EJEMPLO DE COHERENCIA CRISTIANA EN POS DEL BIEN COMUN
Santo Tomás Moro: patrono de gobernantes y políticos
POR BERNARDO LOZIER ALMAZÁN
"Suprimid la Justicia, ¿Y qué son los Estados sino grandes pandillas de bandidos?"
San Agustín, La Ciudad de Dios, libro IV, cap. IV
El Santoral litúrgico nos recuerda la extraordinaria figura de Santo Tomás Moro –Thomas More en inglés– modelo de santidad y ética política para los gobernantes y políticos de nuestros tiempos.
Sin el ánimo de trazar una exhaustiva semblanza de su personalidad, recordemos que Tomás Moro había nacido en Londres, el 7 de febrero de 1478, en pleno Renacimiento, hijo primogénito de John More, prestigioso jurista de quien desde muy temprana edad recibió una esmerada educación.
Luego de cursar sus primeros estudios en el St. Antony´s School de Londres, ingresó al Christ Church de Oxford para estudiar derecho, latín y griego, completando sus conocimientos jurídicos en los colegios de abogados, primero en el New Inn, para concluir en el Lincoln Inn de Londres donde abrevó en las mejores fuentes de la jurisprudencia de aquellos tiempos.
Recibido de abogado a los 26 años, en 1504 contrajo matrimonio con Jane Colt, con quien procreó cuatro hijos hasta que, en 1511 quedando viudo, contrajo segundas nupcias con Alice Middleton, viuda y con dos hijos. Tomás Moro supo cumplir con sus obligaciones maritales, como buen esposo, padre cariñoso y fiel y, a la vez, con sus obligaciones profesionales, como prestigioso abogado y profesor de Derecho.
Tan meritoria trayectoria hizo que, en 1504, fuera electo para desempeñar el cargo de Miembro del Parlamento, iniciando de esta manera su brillante actuación en el mundo de la política durante el reinado de Enrique VII, siendo reelecto en 1510 cuando ya reinaba Enrique VIII, quien además lo nombró miembro del Consejo Privado de la Corona. Este monarca, que admiraba su talento, integridad moral y agudo ingenio, lo distinguió otorgándole el honroso título de Caballero del Reino, designándolo a su vez lord Canciller y Custodio del Sello del Reino de Inglaterra.
CRISTIANO EJEMPLAR
De tal manera, en 1529, sir Tomás Moro ingresaba en la más alta esfera de la Política de Estado cuando el país afrontaba una profunda crisis económica y moral. Fiel a sus principios éticos y creencias religiosas, promovió apasionadamente la justicia y el bien común, el respeto por la libertad y la persona humana. Como hombre público demostró ser enemigo de los favoritismos y privilegios del poder, viviendo con sencillez y humildad. Podríamos decir que logró ser un ejemplo como servidor del Estado porque actuó como un perfecto cristiano, conforme a la enseñanza de Cristo: "Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", pregonando la relativa sujeción de lo temporal en relación con lo espiritual.
Fruto de su vocación política fue Utopía, editada en 1516 en latín y posteriormente en inglés en 1556, siendo su obra más conocida y divulgada. En ella, Moro idealiza una sociedad existente en una nación situada en una isla imaginaria que lleva el mismo nombre, en la que los abusos, la deshonestidad y corrupción de sus gobernantes eran inexistentes.
Siguió dando vueltas la rueda del tiempo, hasta que aquel fatídico año de 1532, adquirió dramáticas derivaciones cuando Enrique VIII, mediante aviesos argumentos, obtuvo la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena, provocando la ruptura de Inglaterra con la Iglesia Católica Apostólica Romana y convirtiéndose de facto en "Jefe Supremo en la Tierra de la Iglesia de Inglaterra", para entrar en la órbita de la Reforma luterana, con la aquiescencia de obispos, teólogos, canonistas, como Tomás Cranmer, arzobispo de Canterbury, sir Tomás Cromwell, Secretario del Rey y Richard Rich, Fiscal General.
A todo esto, Tomás Moro, coherente con sus ideas y fiel a su conciencia, se negó rotundamente a firmar el juramento de sumisión al Rey como cabeza de la Iglesia Anglicana, renunciando a su cargo de Canciller y Custodio del Sello del Reino, consciente de las consecuencias de tan peligrosa determinación. Fueron inútiles los esfuerzos de sus amigos para disuadirlo de su actitud.
CONDENA A MUERTE
Como no pudo ser de otra manera, Tomás Moro concluyó sus días recluido en la tétrica Torre de Londres y juzgado por un tribunal que, mediante testimonios falsos, lo declaró traidor al estado y condenado a muerte. En atención a la amistad que lo unía al sentenciado, Enrique VIII, lo eximió del afrentoso ahorcamiento, destinado a los traidores, disponiendo en cambio su decapitación.
Así fue como, tan injustamente, Tomás Moro fue ejecutado el 6 de julio de 1535, luego de manifestar que moría "como buen súbdito del Rey, pero antes de Dios". Su cabeza rodó sobre el patíbulo y fue expuesta en una pica en el puente de Londres.
Juan Fisher, Obispo de Rochester, que tampoco había cedido a las pretensiones del Rey, también había sido ejecutado unos días antes, el 22 de junio de aquel mismo año.
Tomás Moro, junto con el obispo Fisher, fueron beatificados por el Papa León XIII en 1886, y canonizados en 1935 por S.S. Pío XI. Por último, el 31 de octubre de 2000, inspirándose en el Concilio Ecuménico Vaticano II, por Carta Apostólica en forma de Motu Propio, Santo Tomás Moro fue proclamado "Patrono de los Gobernantes y de los Políticos", incluyéndose su festejo en el Santoral litúrgico el día 22 de junio. Sin duda, Santo Tomás Moro fue un mártir de la libertad de conciencia, de la ética política y de la lealtad a los principios, virtudes que parecen desconocerse en estos días.
Al respecto, el genial Ignacio B. Anzoátegui, con su lapidario humor, solía decir que “a este santo inglés ‘los hermanos separados’ le separaron la cabeza”.
Su martirio es el magnífico ejemplo de virtudes que nos lega, contrastando con el triste espectáculo que nos brindan en la actualidad –con menguadas excepciones– quienes integran la desacreditada clase política argentina, fielmente definidos por Julio Irazusta como "venales usurpadores del noble título de servidores públicos". Roguemos entonces en el día de su natalicio a Santo Tomás Moro, para que los hombres que nos gobiernan mantengan la política unida a la moral, como uno de los principios fundamentales para alcanzar el bien común, que tanto necesitamos los argentinos.