Scotta, el goleador récord

El baúl de los recuerdos. El Gringo se despachó con 60 tantos en 1975. Esa marca permanece imbatida en el fútbol argentino y le aseguró un lugar en la historia a ese delantero de potente remate.

¿Sesenta goles son muchos? Es difícil saberlo. Algunos delanteros reciben elogios como efectivos definidores con esa cantidad de tantos en toda su carrera. Hasta existen atacantes que ni siquiera se acercan a esa cifra y, sin embargo, son considerados buenos en su función. ¿Qué se podría decir, entonces, de Héctor Scotta, quien festejó 60 veces en apenas un año? El Gringo, feroz artillero de San Lorenzo, se despachó con ese impresionante número de conquistas en 1975. Por eso Scotta es el goleador récord del fútbol argentino.

Si algo caracterizaba al Gringo era la virulencia de su remate y la mezcla de potencia y velocidad con la que avanzaba hacia el arco de enfrente. No sabía de sutilezas. No las necesitaba. Era ciento por ciento práctico. Tenía entre ceja y ceja ese espacio de 7,32 metros de ancho por 2,44 de alto delimitado por dos postes verticales y uno horizontal. Dedicó su carrera a introducir la pelota en las vallas de los equipos rivales. Tan simple como eso. Tan importante como eso.

Ese rasgo distintivo lo mantuvo desde el primero hasta el último día de su extensa trayectoria como futbolista profesional. Con la camiseta de Unión en sus orígenes, luego en San Lorenzo, Sevilla (España), Ferro y Boca cuando actuó en Primera División y, finalmente, en su derrotero por el Ascenso con los colores de Deportivo Armenio, All Boys, Nueva Chicago, Villa Dálmine, San Miguel y Estudiantes de Buenos Aires. Siempre con el arco en la mira. Siempre goleador.

El Gringo siempre arrancaba con la mira puesta en el arco de enfrente.

Si es cierto que los números gobiernan al mundo, nada mejor que recurrir a ellos para confirmar las dotes del Gringo. En torneos de liga, Scotta metió nueve goles en Unión, 140 en San Lorenzo, uno en Ferro, dos en Boca, 101 en Sevilla, 30 en Armenio, 19 en All Boys, 14 en Chicago, diez en Dálmine y 14 en San Miguel. Solo en su paso por El Pincha de Caseros no pudo festejar. El recuento obliga a incluir los cinco tantos que consiguió en sus siete partidos en la Selección argentina. Las cuentas dan 345 conquistas en 557 encuentros. Implacable.

LA CLAVE: PATEAR AL ARCO

“Hay que patear al arco. Si no pateás al arco es imposible que metas un gol”, respondió alguna vez cuando le preguntaron cuál era el secreto para hacer tantos goles. En realidad, no existía secreto alguno en el estilo de Scotta. Era consciente de que la habilidad y la sutileza no lo acompañaban, pero tenía claro que de su pie derecho partían furibundos remates que podían ser letales. Pateaba desde cualquier distancia, incluso de algunas que podían parecer absurdas. Pero casi siempre acertaba. Cuestión de fe o de puntería, pero acertaba.

En España, cuando se destacaba en Sevilla, bautizaron como Scottazos a sus temibles disparos. El mismo Gringo contó que con un tiro libre derribó a Juan Manuel Asensi, una figura del Barcelona de los años 70, y le dejó grabados en el estómago los gajos de la pelota. Solía ser el encargado de ejecutar los penales y los tiros libres en todos los equipos por los que pasó. Desde los doce pasos, no dudaba: le daba fuerte y arriba, ligeramente a la izquierda del arquero. No fallaba.

La potencia de sus remates era una marca registrada.

TODO EMPEZÓ EN SANTA FE

El 27 de septiembre de 1950 llegó al mundo Héctor Horacio Scotta en San Justo, una ciudad santafesina ubicada a unos cien kilómetros de la capital provincial. Su padre, policía, atajaba en Colón, un equipo de su pago chico. El Gringo, que antes de llegar a San Lorenzo era Chiquito, iba a ver los partidos y luego regresaba a su casa para patear una pelota hecha con trapos y una media de su madre. Le apuntaba a un arco fabricado con cañas y un hilo a modo de travesaño. Ya desde pequeño soñaba con hacer goles.

En la casa de los Scotta el fútbol siempre estuvo presente. Junto con su padre, sus hermanos Néstor -jugó en Unión, Racing y River, entre otros clubes-, Juan Carlos y Ángel y sus tíos y primos llegaron a completar una formación de Colón de San Justo. Pero, muy pronto, tanto Néstor como Héctor se sumaron a Unión. Tola dos años mayor que Chiquito, debutó y rápidamente fue adquirido por River, primera escala de una larga carrera como goleador que tuvo sus mejores años en La Academia y en Deportivo Cali, de Colombia, con Carlos Salvador Bilardo como técnico.

En 1970 se produjo la aparición de Héctor en el Tatengue. Aunque se antoje impensado, su primer partido como profesional lo disputó como marcador de punta sobre la derecha. Sí, jugó en una retaguardia integrada por él, Jorge Artuccio, Sebastián Félix García y Luis Vicente Casal, con Juan Pablo Garzón en el arco. El 22 de marzo, por la primera fecha del Metropolitano, Unión perdió 2-0 con Platense. Cuatro días más tarde, el técnico Justo José Rossi lo ubicó como puntero en la victoria por 3-1 sobre Lanús. Chiquito, de penal, le puso la firma al tercer gol de su equipo.

Los primeros tiempos con la camiseta de Unión.

En ese entonces, Scotta, un pibe de 19 años, era una suerte de comodín. Jugaba donde el entrenador lo dispusiera. La mayoría de las veces aparecía como mediocampista por la derecha. Sin embargo, incluso en esa función se las arreglaba para encontrar el arco. Por ejemplo, le metió dos tantos a Agustín Mario Cejas en un 2-2 contra Racing en Avellaneda y marcó otro doblete en el 5-1 sobre Los Andes con Ciro Barbosa como víctima. También acertó un penal en un triunfo por 3-1 en el clásico frente a Colón en El Cementerio de los elefantes.

Terminó su primer certamen con ocho goles y uno en el Reclasificatorio, un torneo que disputaban los equipos que no accedían al Nacional por su ubicación en la tabla del Metropolitano. Sus desempeños llamaron la atención en San Lorenzo, cuyo técnico, Rogelio Domínguez, lo pidió inmediatamente. Había un problema: Scotta tenía que hacer el servicio militar. Debía cumplir dos años en la Marina, pero los dirigentes de Unión habían solicitado que lo cambiaran de arma. Lo remitieron al Ejército.

Mientras estaba en la colimba en Santa Fe, surgió el interés de San Lorenzo. Fue necesario que lo trasladaran a Buenos Aires para que pudiera cumplir con su instrucción militar y, al mismo tiempo, continuar su carrera como futbolista. Por la mañana afrontaba la formación en el cuartel y luego partía rumbo al Gasómetro de avenida La Plata para no faltar a los entrenamientos que conducía Domínguez.

Los hermanos Scotta: Néstor y Héctor fueron dos goleadores seriales.

UN CICLÓN DE FESTEJOS

No bien arribó a San Lorenzo dejó de ser Chiquito. Sus compañeros lo vieron rubio y oriundo de un pueblo pequeño de Santa Fe. Como 2+2=4, consideraron que era lo más parecido a un extranjero de tierra adentro y desde ese momento -y para siempre- pasó a ser El Gringo Scotta. Esa no fue la única metamorfosis que experimentó en Boedo. Domínguez, quien había sido un extraordinario arquero que llegó a jugar con Alfredo Di Stéfano en el Real Madrid, no estaba convencido de que las características del santafesino estuvieran bien aprovechadas.

Lo veía rápido y con un fuerte remate, cualidades más adecuadas para un puntero derecho que para un mediocampista. Así, Scotta dejó de usar la camiseta número 8 y empezó a lucir el 7 en la espalda. Y al poco tiempo, se acallaron las críticas de los hinchas, quienes lo notaban demasiado rústico para moverse por el medio del campo. Si bien al principio alternaba en una u otra posición, más temprano que tarde se afianzó como atacante. En esa función hizo su primer gol en San Lorenzo: fue el 9 de mayo de 1971 en el triunfo por 2-1 contra Independiente en el Gasómetro.

El Toto Juan Carlos Lorenzo supo sacar provecho de las virtudes del Gringo.

Compartía la ofensiva con Pedro Alexis González, El Lobo Rodolfo Fischer, El Ratón Rubén Ayala y Enrique Salvador Chazarreta. Ese último, en realidad, era un mediocampista que se desplazaba por el sector izquierdo. Aunque era un recién llegado, Scotta se ganó el derecho de ejecutar los penales: festejó tres veces desde los doce pasos en ese torneo en el que finalizó con 11 goles en 23 partidos. Fue el segundo máximo artillero del equipo, con cuatro tantos menos que Fischer. Y en el Nacional dio muestras de su efectividad con ocho conquistas en 11 presentaciones. El público del Ciclón no tardó en acostumbrase a sus goles.

El chileno Andrés Prieto fue designado entrenador en 1972. Se fue muy rápido y Miguel Ignomiriello estuvo al frente del equipo en el primer tramo del Metropolitano. En la sexta fecha se hizo cargo Juan Carlos Lorenzo. El Toto ajustó las piezas y con el correr de los partidos le fue dando forma a un San Lorenzo sólido, compacto y efectivo. No, no brillaba ese conjunto azulgrana, pero cada vez que salía a escena daba la impresión de que iba a ganar. Y ganaba.

Scotta era parte vital de una fuerza ofensiva que contaba nada más y nada menos que con Fischer, El Nene José Francisco Sanfilippo, El Ratón Ayala y Carlos Toti Veglio. El Gringo anotó seis veces en ese torneo que San Lorenzo ganó con seis puntos de ventaja sobre River. Discutido, pero contundente, El Ciclón del Toto barría con los cuestionamientos a puro triunfo.

San Lorenzo fue el primer equipo que ganó los dos títulos del mismo año. Lo logró en 1972.

Al abrazarse al título también en el Nacional, ese San Lorenzo quedó en la historia como el primer equipo que obtuvo los dos campeonatos del mismo año. Scotta no tuvo demasiados motivos para festejar en la segunda mitad de 1972. En realidad, su desgracia se produjo en plena disputa del Metro: el 20 de agosto, en el 3-1 contra Estudiantes, chocó con el arquero Carlos Leone y sufrió una fractura de tibia. Debió ser intervenido quirúrgicamente y se ausentó de las canchas por casi un año.  

Fueron muchos meses de yeso. Pasó 90 días inmóvil en la cama. La recuperación fue larga, muy larga. Lorenzo pensaba que ya no podría volver a contar con él. El Gringo, decidido, trabajaba día y noche pensando en el regreso. Por los nervios, hasta tuvo una úlcera estomacal. El técnico lo dejó al margen de la pretemporada. Osvaldo Valiño, presidente de San Lorenzo, intercedió por él ante El Toto. Ya en pleno Metropolitano del 73, el dirigente le pidió que le diera una oportunidad en un partido de Reserva contra Boca. Scotta entró en el segundo tiempo y metió tres goles.  

El 22 de abril, ocho meses después de la lesión, reapareció en Primera. Ingresó por Carlos Gallard en la derrota por 1-0 a manos de Argentinos. Treinta días más tarde volvió al gol: con un cabezazo doblegó al Pato Ubaldo Matildo Fillol en una victoria por 3-1 sobre Racing. El regreso fue con gloria: terminó el torneo como principal anotador del Ciclón con nueve conquistas. Y en el Nacional, con seis festejos, escoltó a Veglio, quien hizo nueve. El DT era Osvaldo Diez, un maestro de divisiones inferiores que había cubierto el vacío dejado sucesivamente por Lorenzo, Jorge Castelli y Luis Yiyo Carniglia.

El Chivo Ricardo Pavoni intenta frenar la arremetida de Scotta.

Con el Metropolitano de 1974 en marcha, desembarcó en Boedo Osvaldo Zubeldía, el hacedor del exitoso Estudiantes que en la década anterior había ganado cuanto título se cruzó en su camino. El recorrido del equipo por ese torneo no resultó del todo destacado. San Lorenzo terminó sexto en su zona y quedó al margen de la puja por el campeonato. Scotta lideró la tabla de artilleros azulgranas con ocho tantos, dos de ellos de tiro libre, otra de sus especialidades.

En el Nacional irrumpió en toda su dimensión el San Lorenzo que pretendía Zubeldía. Con un evidente parecido con el campeón que había construido El Toto, El Ciclón mostró una llamativa eficacia a lo largo del torneo y con una actuación arrolladora en la fase final conquistó el título.

La gran carta de triunfo fue Scotta, quien, quizás en un anuncio de lo que estaba por pasar, les puso la firma a 17 de los 54 goles del equipo. El Gringo exhibió lo mejor de su repertorio: remates de larga distancia, cabezazos decisivos (anotó cuatro por esa vía) y puntería desde el punto penal (acertó dos veces).

EL AÑO DEL GRINGO

En 1975 todos hablaban del River dirigido por Ángel Labruna que sepultó en el olvido una larga sequía de 18 años sin festejar títulos. Los millonarios se alzaron con el Metropolitano y el Nacional y le devolvieron la sonrisa a una hinchada que había visto a su equipo campeón por última vez en 1957. Pero, más allá de la alegría en Núñez, ese año tuvo un protagonista estelar: El Gringo Scotta.

Una extraña pirueta ante Héctor Chocolate Baley.

El atacante de San Lorenzo estableció una marca imperecedera en el fútbol argentino. Metió 60 goles. Espectacular. Es cierto, en este tiempo en el que se citan estadísticas a diestra y siniestra, muchos podrían decir que Lionel Messi registró 91 tantos en 2012 y que el portugués Cristiano Ronaldo y el polaco Robert Lewandowski sumaron 69 en 2013 y 2021, respectivamente. Si hasta en 2011 se instauró el premio al Mejor Goleador Mundial del año para alimentar la fruición por batir récords que impera en estos días.

Cuando Scotta alcanzó esa cantidad de goles se jugaban menos partidos por año. De hecho, celebró 60 tantos solo en encuentros correspondientes a los certámenes locales en la Argentina. Tanto a Messi como a Cristiano Ronaldo y a Lewandowski se les computan las conquistas de todas las competiciones en las que intervinieron sus equipos en esos doce meses. Para ponderar la importancia de un récord se antoja vital ubicarse en tiempo y espacio.

El Gringo fue la figura descollante de un San Lorenzo que solo cumplió un buen papel en el Nacional, pues en el Metropolitano acabó muy lejos de River. Scotta se lució en el Metro con 32 goles en 37 partidos, con un promedio brutal de 0,86 tantos por encuentro. Y en el segundo certamen del año acaparó todos los aplausos con 28 conquistas en 20 encuentros. Sí, 1,4 festejos cada 90 minutos. ¿Cómo no iba a quedar en la historia con una voracidad ofensiva tan manifiesta?

Scotta también era un notable cabeceador.

En su jornada más productiva del Metropolitano sometió cuatro veces a Mario Schujovitzky, de Chacarita, en un partido que su equipo ganó 4-2. Además, les hizo dos tantos a Antonio Spilinga (All Boys), a Carlos Barisio (Gimnasia), a Carlos Buttice (Atlanta), a Carlos Alberto Munutti (Argentinos), a Carlos Suárez (Racing) y a Eduardo Montilla (Banfield). La cuenta es simple: en siete fechas reunió 16 goles, por lo que los 16 restantes se dieron en otros tantos encuentros. El segundo anotador del torneo fue Carlos Morete (River), con 24.

En el Nacional su labor fue histórica. A Munutti (Argentinos) le marcó cuatro goles, a razón de dos por partido, y luego continuó con tres a Daniel Serrano (Atlético Tucumán), dos a Alberto Rodríguez (Atlético de la Juventud Alianza, de San Juan), a Rubén Alberto Lucangioli (Aldosivi), a Eduardo Dallovere (Gimnasia), a Carlos Biasutto (Boca), a Fillol (River), a Ricardo Ferrero (Rosario Central) y a Antonio Álvarez (Gimnasia de Jujuy). Los 28 tantos de ese certamen le permitieron sacarle nada menos que 14 de diferencia a Juan José Irigoyen (Argentinos), su escolta en la tabla de artilleros.

Todos estaban pendientes de Scotta la tarde del 23 de noviembre del 75. Llegaba a la 15ª fecha de la Zona B del Nacional con 46 tantos en el año. Le faltaban dos para superar la marca que el genial paraguayo Arsenio Erico había fijado en 1937 con la camiseta de Independiente. Aquí conviene hacer una pausa: en esa época al exatacante del Rojo le contabilizaban 47 conquistas en el 37 y recién en el siglo XXI se afinó el detalle hasta definir que fueron 48. Al margen de esas cuestiones, El Gringo fue el actor principal de ese clásico contra Boca en La Bombonera.

La revista El Gráfico lo reunió con otra leyenda: el paraguayo Arsenio Erico.

Los xeneizes no andaban del todo bien en el Nacional y San Lorenzo estaba encaramado en las posiciones de vanguardia de su zona. A Scotta no le tomó demasiado acercarse al récord, pues a los 60 segundos de juego venció a Biasutto con un potente tiro libre. Claudio Prémici aumentó para los azulgranas y luego descontó El Chueco Abel Alves. La Vieja Alberto Beltrán distanció a los de Zubeldía y a los 34 minutos del período inicial llegó el momento que El Gringo esperaba: sacó un zurdazo violento desde unos 30 metros y clavó la pelota en el arco de Boca. Sí, con la pierna izquierda, la que apenas manejaba.

En el segundo tiempo se completó el 5-3 a favor de San Lorenzo con un tanto más de Prémici y las conquistas de Luis Darío Felman y Alves. Pero el resultado era lo de menos. Los elogios se los llevó Scotta, quien fue reunido con Erico para una producción especial de la revista El Gráfico. El paraguayo vivía en Castelar y junto con el héroe del Ciclón fue a una plaza de Morón para que les sacaran fotos. El lugar escogido no resultó el más adecuado: los retrataron frente a una comisaría y los detuvieron por un rato.  

La simpática anécdota le dio más colorido a la proeza del Gringo, quien terminó el año con 60 tantos y se convirtió en el goleador récord del fútbol argentino. Aún hoy, a los 74 años, Scotta puede jactarse de que nadie fue capaz siquiera de acercarse a su impactante registro.

GOLES EN CELESTE Y BLANCO

Ese aluvión de tantos lo catapultó a la Selección. César Luis Menotti, el DT albiceleste, había fijado el rumbo hacia el Mundial de 1978, que iba a disputarse en el país. El Flaco inició un inédito trabajo que convirtió al equipo nacional en la prioridad del fútbol argentino. Había que recorrer un largo y tortuoso camino para dejar atrás frustraciones tan notorias como el fracaso en las Eliminatorias para México 1970 y el opaco papel en Alemania Federal 1974.

Sus goles lo llevaron a ser parte de la Selección argentina en 1976.

Menotti tenía una debilidad especial por René Orlando Houseman, un eximio exponente del fútbol de potrero. El puntero derecho había sido uno de los estandartes del Huracán campeón del Metropolitano 1973 con El Flaco como técnico. Era uno de los jugadores preferidos del entrenador. A pesar de eso, Scotta recibió la citación para integrarse al plantel argentino en 1976. Sus goles representaban la mejor carta de presentación posible. Y El Gringo la expuso desde su primer día en la Selección.

Debutó con un triplete en el triunfo por 3-2 sobre Paraguay en Asunción en un partido correspondiente a la Copa Félix Bogado. Se trataba de un trofeo amistoso que disputaban ambos seleccionados y que en esa ocasión se desarrolló paralelamente con la Copa del Atlántico, en la que también intervenían Brasil y Uruguay. El Gringo fue una pesadilla para el arquero Daniel Martínez. Osvaldo Aquino y Carlos Báez anotaron para los albirrojos en el estadio Defensores del Chaco.

Scotta compartió la formación ese 25 de febrero con Ricardo La Volpe; Andrés Rebottaro, Daniel Killer, Pablo de las Mercedes Cárdenas, Alberto Tarantini; Américo Gallego, Marcelo Trobbiani, Ricardo Bochini; Mario Alberto Kempes y Oscar Ortiz. El Turco Julio Asad reemplazó al Perro Killer y Houseman ingresó en lugar del Gringo. Esa última modificación no hacía más que confirmar que El Hueso era el preferido de Menotti.

Marcelo Trobbiani, Scotta, Ricardo Bochini, Mario Kempes y Oscar Ortiiz con la camiseta de la Selección.

Dos días más tarde, Scotta volvió a estar desde el arranque en la derrota por 2-1 contra Brasil en la cancha de River. Tal como ocurrió en su presentación, fue sustituido por Houseman a los 7 minutos del segundo tiempo. El Gringo tenía una muy buena relación con su colega de Huracán y por eso libraban la desigual puja por el puesto con suma cordialidad. Más allá de que el goleador de San Lorenzo sabía que no era el favorito del DT, nunca entró en polémicas con El Hueso.

La Selección salió de gira en marzo. La primera escala fue en Kiev, donde cosechó un recordado triunfo por 1-0 sobre la Unión Soviética con un gol de Kempes. En una cancha cubierta de nieve, la figura fue El Loco Hugo Orlando Gatti, quien jugó uno de sus mejores partidos en el representativo nacional. Gatti; Tarantini, Jorge Olguín, Killer, Jorge Carrascosa; Osvaldo Ardiles, Gallego, Trobbiani, Bochini (luego entró Daniel Passarella); Leopoldo Jacinto Luque y Kempes (reemplazado por Houseman) actuaron en esa ocasión.

La siguiente presentación fue en la ciudad polaca de Chorzow. El 24 de marzo, mientras se producía el golpe de Estado que derrocó a María Estela Martínez de Perón, el equipo de Menotti salió a la cancha y se impuso 2-1 al representativo local, que dos años antes había terminado en el tercer puesto en el Mundial. Mientras Houseman se preparaba para ingresar por Scotta, El Gringo recibió un pase en profundidad de Luque y empató luego de la ventaja inicial de los locales por un gol de Kazimierz Kmiecik. Un minuto después, entró René y les dio el triunfo a los albicelestes.

El abrazo con René Orlando Houseman, con quien competía por un lugar en el Seleccionado nacional.

El intenso periplo continuó 72 horas después con una derrota por 2-0 frente a Hungría en Budapest. Scotta jugó su cuarto partido y, como ya era habitual, le dejó su puesto a Houseman cuando faltaba media hora. El 30 de marzo Argentina perdió 2-1 con el Hertha Berlín alemán. Fue la única vez que El Gringo y El Hueso -como puntero izquierdo- compartieron la delantera. Como centrodelantero estuvo Luque, que hizo el gol. El 1 de abril se produjo el empate 0-0 con el Sevilla en un encuentro en el que el atacante de San Lorenzo ingresó por Kempes en el segundo tiempo.

Hoy no resulta tan común, pero en ese entonces los seleccionados nacionales medían fuerzas con equipos de clubes. Los duelos con Hertha y Sevilla le pusieron punto final a la gira por Europa, pero la Selección volvió a jugar no bien retornó al país. El 8 de abril, por las copas del Atlántico y Lipton, los de Menotti superaron 4-1 a Uruguay con un gol de Scotta, que sustituyó Houseman en el complemento. El 28 jugó los últimos 25 minutos en reemplazo de Kempes en la victoria por 2-0 sobre Paraguay.

La despedida de la Selección tuvo lugar en el estadio Centenario, de Montevideo, donde Argentina goleó 3-0 a Uruguay con tantos de Kempes, Luque y Houseman. Ese 9 de junio, Menotti mandó a la cancha a Scotta en lugar de Luque cuando le quedaban 30 minutos al clásico rioplatense. Era el séptimo partido oficial del Gringo, que, fiel a su hábito de definidor serial, acompañó con cinco goles.

A fuerza de goles se convirtió en ídolo del Sevilla.

ÍDOLO EN SEVILLA

Unos días después apareció Sevilla para contratarlo. En realidad, los españoles pretendían incorporar a Houseman, pero René no quiso dejar Huracán. Los dirigentes se comunicaron inmediatamente con Scotta, quien en el amistoso con la Selección los había sorprendido con un tiro libre desde 30 metros que reventó el travesaño, y acordaron su pase con San Lorenzo a cambio de 330 mil dólares. Esa transferencia lo alejó definitivamente de la Selección porque Menotti solo iba a contar con jugadores del fútbol local, pero condujo al Gringo a la idolatría en tierras andaluzas.

Como si supiera qué hacía falta para ganarse el corazón de los hinchas del Sevilla, arrancó con el gol de la victoria en el derbi contra Betis. Sus infernales tiros libres causaban furor en el público. En su primer año metió 29 tantos y doce meses más tarde cerró la segunda campaña con 25 conquistas en la Liga y seis en la Copa, que en tiempos del Generalísimo Francisco Franco se llamaba Copa España y no Copa del Rey.

Dos años después del arribo de Scotta, Sevilla incorporó a Ricardo Daniel Bertoni. Juntos formaron una dupla explosiva. De hecho, los dos le pegaban muy fuerte a la pelota y festejaron muchos goles en suelo andaluz. En la temporada 1978/79 El Gringo metió 28 tantos entre Liga y Copa y en la siguiente sumó 32. Los simpatizantes recuerdan los cuatro que le hizo en un partido al Burgos. A mediados de 1980, tanto él como Bertoni (totalizó 24 goles) debieron dejar el equipo por diferencias con el técnico Miguel Muñoz. Todavía hoy en una tribuna se ve una bandera con la inscripción “Curva Scotta”.

El Gringo metió más de cien goles en los cuatro años que permaneció en el equipo andaluz.

El retorno a la Argentina encontró a Scotta en Ferro. Carlos Timoteo Griguol le daba, de a poco, forma al equipo que fue campeón en los Nacionales de 1982 y 1984. El Gringo no tuvo demasiadas oportunidades para jugar y apenas dijo presente en diez partidos y solo señaló un tanto.

En el 81 volvió a San Lorenzo en el peor año de la historia del Ciclón. Los azulgranas descendieron y al artillero le quedó la frustración de ver la pérdida de categoría del equipo desde las tribunas por una expulsión. En la última fecha, San Lorenzo tuvo un penal contra Argentinos y el uruguayo Mario Alles se lo atajó a Emilio Eduardo Delgado.

Nunca se sabrá qué habría pasado si Scotta, que marcó cinco goles en el Metropolitano y era infalible desde los doce pasos, hubiera tenido la oportunidad de ejecutar ese disparo. En el Nacional cerró su ciclo en el club con un gol y se fue. Nunca le propusieron quedarse para jugar en la B.

Su breve paso por Boca. Aquí, con Jorge Rinaldi, de San Lorenzo.

Su amigo Carmelo Faraone estaba al frente de Boca y le propuso firmar en la Ribera. Cobraba por partido. Jugó poco y nada. Apareció en una docena de encuentros y anotó dos goles. También actuó tres veces en la Copa Libertadores y se mudó al fútbol de Ascenso. El desfile por Armenio y All Boys en la vieja B, Chicago en la B Nacional y por Dálmine y San Miguel en la B Metropolitana arrojó pruebas irrefutables de que su condición de definidor resistía el paso del tiempo.

En 1988 vistió la camiseta de Estudiantes de Buenos Aires en un partido. Tuvo apendicitis y debió pasar por el quirófano. El técnico era Rubén Glaría y su ayudante Tola, el hermano del Gringo, quienes lo alentaban a volver. Mientras transitaba los meses de recuperación, se extinguían las ganas de jugar. Scotta se fue del fútbol profesional, pero quedó para siempre como el goleador récord.

San Miguel, All Boys y Nueva Chicago fueron tres de los equipos que festejaron sus goles en el Ascenso.