EL RINCON DEL HISTORIADOR

Un gran historiador naval: Laurio H. Destéfani

El próximo miércoles se cumplirá el centenario del nacimiento del contralmirante Laurio Hedelvio Destéfani, en la ciudad de Junín donde los trigales compiten con la laguna de Gómez, que seguramente fue la primera visión que por la cercanía, observaron sus ojos claros de un gran espejo de agua, y escenario de alguna de sus ilusiones y travesuras infantiles. Vio la luz en el hogar de Delio Destéfani y María Josefa Pellegrini, tenía 7 años cuando su padre destacado poeta, deportista y periodista falleció; figura ejemplar seguramente su figura fue un motivo de orgullo y emulación.

Ingresó en 1943 a la Escuela Naval Militar de la que egresó cuatro años después e hizo el viaje de instrucción en el crucero La Argentina por aguas extranjeras. Se desempeñó como comandante del remolcador A.R.A. Mataco y jefe de operaciones del destructor A.R.A. San Luis. Como dijera Humberto F. Burzio, esos primeros años “llevaron a la penumbra, pero no a la oscuridad total la llama oculta que parpadeaba en lo íntimo de su alma, la vocación por la historia, la de cambiar el reino de moviente puso del barbado Neptuno a cuyas órdenes servía, por el más agradable de la musa de Clío…”.

Y así no fue “un simple pase en comisión”, sino que se dedicó de lleno a esa tarea que lo apasionaba y en la que en el Congreso del Centenario del Libertador en 1950 había dado sus primeros pasos en la investigación y divulgación de nuestro pasado.

Cuando en 1958 el mencionado Burzio fue llamado a crear el Departamento de Estudios Históricos Navales, encontró en Destéfani un valioso colaborador. En la Facultad de Filosofía y Letras cursó la licenciatura en Historia, donde tuvo a Ricardo Caillet-Bois y a Julio César González entre sus profesores. El ministerio de Marina lo envió a España para investigar y enriquecer nuestras fuentes documentales en los Archivos del Museo Naval, y el de la Marina Española Don Álvaro de Bazán en el Viso de Marqués, Provincia de Ciudad Real en la Mancha, del que trajo varios miles de copias y microfilms. Allí tuvo como maestro al contralmirante Julio F. Guillén y Tato, secretario de la Real Academia Española y figura señera en estos estudios, quien lo orientó y le dio la más amplia libertad para la investigación.

Desde 1971 fue miembro de la Academia Nacional de Historia y se desempeñó como su secretario entre 1976 y 1990. Fue Jefe del Departamento de Asuntos Históricos Navales entre 1970 y 1984. Asimismo, fue Presidente del Instituto Browniano (1981-1983). Escribió unos 25 libros, entre ellos Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur (traducido a seis idiomas), Belgrano y el mar, Famosos veleros argentinos, Manual de Historia Naval Argentina, Los marinos en las invasiones inglesas, Eustaquio Giannini, Ingeniero Hidráulico, Tadeo Haënke y el final de una vieja polémica, El Alférez Sobral y la soberanía argentina en la Antártica, Lo que debe saberse sobre el Beagle, La campaña naval de 1814 en colaboración con V. Mario Quartaruolo y una biografía del comodoro Clodomiro Urtubey, fundador de la Escuela Naval Militar, entre otros. Dirigió Historia Marítima Argentina (Editorial Cuántica, Bs. As., 1982), una obra de diez tomos redactada por especialistas y, el mayor emprendimiento en esta materia.

La Academia Nacional de la Historia registra en su catálogo casi 300 aportes, sin contar otros tantos artículos de en el Boletín del Centro Naval y otras revistas y diarios de Buenos Aires y del interior. Propició la conservación, reconstrucción y reconocimiento histórico de lugares afines a nuestra historia naval y la recuperación de los pecios históricos de la costa patagónica junto con la rehabilitación de las baterías históricas de la isla Martín García. Fue miembro de número desde 1983 de la Academia Nacional de Geografía, donde ocupó el sillón Luis Piedrabuena que había quedado vacante por el fallecimiento de Raúl A. Molina; de la Academia Sanmartiniana, del Instituto Nacional Belgraniano, del Instituto Nacional Browniano de la Comisión Nacional de la Reconquista, y Honorario del Instituto de Historia Militar; entre otras instituciones.

En 1970, fue enviado a la Antártida para recorrer in situ los lugares de la epopeya del alférez de navío José María Sobral, y fue miembro de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. Ante esta

promovió la conservación y reconocimiento histórico de la isla Martín García, la población de Nombre de Jesús (Punta Dúngeness), faro San Juan del Salvamento y Refugio Suecia (Isla Snow Hill), Osmond House (Islas Orcadas) y ruinas de Deseado, San José y Floridablanca (San Julián); todos ellos hitos de la soberanía argentina

. Asimismo, de la corbeta Uruguay, hoy reconocida como monumento histórico nacional argentino y convertida en buque museo gracias a la gestión del Departamento de Estudios Históricos Navales.

Doctor Honoris Causa por la Universidad San Juan Bosco de Comodoro Rivadavia, fue presidente del Instituto Panamericano de Historia y Geografía (IPGH) por 10 años, organismo dependiente de la OEA; en 1963 le fue otorgada la Cruz del Mérito Naval de Segunda Clase, con distintivo blanco; la medalla de plata Plus Ultra y en 1971 la conmemorativa del cuarto centenario de la batalla de Lepanto por el gobierno de España.

Se casó con Blanca Vásquez y fue padre de dos hijas. Falleció el 6 de enero de 2017.

SENCILLO Y GENEROSO

Hombre sencillo y generoso, todos los sábados hace medio siglo visitaba al coronel Augusto G. Rodríguez, reducido por una hemiplejia, recibía a sus relaciones. Fui testigo de esa tertulia en la que entre otros se encontraban León Rebollo Paz, Marcial Quiroga, Humberto F. Burzio, Siro de Martini, Ricardo Caillet-Bois, Manuel José Calise, Raúl de Labougle, Noemi Rubio de Casares Campos y Maruca Paseyro de Galcerán y Marta Siri de Unanue, que viendo la asistencia perfecta preparó una especie de bandera con las iniciales de su apellido S.U., que significaba “Siempre unidos”.

Cierto día de setiembre de 1973, en las vísperas de la elección presidencial Destéfani emocionado nos comentó que se casa una de sus hijas a mediados de octubre. El sábado siguiente llegó con Blanquita, su mujer, con la invitación para nosotros a la boda en el Santísimo Sacramento y a la posterior recepción en el Centro Naval, era una demostración acabada al culto de la amistad; y en la que todos lo acompañamos.

Bien podemos hacer nuestras las palabras que publicó su colega Carlos Eduardo Ereño en la Academia Nacional de Geografía a su muerte:

“Quedará siempre entre nosotros el recuerdo imborrable de un caballero amable, de un especialista inquieto y, sin duda, de un profesional comprometido con la historia y los destinos de su patria”.

Al cumplirse su centenario, volvemos a rescatar el nombre de un argentino cabal y un hombre de bien comprometido en todo tiempo con su Patria, herencia y compromiso no menor que ha dejado a sus discípulos y camaradas y a sus descendientes, entre ellos su nieta, la vicepresidente de la República.