UNA MIRADA DIFERENTE

Somos campeones otra vez

La recepción a la selección, fomentada, y manipulada por el gobierno, fue muy parecida a un experimento social criminal, que de milagro no estalló en tragedia.

El recibimiento a la selección nacional del martes terminó siendo un nuevo acto de desprecio a la sociedad, víctima de la improvisación, la ambición política, la necesidad del Gobierno de mostrar algún éxito en algo, la desaprensión política y, como consecuencia, un paso más hacia la masificación del individuo, paso previo a las tiranías. 

Cualquiera sabía que el triunfo futbolístico convocaría multitudes, hasta los mismos integrantes del seleccionado lo alentaron, deseosos de compartir la emoción con la gente. Menudo bocado para un gobierno que cree en tomar la calle, en el desorden latente de toda multitud que siempre sueña controlar, en las asambleas laborales de voto a mano alzada, en la masa anónima de la falsa democracia instantánea y directa del impulso, el grito, el insulto, la amenaza, la rotura y la pedrea.

En algún lugar se juntaron la necesidad de ostentar algún éxito y el recuerdo de los orígenes de masas humanas arriadas, y entonces, se dejó de pensar. O, para mejor expresar, se continuó en la rutina de no pensar. O de ser incompetentes, que es casi lo mismo. Como consecuencia, con un decreto que primero fue fake news de república bananera y mucho más tarde se volvió un DNU de verdad, (de república bananera, de todos modos) se declaró un feriado nacional impunemente, tanto en lo que tiene que ver con la consideración por las necesidades diarias de la población, como en cuanto al debido respeto por el derecho de las Provincias y jurisdicciones, pero mucho más grave, sin medir las consecuencias de fomentar la concurrencia masiva a un acto impredecible, improvisado, no planificado, impreciso y descontrolado. 

Basta el sentido común para comprender que no se debió estimular con ese feriado nacional la concurrencia a la llamada celebración, que no sólo paralizó al resto del país, sino que transformó la demostración en una fiesta choripanera paga, garantizando una afluencia popular incontrolable. También que se debió advertir a todos los participantes, jugadores, dirigentes, hinchas y público en general de la inconveniencia de lanzarse sobre las calles y las autopistas hasta saturarlas, y de estimular a hacerlo. También era obvio que había que multiplicar las pantallas gigantes para ofrecer alternativas que no fueran las de aglomerarse en supuestos lugares del acto, y que no era viable pensar en una caravana triunfal del estilo camión de bomberos de un pueblo de 5000 habitantes a su ídolo triunfador con una procesión que viniese desde Ezeiza hasta el Obelisco. Y muchas otras ideas, itinerarios, métodos y técnicas que podrían haberse aplicado con un manejo profesional. 

Pero ahí entra un factor adicional. La casi infantil pretensión de que los campeones fueran a la Casa Rosada y desde los balcones saludaran a la multitud.  O para ser más claros, la idea de que la selección saludara al presidente, para lo que se acuñaron las medallas de pacotilla que supuestamente se entregarían a los ganadores, otra ridícula remembranza cincuentista. Cualquier asesor capacitado le habría dicho al presidente que esa idea era perdedora de nacimiento, no sólo por lo que implicaba comprimir inevitablemente una masa de cuatro millones (aceptando el cálculo de la Ciudad) en la trampa de Plaza de Mayo, sino porque nadie en su sano juicio quiere ser visto junto a Fernández en ninguna condición ni a ningún título. Y porque estos jugadores vienen de familias sacrificadas, trabajadoras y sufrientes desde las que iniciaron su duro camino de trabajo, sacrificio y éxito y no quieren confundirse con su triste figura. 

Berretín insensato

A partir de ese berretín insensato, ningún experto tuvo más voz ni voto. La obsesión fue el mandato supremo y todo pasó a ser controlado y operado por los funcionarios políticos, que supuestamente coordinaron o se pelearon entre ellos, antes, durante y luego de la fracasada caravana. Los comunicadores oficiales y extraoficiales, o sea los ensobrados, rápidamente ahogaron toda crítica o información calificando de amargado, o de “querer arruinar la alegría del pueblo” a quienquiera se opusiese a la idea de apoderarse del triunfo en medio de las vivas de la multitud. Desde ese momento en adelante, la ciudad, sus bienes, su mobiliario, los negocios, la propia gente y los jugadores, estaban en manos de Dios, o de la suerte, según se prefiera. 

Basta imaginar al chofer del ómnibus abierto en que se insolaban los jugadores, recibiendo  órdenes y contraórdenes de varias fuentes, gambeteando como Di María o Messi, volanteando desesperado para cambiar una y otra vez el destino ordenado, en medio del tropel que se quería subir o que se encaramaba en el compartimento del motor, o se arrojaba desde un puente, para entenderlo todo. Y obviamente no se puede prescindir ni de los ladrones de todo tipo que cartereaban entre la concurrencia, ni de los saqueadores de negocios y vidrieras, ladrones de motos y bicicletas o ruedas de autos. 

Un párrafo aparte merece la subraza homínida de trepadores a árboles, obeliscos, columnas de iluminación, fibra óptica, cables de teléfono y electricidad, semáforos luego rotos y robados, techos de Metrobús, apedreadores de ambulancias, bomberos, policías y servidores públicos, que suelen ser los mismos que encabezan todas las protestas, piquetes, pedreas, enfrenamientos con las fuerzas del orden, cortes, tomas, que en general no necesitar de feriados para no trabajar. Guste o no, forman parte del colectivo nacional, al lado de los que la grosería del Dibu en la entrega de premios empalidece y parece una travesura. 

Cuando finalmente el Gobierno se resignó a aceptar que no se produciría el genuflexo besamanos en la Rosada, y según algunas referencias luego de que se decidiera “quitarle protección” al micro campeón en represalia, justo después de que un delirante saltara al vehículo y otro le errara y se estampara contra el pavimento, luego de algunas horas de peregrinación y otras tantas por delante, la sensación a bordo fue que la situación se estaba desbordando. Allí se decidió que la operación debía abortarse y los jugadores fueron extraídos como en un capítulo de Homeland.  

Faltaban algunas secuelas de la serie. El ataque de los pandilleros de siempre a las fuerzas de seguridad en el Obelisco, y a los bomberos que intentaban bajar a algunos poseídos por la droga de las alturas, de las que ya no podían bajar por su cuenta. Algunos medios titularon “la policía enfrenta a los hinchas”. ¿Por orden de quién habrán elegido ese titular? 

Quedó para el final el triste papel del gobernador Perotti, que se colgó de Messi y Di María como un mendigo gracias a la ayuda de las autoridades del Aeropuerto de Rosario, que también inventaron un viaje como excusa para justificar la presencia lastimosa del Gobernador. 

Más corderos que nunca

Los cuatro millones, usados como siempre, más corderos que nunca, regresaron a sus casas contentos con la frustración de no haber visto a sus ídolos. Mansamente, por suerte. Muy parecido a lo que será la democracia de masas que el neomarxismo quiere imponer: no saben por qué ni a quien votaron, no saben para qué están ahí, pero levantaron la mano. 

Pocas veces se puede encontrar un ejemplo más completo de lo que es media sociedad argentina hoy.  Pocas veces se encuentra un estudio sociológico y antropológico tan profundo, detallado, patético, como el del martes 20. En un tuit postrero, Messi, ya desde la tranquilidad de su hogar, expresando su amor por Argentina decía: “no traten de entenderlo”. No trate. 

Como si esta muestra de desprecio, de desinterés, de falta de respeto por el individuo necesitase un corolario, o más bien un colofón, el jueves el presidente Fernández, en reunión con algunos de los gobernadores peronistas, (fuera de toda norma o mandato legal, o sea en una reunión de tipo partidaria) decidió, según una comunicación que emitió luego, considerar de cumplimiento imposible el fallo de la Corte que ordena restituir un tramo de la Coparticipación federal que le fuera quitado por la Nación a la Ciudad de Buenos Aires. 

Luego de algunas consideraciones de nulo valor legal, a veces con gruesos errores de concepto, el titular (RE) del Poder Ejecutivo decidió presentar un pedido de revocatoria “in extremis”, a lo que tiene derecho según la ley, (que será rechazado casi in límine por la Corte, y recusar a los miembros de la Corte Suprema, un disparate jurídico y Constitucional. A su vez, los gobernadores peronistas prometieron requerir ser tomados como parte en el caso, a lo que no tienen derecho porque el caso ya ha sido juzgado y porque, además, las provincias no son parte del fallo de la Corte, ni sufren perjuicio alguno, más allá del recurso dialéctico. 

Si bien este accionar, fuera de los términos del comunicado, que no son destinados a la Corte sino a la señora de Kirchner, no conforma aún la figura del desacato, aunque en la práctica implica lo mismo, la actitud, las frases rimbombantes falsas, la descalificación, la triquiñuela dilatoria, enlodan todavía más el panorama jurídico nacional, un objetivo central de la exmandataria, tanto en lo personal como en la idea de dejar a los elegidos en las elecciones de 2023 un país ingobernable no sólo en lo económico sino en la político y lo institucional. Más que una figura de desacato, una figura de caos. Casi peor. 

Ultima defensa

En algún lugar, los dos temas se entrelazan. O son lo mismo. La Corte es la última defensa del individuo frente al Estado. Sabotearla, desprestigiarla, embarrarla, ponerla en duda o desacatarla es quitarle al individuo su mayor garantía. Es volver a antes del feudalismo. A antes de Juan sin Tierra. Dos maneras diferentes pero un mismo objetivo: transformar al individuo en masa, sin derechos, sin voluntad, sin voto propio y sin libertad. Total, la masa siempre se vuelve tranquila a su casa. Como el martes. 

“No traten de entenderlo”. Sin quererlo, ese gran sociólogo y politólogo que es Lionel Messi ha dejado un mensaje imperecedero, abarcativo y definitorio de lo que es una dictadura embrionaria. 

Pese a todo y empecinadamente, feliz Navidad, recordando la frase de aquel presidente decente que fue Arturo Illia: “Día llegará en que la estrella ha de brillar sobre todos los portales”.