deplorables.
A esto se sumó el cuestionamiento a la derogación de la Constitución de 1949 y su regreso de facto a la de 1853. Sánchez Sorondo reconocía a Juan Bautista Alberdi como el hacedor de la arquitectura institucional de la Argentina moderna pero vio con buenos ojos la Reforma de 1949 que integró derechos sociales y la reelección presidencial.
PERIODISMO
Sánchez Sorondo contó para su empresa periodística con los conocimientos del periodista tucumano Tulio Jacobella, director de dos publicaciones nacionalistas anteriores: “Esto es” y “Mayoría” (en los años setenta esta última se convertirá en diario). También contó con la colaboración de sus antiguos amigos Etchecopar y Amadeo, además de Mariano Montemayor, que se separará del grupo nacionalista prontamente (y terminará colaborando, años más tarde, con el diario “Convicción”, del codictador Emilio Eduardo Massera). Otro colaborador de Azul y Blanco fue Juan Carlos Goyeneche, ex secretario de Cultura y Prensa de Lonardi y que más que nacionalista había sido nazi y hombre de confianza de los alemanes durante la guerra, lo que le permitió pasear por el Frente Oriental y visitar la División Azul enviada por Franco. La heterogeneidad y las contradicciones del nacionalismo argentino merecen un profundo análisis, que escapa a esta nota, pero que es intelectualmente honesto mencionar.
* Historiador.