Sexo, deconstrucción y Juegos Olímpicos de París

“La moral es la debilidad de la mente” 
Arthur Rimbaud

Terminan hoy, luego de algo más de dos semanas, los Juegos Olímpicos de París 2024. Quizás estos juegos hayan estado marcados por el cumplimiento de un deseo expreso de los organizadores y de la dirigencia política actual de Francia: ser diferente a todo lo anterior y así ser recordados por su innovación, creatividad, espectacularidad… ¡y vaya que lo han sido! 
Algo que ha hecho célebre a la cultura francesa desde hace algunos siglos es la innovación y, en alguna medida, ser París en particular, ciudad que frecuentemente se cree sintetiza en ella la enorme riqueza cultural en el sentido más amplio de toda Francia. El faro de esa “nouvelle vague”, de esas nuevas tendencias, desde la ciudad luz debía extender un mensaje nuevo al mundo y evidentemente un escenario a escala planetaria como los Juegos Olímpicos no podían ser pasados por alto, con millones de espectadores en todo el mundo, para este fin. 
En todo encuentro de este tipo -mundiales de Fútbol, por ejemplo, pero en particular Juegos Olímpicos- el mensaje es más que deportivo, social y desde ya político, de alguna manera doctrinario y filosófico. Los organizadores discuten durante mucho tiempo cuál es la idea que intentan dejar establecida. En muchos casos se trata de resaltar los aspectos de universalidad y de valores como el respeto y la armonía entre los diferentes países del mundo y de las diferentes culturas y de allí la diversidad del mensaje, la inclusión de niños de diversas razas y culturas del mundo integrados en un valor superior que es el de pertenecer a la raza humana, de hermanarnos.
Esto sucede en un mundo sin embargo en el que las divisiones y conflictos son cada vez más importantes, en el que al mismo momento en que se realizaban los juegos, enfrentamientos raciales, religiosos, ocurrían en diversas partes del Reino Unido, o en diversas partes de Europa, y mientras en medio Oriente sigue un conflicto signado por eliminar a una parte culturalmente diferenciada de otra.
Pero estamos en el mundo postpandemia, donde el “Gran reseteo” ya no es una tesis conspirativa sino una cruel realidad. Donde los créditos sociales tan lejanos en China hace un tiempo como fue el caso del CoVid, ahora están en diversas partes del mundo y donde el dinero electrónico y una diversidad de anuncios del Gran reseteo y la “Gran Narrativa” de los libros de Klaus Schwab se van cumpliendo. 
Por supuesto, a pesar de la evidencia irrefutable, hay quienes siguen planteando que toda esa evidencia no son más que delirios paranoides de quienes lo expresan. Para poder sostener esa guerra contra las noticias falsas, siendo noticia falsa toda esa evidencia, no solo hay una agencia de “corrección (control) de pensamiento”, sino que las plataformas virtuales ya no sólo están considerando anular y prohibir una cuenta que no exprese esa nueva narrativa, el nuevo credo, sino que inclusive en estos días vemos cómo en Inglaterra un hombre recibe una pena de prisión por comentarios racistas en Facebook, posteriores al asesinato y violación de menores, pero el que violó a una menor, en razón de la comprensión a su diversidad cultural recibe trabajos comunitarios. La policía del pensamiento Orwelliana y de tantos relatos distópicos ya es una realidad.
Hace unos años, en una conferencia sobre el cambio de paradigmas que se avecinaba de manera tumultuosa pero que ya estaba en curso, aunque de manera imperceptible para el gran público, y el conflicto de las causas judiciales en las cuales el tema género era central, atravesadas por la ideología y no por el derecho o la justicia, un juez amigo mío utilizó una expresión muy interesante: dijo que  “la obra (en la cual estaba entrando la sociedad) se llama la gran confusión”.
Estos juegos Olímpicos parecen la celebración de ese nuevo paradigma existencial y cultural, para que en una confusión suprema solo quede abrazar de manera dogmática, sin cuestionamientos, fanática, una nueva narrativa. ¿Qué mejor lugar y momento, para mostrar al mundo que hemos entrado de manera plena en esa época en la que la confusión en todos los conceptos sea el arma de dominación, que un escenario como los Juegos Olímpicos? 
El premio para los que acepten esa nueva narrativa y la supuesta lógica que la sustenta es la de ser los habitantes de ese nuevo mundo conceptual, renovado, que renace luego del sacrificio del anterior. Tal el concepto de Tomas Kuhn y el cambio de paradigmas, no hay lugar para el anterior. A los que siguen sosteniendo el anterior y no abrazando el nuevo credo, el escarnio de ser retrógrado o quizás fascistas, o de extrema derecha es lo antiguo a quemar en el altar del nuevo mundo.
Fundamental en esa nueva narrativa es que el discurso no permita la crítica, la lógica racional, sino que sea muy confuso y necesariamente dogmático. 
París tenía que ser el lugar de lanzamiento, ya que los poetas del siglo XIX Rimbaud o Baudelaire, serán aquellos que desde el arte buscarían sacudir a la sociedad de sus creencias y así hacerlas evolucionar. La expresión ‘Épater le bourgeois’  (‘sacudir, sorprender o dejar confuso al burgués), es decir al hombre común que adhiere a lo tradicional, era la clave. La droga, el ajenjo, la ruptura por lo condicionado por la sociedad sería el camino a lo que hoy llamaríamos deconstrucción. 
En Inglaterra, Oscar Wilde sería un ejemplo. Quizás para sacudir al burgués sacudir bastiones de Francia como el París del hermoso y mítico río Sena, pero que los nadadores deben ser hospitalizados por infección de Escherichia Coli, y los organizadores dirán que son excusas y todos tuvieron las mismas condiciones. O el de la cocina francesa de excelencia por definición, pero varios deportistas abandonan la villa por las deficiencias alimentarias. Es extraño. ¿Desorganización o deconstrucción?
La diferencia es que en la actualidad esa deconstrucción es el discurso dominante y así en ciertas regiones de Europa no se puede izar la bandera del país o cantar canciones cristianas o nacionales para no ofender a las “minorías”, pasando entonces a ser minoría la cultura de siglos de un continente, lo que fuera la capital cultural de Europa, nos dice que una de sus obras magnas debe ser también deconstruida. Quienes critiquen ésta son la suma de todos los males morales y desde ya intelectuales, sujetos que no se adaptan a esa nueva narrativa que debe ser confusa de manera expresa.
Podríamos quedarnos con dos hitos de los juegos que ilustran cómo hoy, por ejemplo en medicina, no podemos definir ni siquiera patologías o inclusive el sexo de los seres vivos. Lo que pasó por la inclusión de la difusa frase de “diversidad sexual”, en la inauguración se instaló como discurso dominante, en el cual para hacerlo más flagrantemente claro, se sustituye a la figura cardinal de la cultura occidental, Jesucristo, y quizás una de las obras más emblemáticas -‘La última cena’ , el mural de Leonardo da Vinci en el convento dominico de Santa María delle Grazie, en Milán- por un conjunto en el que se busca claramente no la diversidad sino un solo modelo de vida y extremo, ante el cual no queden dudas que en ese extremo todo lo demás es antiguo, es la vieja cultura occidental. 
Se estigmatiza diciendo que los cristianos se sintieron ofendidos y se entra en el territorio de la confusión al decir que es arte, que no se trató de la última cena, mientras vemos la entrada de un Dionisio Baco, una deidad que claramente es portadora de un mensaje en la instalación de un neopaganismo. Pero el tema es la confusión. Y así llegamos para el final a lo que podría haber sido el inicio y contenido del artículo: una nota sobre sexualidades trans. Es el caso de Imane Khelif, la boxeadora argelina a la cual se le permitió competir contra mujeres. Posiblemente al estar esto publicado sea medalla olímpica.
El caso fue su combate contra la italiana Ángela Carini en el cual a los 46 segundos esta última no pudo soportar el castigo. Khelif había sido descalificada (demos esa acepción para no entrar en conflictos de este tipo) por la Asociación internacional del boxeo por no cumplir diversos parámetros para ser considerada dentro de la categoría. Se desataron toda una serie de explicaciones sobre qué es sexo, género, qué es trans, transgénero, transsexo… Por supuesto, unos calificaban a los que sostenían la postura de que no podía competir de ignorantes y retrógrados. Una cantidad importante de deportistas mujeres del boxeo hablaron de su experiencia con Imane Khelif, como el caso de la mexicana Brianda Tamara Cruz, y la desigualdad que implicaba casualmente el valor totémico que la nueva narrativa pretende imponer, la inclusión, la igualdad.
Muchos conceptos se podían extender respecto a este tema en particular, si es XX, XY, si los niveles de testosterona, si el desarrollo muscular, etcétera… pero lo que parece determinar el marco del concepto es que, al día de hoy, no podamos definir cosas elementales. Y quizás ese sea en realidad el fin: la confusión que nos vuelve dominables.
La anécdota contada varias veces dice que estaban invadiendo Constantinopla y en el concilio que se celebró durante mucho tiempo la discusión era el sexo de los ángeles. Quizás solamente se trata de que la historia se repite: mientras discutimos temas periféricos, pero convirtiéndolos en centrales, mientras se nos distrae con largas discusiones sobre lo evidente, nuestra propia existencia, empezando por la cultural, nuestra libertad, está en peligro. 
Estamos siendo dominados e invadidos no por una nueva raza invasora sino por un nuevo modelo de existencia en el cual el requisito es siempre delegar la capacidad de razonar y depositarla en aquellos que nos digan qué es lo correcto. Para ello, instalar la mayor confusión es el terreno necesario.
Quizás no sea sin interés recordar que estos son los XXXIII Juegos y que se celebran en el país de los Francos.

”Me parece que siempre seré feliz donde no lo soy”.
Charles Baudelaire

“No tendrás nada y serás feliz”