Se fue Amadeo, el arquero que se hizo leyenda

“Gatti es un caquero, queremos a Amadeo”.  Los hinchas de River hacían oír su voz para que nadie se atreviera a despojar al arco millonario de su dueño. Hugo Gatti había llegado de Atlanta, con apenas 20 años, para competir por el puesto con Carrizo, una leyenda que ya tenía 38, pero que, por alguna extraña razón, era visto con cierto recelo. Dirigentes y técnicos pensaban que había comenzado el tiempo de la renovación, en especial porque el equipo llevaba mucho tiempo sin conseguir títulos. Pero Amadeo -nadie consideraba necesario pronunciar su apellido, porque el nombre de pila era toda una carta de presentación- todavía era un fenómeno y los simpatizantes seguían apoyando a ese hombre que desde 1945, cuando debutó en Primera, cambió para siempre el puesto. Ese Amadeo falleció hoy  a los 93 años. Con su partida el fútbol argentino pierde a una de sus máximas glorias. Porque si existiera un día del arquero, ése seguramente tendría que ver con Amadeo.

Nacido el 12 de junio de 1926 en Rufino, provincia de Santa Fe, Amadeo Raúl Carrizo estableció un nuevo paradigma para la función del arquero. Antes de su aparición, se observaba a arriesgados hombres que, atornillados sobre la línea de meta, volaban de palo a palo o se arrojaban a los pies de los atacantes rivales para inmolarse en procura de evitar un gol. Carrizo, con sus manos enormes, su pinta de galán de cine y su depurada técnica con la pelota en los pies, transformó a los guardavallas en mucho más que salvadores a base de reflejos. Amadeo extendió el campo de acción del arquero, lo integró al resto del equipo. Dominador del área por su enorme capacidad para leer el juego, se adelantaba a la acción y salía a enfrentar a los delanteros, muchas veces incluso gambeteándolos, situación que le provocó algún dolor de cabeza. Esa cualidad también le permitió ser un pionero a la hora de iniciar contraataques con sus manos o de su precisa pegada. No se tiraba innecesariamente. Sabía tanto de fútbol que se paraba siempre en el lugar correcto para sorprender con una atajada majestuosa. Se estiraba y bajaba el balón con una sola mano, desterrando el viejo hábito de embolsarla. Era un revolucionario.

Su condición de renovador se fundaba en cualidades excepcionales. Poseía un excelente manejo del balón -en su juventud había jugado como centrodelantero- y entendía que el arquero no podía limitarse a tirarse de acá para allá y a patear la pelota fuerte, alto y  lejos para que algún compañero procurara pararla para  iniciar un ataque. El prefería dominarla, jugarla con criterio, ya sea producto de su buena pegada o con la inconmensurable fuerza de sus brazos. Hacía gala de un gran sentido de la ubicación, lo que le valía parecer invulnerable, pues estaba donde la jugada exigía que apareciera, enorme y elegante, para ahogar el grito del gol.  Hasta el propio Gatti alguna vez contó cuánto aprendió de Amadeo. Por ejemplo, la costumbre de detener la pelota con una sola mano –algo que imitó el Loco durante toda su carrera- respondía a una lógica irrefutable: con una mano se llega más alto que con dos y, además, evitaba que los atacantes llegaran a cabecear o lo empujaran cuando intentaba embolsarla. También de Carrizo aprendió a jugar adelantado, porque “dando dos pasos al frente le achicás el arco al delantero”. Sí, sabía todo.

DE RUFINO A NUÑEZ

Desde su Rufino natal –la tierra de un despiadado goleador de los años ´30 como Bernabé Ferreyra-,  partió hacia River con una carta de recomendación para que lo viera en acción Carlos Peucelle. Cuestiones del destino, en su vida se cruzaron de un modo u otro Bernabé y Peucelle, los hombres que hicieron posible que el club se ganara para siempre el apodo de millonarios por las fortunas que la institución desembolsó para contratarlos en 1931 y 1932, con el advenimiento del profesionalismo.

Peucelle lo probó el 6 de mayo de 1943. Inmediatamente le recomendó “dígale a su padre que usted se queda acá”. Con 1 años se incorporó a la Cuarta División y un año después lo subieron a Tercera, donde ganó el título con Néstor Pipo Rossi  y Alfredo Di Stéfano como compañeros. Sus actuaciones despertaban asombro, pero debía aguardar su turno porque River tenía al peruano José Soriano en Primera y a Héctor Grisetti en Reserva.

Dos años después de su arribo a Núñez llegó la hora del gran debut. El 6 de mayo de 1945, por la 3ª fecha del torneo, salió a la cancha junto con Ricardo Vaghi, Eduardo Rodríguez, Norberto Yácono, Manuel Giúdice, José Ramos, Juan Carlos Muñoz, Alberto Gallo, Adolfo Pedernera, Angel Labruna y Félix Loustau. River se impuso 2-1 en Avellaneda a un Independiente con grandes figuras como Arsenio Erico y Vicente De la Mata en la delantera. El puntero Camilo Cervino le marcó su primer gol a los 17 minutos del primer tiempo. Sesenta segundos más tarde igualó Labruna y Gallo selló la victoria de los visitantes pasada la media hora del complemento.

Una semana más tarde volvió a jugar en el triunfo 2-1 sobre San Lorenzo. René Pontoni, exquisito delantero azulgrana fue su verdugo. River se quedó con el título de ese año amparado en la calidad de su delantera, apodada La Máquina, que en ese entonces mantenía su esplendor pese a que no contaba con uno de sus más célebres integrantes, José Manuel Moreno, que había sido transferido a México. Si bien integró el plantel campeón, no dispuso de más oportunidades para mostrarse.

Apenas jugó una vez en 1946 y debió esperar hasta 1948, luego del retiro de Soriano, para discutirle y ganarle el puesto a Grisetti. A partir de entonces, el arco sería de Amadeo para siempre. Fue un pilar sensacional en los títulos de 1953, 1955, 1956 y 1957, período en el que los simpatizantes millonarios se deleitaban con La Maquinita (Santiago Vernazza, Eliseo Prado, Walter Gómez, Labruna y Loustau), la línea de ataque que tomó la posta de la magnífica antecesora de la década anterior.

SUECIA, UNA ESPINA CLAVADA

En 1954 defendió por primera vez la valla de la Selección. Le tocó ser titular en el regreso de la Argentina en los Mundiales, en Suecia 1958. Terminó teniendo un fuerte protagonismo en la aciaga participación albiceleste, que concluyó con una goleada en contra por 6-1 a manos de Checoslovaquia. “¡Tremenda goleada fue! Me dolió mucho porque me dieron con todo cuando llegué acá. Pensaba qué culpa tenía yo si no podía solucionar nada de eso. Ni dos arqueros impedían eso. Si querían ese día los checos nos hacía 14”, le explicó el propio Carrizo a La Prensa en una entrevista en 2002.  

Esa derrota lo marcó para siempre. Lo abucheaban en todas las canchas, salvo en la de River, por supuesto. Los técnicos seguían citándolo para vestir de celeste y blanco, pero el rechazaba el llamado. Había sufrido mucho por las críticas, por aquellos que lo tildaban de vendepatria… Juan Carlos Lorenzo quiso llevarlo al Mundial de Chile. No aceptó y en su lugar fue suplente en River, Rogelio Domínguez, como alternativa de Antonio Roma, el arquero de Boca. Pero quizás porque se debía una oportunidad más, aceptó la convocatoria de José María Minella para ocupar el arco en la Copa de las Naciones, un torneo amistoso organizado por Brasil en 1964 con la única intención de ganarlo para seguir festejando títulos como lo hacían desde 1958 con Pelé y Garrincha como máximos baluartes.

Resulta que Amadeo pareció haberse tomado en serio la posibilidad de la reivindicación y atajó como los dioses. Bueno, como solía hacerlo. Terminó con la valla invicta y la Argentina se alzó con ese trofeo venciendo en la final 3-0 a Brasil. Carrizo hasta le atajó un penal a Gerson…

DUEÑO DEL ARCO DE RIVER

El arco de River le pertenecía y era difícil discutirle la titularidad, incluso en esos tiempos en los que los millonarios no conseguían títulos. La racha negra se había iniciado luego del campeonato de 1957. Amadeo padeció no sólo la sequía de su equipo, sino las críticas por lo que había pasado en Suecia. De todos modos, siguió siendo una figura descomunal. Tuvo duelos memorables con José Pepino Borrello, de Boca (una vez salió a cortar un avance y lo gambeteó fuera del área), con José Sanfilippo, de San Lorenzo, y con el brasileño Valentim, de Boca.

Fue un pionero hasta en el uso de los guantes para atajar. Los descubrió en una gira con la Selección por Europa, donde en un partido contra Italia vio que su colega Giovanni Viola los empleaba. Y los adaptó para siempre. Siempre dijo que su mejor partido había sido un amistoso contra un equipo checo en la década del ´60. Recuerda con dolor que una de sus mejores actuaciones se dio en el clásico contra Boca, el día de la tragedia de la Puerta 12.

De los pagos de Rufino admiraba a Sócrates Cieri, un arquero que llegó a militar en San Lorenzo en los  ´40. Le dolió en el alma haber perdido la final de la Copa Libertadores de 1966, contra Peñarol. Ese día paró una pelota con el pecho, algo habitual en él, pero que en esa ocasión coincidió con un increíble fracaso colectivo de River que se quedó con las manos vacías. Angel Clemente Rojas, Rojitas, un ídolo de Boca, le escondía la gorra para hacerlo enojar, algo que también hacia Juan Carlos Pichino Carone, de Vélez.  Decían que no le gustaba jugar en la Bombonera, donde no lo trataban bien.  

Entre los tantos reemplazantes que le buscó River, en el ´64 llegó Gatti, a quien tildaban de “caquero”, extravagante o poco serio. “Amadeo, vos sos un coche viejo y yo soy un Mercedes Benz”, le decía el Loco, irreverente. Pero Carrizo siguió siendo el arquero de River. El 14 de julio de 1968, a los 42 años, fijó el récord de invulnerabilidad en Primera División. Tenía un invicto de 729 minutos cuando un juvenil Carlos Bianchi le marcó un gol en una cancha de Vélez de la que brotaron aplausos de los cuatro costados por la hazaña.

Ese mismo año River perdió el título del Nacional en un triangular con Vélez –a la postre campeón- y Racing. En Núñez no toleraron esa derrota –enmarcada en la polémica por una mano del defensor fortinero Luis Gallo no sancionada por el árbitro Guillermo Nimo- y optaron por hacer borrón y cuenta nueva. Labruna, el DT millonario, decidió prescindir de Amadeo. Su última vez con la banda roja fue el 22 de diciembre de ese año en el Gasómetro de avenida La Plata. Se fue, con el corazón en pedazos y el pase libre. Atrás quedaron 521 partidos, 18 penales atajados y cinco títulos (1945, 53, 55, 56 y 57). Se destacó en una exhibición en Colombia contra un equipo en el que atajaba el soviético Lev Yashin –La Araña Negra- y terminó firmando para Millonarios, donde jugó hasta los 44 años.

Amadeo marcó una época y cambió para siempre el puesto de arquero. Le enseñó el camino a fenómenos como Ubaldo Matildo Fillol. Todos aprendieron de él. Y todos, como el fútbol mismo, hoy llora la partida de una leyenda vestida de arquero.