Turquía interviene activamente en Nagorno Karabaj con drones artillados
Las cada vez más peligrosas aventuras externas del hiperactivo y arrogante presidente turco, el islámico (pretendidamente moderado) Recep Tayyip Erdogan, se están multiplicando aceleradamente. En cantidad, audacia y peligrosidad.
En las últimas semanas, los militares turcos han intervenido visiblemente en el largo conflicto, aún no resuelto, de Nagorno Karabaj. Lo hicieron con drones artillados, cedidos por Turquía a Azerbaiyán, que los está utilizando con mucha frecuencia en el conflicto abierto que tiene como violento escenario al referido enclave armenio en Azerbaiyán.
Con ellos las fuerzas armadas de Azerbaiyán atacan reiteradamente a los tanques rivales; bombardean constantemente a su artillería; y procuran insistentemente destruir sus equipos y pertrechos.
De esta manera, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, edifica una nueva y visible presencia militar activa en un conflicto bélico más en su propia zona de influencia inmediata. Que se suma, ciertamente, a los de Siria, Libia, el norte de Irak,así como al que lo enfrenta con Grecia en las aguas del Mar Mediterráneo oriental, en todos los cuales Turquía ya interviene abierta y ostensiblemente.
También ha usado esos drones en la lucha que Turquía libra, desde el año 1984, en las duras regiones montañosas en las que enfrenta a los milicianos kurdos separatistas.
El Sultán Piromaníaco
En las últimas semanas, el presidente Erdogan ha comenzado también a embestir políticamente -muy poco cordialmente- nada menos que contra la persona del presidente de Francia, Emmanuel Macron, cuya “sanidad mental” el mandatario turco cuestionó abiertamente, dos veces. Lo que por cierto no es, para nada, propio de la cortesía básica que, desde hace siglos, impera normalmente en las relaciones internacionales.
Paris reaccionó como era de esperar, llamando a su embajador en Turquía “a consultas” en Paris, en obvia señal de comprensible sorpresa y muy profundo desagrado. El diario francés Le Monde apoda ahora -sin contemplaciones- al presidente Erdogan: “el Sultán piromaníaco”. Descripción que habla por sí misma y refleja una cada vez más preocupada mirada europea.
Llamativamente, Turquía sólo expresó unas breves condolencias a Francia por la horrible decapitación reciente de un joven profesor francés, perpetrada por un desequilibrado e intolerante fanático islámico. Lo hizo a través de pocas palabras que fueron pronunciadas por su embajador en Paris. Como si la tónica de atizar conflictos, de pronto impidiera hasta la posibilidad misma de ser cortés, desterrando la amabilidad.
Como ocurre con los EEUU, Israel y China, Turquía también es hoy una reconocida productora de drones que se utilizan para fines esencialmente militares. Ellos forman parte de los 3.000 millones de dólares en armamentos de distinto tipo que Turquía exportó al resto del mundo, el año pasado solamente.
A todo lo que hay que agregar que el candidato ultranacionalista que procuraba ser presidente de la parte turca de la isla de Chipre acaba de imponerse claramente en las elecciones locales. Con más de la mitad de los votos a su favor y con el espaldarazo abierto del presidente turco. Contó, además, con el fuerte apoyo financiero de Turquía durante toda su campaña. Por esto, la reunificación de la isla es, por ahora al menos, un objetivo que sigue estando distante. Casi imposible de alcanzar, en este momento.
Mientras tanto, en Francia, prácticamente todo el arco político (con excepción de una pequeña parte del comunismo) se ha encolumnado visiblemente detrás del presidente Macron, rechazando las provocaciones del líder turco, a las que califican de “inaceptables” e “intolerables”. Con razón, es bien cierto.
Grave crisis económica
Para algunos, las crecientes provocaciones de Erdogan tienen una razón central: disimular la gravedad de la crisis económica que tiene paralizado su país. En lo que va del año, la “lira” turca perdió nada menos que el 26% de su valor.
Con su “activismo” islámico en materia de política exterior, el peligroso Recep Tayyip Erdogan tiene a toda su región en vilo y ha cautivado a muchos musulmanes; esto es, a aquellos que no saben lo que es tolerancia, ni respeto, en un mundo que contempla cada vez más absorto las aventuras de un líder turco que, de pronto, se ha instalado en el centro del escenario regional. A “su manera”, es evidente.
Por ello, en países como Bangladesh miles de musulmanes han salido a las calles a protestar contra la política interna de Francia, por haber permitido la publicación de caricaturas sarcásticas que ofenden –dicen- a su religión y lastiman a su cultura.
También por ello en el mundo islámico crece ahora un “boicot” contra los productos galos, iniciado (una vez más) a propuesta directa del peculiar presidente turco.
Las aventuras turcas han provocado también tensiones dentro del propio mundo islámico. Como las que ya son evidentes con el Jefe de Gobierno de los Emiratos Árabes, Mohammed bin Zarged, un líder también muy ambicioso y muy activo en materia de política exterior regional. Las visiones en materia de política exterior de los Emiratos y de Turquía tienen poco en común. De allí los fuertes chispazos.
Ni para Erdogan, ni para el resto del mundo la realidad del Islam puede tenerse como un tema “menor”. Hablamos de una religión que tiene ya 1.400 años de existencia y nada menos que dos mil millones de fieles, de los cuales decenas de millones viven hoy en los países occidentales.
Con enorme senstez y con un buen sentido de la oportunidad, el arzobispo de Toulouse, Robert Le Gall, señaló hace pocos días a sus fieles que “uno no se burla impunemente de las religiones”, porque con ello siempre “se echa leña al fuego”. Tiene razón, obviamente. A pesar de que la libertad de expresión –en sí misma- sea siempre un tema: “no negociable”.
Volviendo al presidente turco, lo cierto es que, paso a paso, se ha convertido en uno de los temas más desconcertantes en la agenda corta de la paz y seguridad del mundo. No es para aplaudir, por cierto.