Cuando las ilusiones se achican, los malos ganan terreno. Dicho así no es muy comprensible, pero la verdad es que la realidad política y económica de nuestro país me lleva a esta lamentable reflexión.
Con la llegada de Mauricio Macri al gobierno la mayoría de la clase media argentina vio revitalizadas sus ilusiones de mejorar, de vivir en una economía más estable y que los corruptos pagaran sus culpas y devolvieran lo robado. Más de la mitad del mandato y nada fue posible. Los corruptos siguen libres salvo pocas excepciones y la economía ni siquiera comienza a arreglarse, al menos para los que siempre sufren los avatares de las malas administraciones: los ciudadanos de la clase media.
La presión fiscal que sufren es intolerable y los obliga a inventarse mecanismos de evasión para sobrevivir; son los que más padecen los embates de los aumentos indiscriminados y las contradicciones de un grupo de ministros que se nota que si ni siquiera se mandan un whatsapp, porque uno dice que ya no habrá más aumentos y el otro, horas después, anuncia los que se vienen en junio.
Obligan a los comerciantes, todos de clase media, a que utilicen la tarjeta de débito y dicen que es para dar un servicio a los clientes, pero entre la gestión de la tarjeta, ingresos brutos y otras yerbas, se pierde el cinco por ciento de la venta. Dieron libertad de precios de los combustibles a las petroleras y ni siquiera fueron capaces de absorber una parte del abuso reduciendo alguno de los muchos impuestos que se paga cuando se carga un litro de combustible.
El Presidente no puede ignorar que su gran masa de votantes es de clase media, pero parece no importarle a la hora de aplicar castigos, de no detenerse en su plan de bajar la inflación a costa del sacrificio de esos votantes. Macri sabe que hay miles y miles de planes sociales que se los llevan gente que no hace nada, que no produce y que no busca trabajo porque si lo encuentran lo pierde. A esos no solo no los toca, sino que les aumenta proporcionalmente su remuneración más que a los jubilados, que la mayoría son de clase media, o eran, porque ya no dan el piné.
El costo social lo pagan lo que no cortan calles, los que no protestan, los que se mastican la rabia porque son mansos, porque les preocupa la inflación que se les come el salario o las ganancias, pero más el miedo a que lo maten para robarle cualquier cosa.
Desde el Gabinete siguen mintiendo y sostienen que la inflación será del quince por ciento como vaticinaron y presupuestaron, pero en los primeros tres meses del año ya estamos en el 6,7 casi en la mitad de lo proyectado y ya predicen que en abril será otra vez de más del dos.
Señor Presidente, la clase media también puede hartarse pero su protesta será más sutil, será en las urnas y aunque usted y sus asesores más listos sostengan que su reelección es un hecho porque "no hay contra", se pueden equivocar, porque los argentinos aprendieron a votar como castigo y si lo hicieron contra la corrupción kirchnerista, lo pueden hacer contra las falsas promesas de Cambiemos.
Es verdad que la clase media quiere soluciones y que a veces no le gustan los métodos para lograrlas, pero más allá de eso se están ustedes, señor Presidente, pasando un poco y por momentos da la sensación de que toman a la clase media como un rebaño de tontos que se mastican todo lo que le tiran.
Suba precios pero baje impuestos, aumente el de la renta, los de los artículos de lujo y los coches de alta gama, haga que los de la clase media vean que usted reparte parejo, hágales un guiño que lleve una verdad, solo una y que no sea el "estamos mejor", porque ya no se lo cree nadie, señor presidente.
V. CORDERO