Mirador político

Un liderazgo inesperado

La marcha LGBTIQ+ del sábado reunió a toda la oposición disponible, no cumplió con las expectativas de masividad sembradas por la prensa y ubicó a dirigentes peronistas, radicales y de la izquierda en la escolta de un desfile de orgullo gay.

El dato de poder más ilustrativo fue que los políticos debieron acoplarse a un grupo minoritario, podría decirse marginal, porque ninguno está en condiciones de convocar por las suyas a una manifestación contra Javier Milei sin arriesgarse a un papelón. Los partidos están tan deslegitimados que aceptaron ser reemplazados por una “minoría intensa” con peso electoral poco menos que nulo.

Otro dato llamativo fue el vacío ideológico. Los gordos de la CGT junto a travestis, alfonsinistas, kirchneristas y “progres” en general, así como la pretensión de armar un frente “antifascita” que incluya al sindicalismo peronista (¿?), desnudó el propósito de hacer número a cualquier costo. La idea era juntarse, no defender al “wokismo”, vituperado por Javier Milei en Davos. Fue un intento poco imaginativo de “hacer política”, de dar alguna señal de vida por parte de una dirigencia que todavía puede salir a la calle, pero que está cada vez más cerca del violento “que se vayan todos” de hace dos décadas.

En realidad, cualquier debate sobre la actitud “woke” no puede ser ideológico porque el “wokismo” no alcanza a ser una ideología. Se trata más bien de una toma de posición sobre una agenda reducida a no más de cuatro cuestiones -raza, migración, homosexualidad y medio ambiente- por parte de una minoría “intensa”, es decir, agresiva e intolerante sobrerrepresentada en los medios.

Básicamente el “wokismo” es una especie de santurronería política. Sus partidarios pretenden colocarse en una situación de superioridad moral. Son primos hermanos de los políticamente correctos. Esa actitud casi victoriana los hace aparecer permanentemente indignados. Ejemplos de esa disposición son Elisa Carrió (por solo nombrar a un dirigente partidario) y un creciente volumen de medios y periodistas que se autoadjudicaron la vigilancia moral de la república.

Otro gen “woke” es el de la victimización. Divide el universo de manera maniquea entre la oscuridad y la luz, villanos y héroes, opresores y oprimidos. Por supuesto los “wokistas” se colocan cómodamente en la segunda posición. Milei plantea la cuestión en términos parecidos, excepto que los malos son los otros.

Bajo esas circunstancias cualquier debate racional resulta impracticable y se da la paradoja de que quienes acusan al presidente de autoritario y de peligro para democracia son más intolerantes que él. Existe no obstante una diferencia entre ambos grupos. Cuando tuvieron el poder los “progres” se pusieron objetivos como imponer el sufijo “e” como tercer género, mientras que Milei apunta a un cambio un poco más profundo: evitar que los políticos despilfarren el dinero público para llegar y mantenerse en el poder. Por eso dirigentes partidarios y sindicales se alían con quien sea con tal de escapar a ese peligroso futuro.