Por intermedio de mi madre conocí a Juan Luis Gallardo en el año 2005, a poco de haber finalizado el Secundario. Por entonces yo era un joven difícil de encasillar en su familia. Mi única certeza en el mundo era el gusto por la lectura y la poesía. En un gesto que hoy valoro enormemente, mi madre insistió en que yo conociera a un escritor de carne y hueso. Después de hablar por teléfono, Juan Luis me citó una tarde en su casa de Lomas de San Isidro.
Al corroborar la dirección me sorprendió darme cuenta de que la esquina donde estaba situada su casa era un lugar casi mitológico para mí, una conjunción de calles por la que había pasado cientos de miles de veces en bicicleta -también yo vivía en el mismo barrio- y que despertaba en mí una singular curiosidad.
Por algún motivo, al pasar por esa intersección, siempre me venía la idea de que en esa casa debía vivir un poeta. "Esquina chica", se leía en un azulejo emplazado en una de las columnas de la bella casa, de estilo colonial. Al cruzar la puerta sentí que en algún lugar estaría escrito que yo debía conocer ese sitio y a las personas que lo habitaban. Fue el inicio de mi larga amistad con él -una amistad de poetas- y con su esposa, Rosario. Con el tiempo, varias veces quedé al cuidado de esa casa y de Kaiser y Otto, sus estupendos weimaraners.
Tiempo después, Juan Luis prologó mi primer libro de poemas y yo estuve presente en muchas de las presentaciones de sus libros, que leí con entusiasmo. Como columnistas vecinos, compartimos varias veces la contratapa de la edición dominical de La Prensa. También asistió a mi casamiento y vivió de cerca la llegada de mis tres hijos y yo conocí a los suyos, a quienes hoy me une un gran cariño.
De Juan Luis siempre recordaré su porte elegante, su conversación amena, su disfrute por los rituales simples, los mates que se empeñaba en cebar (y de los que yo siempre terminaba por hacerme cargo), las apacibles tardes de verano a la sombra de la galería. También, las conversaciones sobre boxeo, literatura y sobre su querido San Lorenzo. Del Profesor Juan Semenzato y de mí, orgulloso, decía que éramos sus "amigos jóvenes".
UN CABALLERO
Quisiera remarcar que Juan Luis fue ante todo un caballero, de esos que casi ya no quedan. Esa caballerosidad ha sido para mí su virtud más ejemplificadora y el rasgo de su persona que más extrañaré. Al decir de John Henry Newman, "alguien que nunca causa dolor a otros y busca remover obstáculos para que todos se sientan cómodos; alguien que colabora más que lidera, evita conflictos, y trata a todos con gentileza, misericordia y respeto".
Caballero de la hispanidad
Por Nicolás Kasanzew
Su porte hacía honor a su apellido. Fulguraba con prestancia y señorío. Le sobraban agallas: fue comando civil en 1955 y se presentó como voluntario para combatir en Malvinas. Talentoso escritor y poeta, su pluma se tornaba flamígera cuando defendía alguna causa noble, generalmente perdida.
Su poema Celebración y elogio de un corte de manga no podrá faltar en ninguna antología dedicada a la Gesta de Malvinas. Ha partido un caballero de la Hispanidad. Que Dios lo tenga a su diestra.