Siento simpatía por los soldados. Soy solidario con su decisión de adoptar como profesión el servicio de la patria y el ejercicio de las armas. Suscribo lo que dijo Oswald Spengler respecto a que un piquete de soldados salvaría la civilización, tal como lo había hecho en otras oportunidades.
Cuando terminé la conscripción, que la hice en un regimiento de infantería, pensé en seguir la carrera de las armas, pero ya era viejo para ingresar al Colegio Militar y estaría condenado a ser cola de mi promoción. Amén de que, seguramente, mi carrera se hubiera visto ineterrumpida por mi primera participación en una revolución fallida.
No obstante ello, seguí fiel a mi simpatía por los militares, por mi respeto a un estilo de vida sobrio y sacrificado.
Tengo muchos amigos militares. Y al decir militares incluyo a gente de Ejército, Marina y Aeronática. Periódicamente me reúno en un almuerzo convocado por la Mesa del Pez Volador, así llamada por haber sido fundada por aviadores navales, amén del suscripto. Y de la cual participa algún infante retirado.
Mi simpatía por los militares me llevó, naturalmente, a admirar a los hombres que combatieron para lograr nuestra Independencia, a destacarse en las contiendas referidas a la unidad nacional, o a jugarse el pellejo en la lucha contra la subversión.
Soy como las mucamas, que sienten debilidad por los conscritos. Y eso que no está de moda sentir simpatía por los soldados.
Todo esto me lleva a difundir un soneto que escribía hace poco, referido a un soldado viejo y que dice así:
VETERANO
Dormita a la sombra el viejo soldado,
en sus manos el mate ya se enfría,
unos perros tirados a su lado
le brindan maloliente compañia.
Lo visitan recuerdos del pasado,
de un pasado en el Tres de Infantería,
que más tarde sería reemplazado
por escuadrones de caballería.
Evoca a un camarada que, callado,
galopaba a su lado y conseguía
que el servicio no fuera tan pesado.
Y recuerda asimismo su alegría
cuando, después de haber desensillado,
cara al cielo en el suelo se tendía.