Salvando al Emperador y las enseñanzas del Dr. Sir Frederick Treves

Tras años de machacarnos que los salvadores de la patria fueron exitosos militares subidos a cuadrigas vencedoras o severos jurisconsultos sembrando de leyes la organización de las naciones, les resultará extraño que hoy les cuente la historia del héroe ingles que no usó fusiles ni cañones ni códigos o disposiciones legales, sino bisturíes, sus conocimientos, su innata habilidad quirúrgica y, además, como si esto no fuese suficiente, sus condiciones de escritor.
Hoy vamos a contar la historia del Dr. Sir Frederick Treves (1853-1923), recordado no por sus innovaciones quirúrgicas (que las tuvo) ni su sobresaliente capacidad docente (como dejaron consignados sus alumnos), sino por sus dos pacientes más prestigiosos, que estaban en las antípodas sociales:  el rey Eduardo VII por un lado y un señor Joseph Merrick, más conocido como “El Hombre Elefante”. 
Vamos a comenzar por el monarca, quien, debido al extenso reinado de su madre, Victoria, llegó al trono a los sesenta años. La relación con su progenitora no era muy cordial porque  Victoria le echaba en cara  que su vida disoluta había preocupado tanto al príncipe Alberto, su progenitor, que fue el causante de su deceso. En realidad, no fue así, porque Alberto murió de una neumonía, con lo que los romances de Eduardo con actrices de vida airada no tenían nada que ver con el óbito de su padre, pero todos sabemos que a algunos  progenitores les gusta repartir culpas ....
En 1902, Treves era un reconocido cirujano del Hospital de Londres que merecía artículos laudatorios de revistas como Vanity Fair, fue convocado por el rey dos días antes de su coronación como emperador. El acontecimiento había convocado a toda la realeza europea y aun la de países lejanos, hasta donde se extendía el dominio británico. Ya estaba todo listo: las ropas, las coronas, los invitados, la cena ... Pero algo no salió como debía.
Frederick y Eduardo se conocían desde hacía unos años; Treves se desempeñaba como Honorary Surgen to the Crown, y en enero de 1902 lo había tratado al rey  por una lesión en el tendón de Aquiles. Así que entre el monarca y el cirujano había cierta confianza. 
El  24 de junio de 1902,  Treves fue convocado por “un hinchamiento duro” en el real abdomen. La conclusión diagnóstica fue inmediata: apendicitis. Treves era el cirujano con más experiencia en apendicetomías de Inglaterra pero, aun así y para confirmar el diagnóstico lo consultaron al Dr. Lister, el promotor de la antisepsia quirúrgica que había tratado a la reina Victoria de un absceso en el glúteo (sí, los monarcas también sufren problemas en sus glúteos). Lister coincidió con el diagnóstico de Treves. Había que operar.
El rey titubeó, hacía décadas que esperaba para este momento y ahora debía suspender la ceremonia para operarse ...
–¿Podríamos esperar a después de la coronación? – preguntó el rey .
El Dr. Treves se tomó unos segundos, y mirando fijo a Eduardo, le dijo:
–Su majestad, en un par de días  usted entrará como cadáver a Westminster Abbey –el lugar donde los reyes ingleses se coronaban, se casaban y se enterraban…–
Resignado, Eduardo  se puso en manos de Treves, quien, como dijimos, era el cirujano con más experiencia en este tipo de cirugía que practicaba desde 1888, después que la introdujera el americano McBurney.
En el caso de Eduardo, Treves hizo la cirugía a través de una muy pequeña incisión (era la época en que los cirujanos se guiaban por el apotegma: “grandes incisiones, grandes cirujanos”), logrando una pronta recuperación del monarca.
Ese día en los hospitales de Londres se comió caviar, langosta y foie gras, la comida del banquete que no se pudo hacer por este impensado inconveniente.
Treves tuvo más suerte que la que había tenido con su hija de 18 años, a la que se había visto obligado a operar él mismo ya que dos cirujanos convocados no habían podido llegar a tiempo; Treves debió operarla...pero sin suerte.
Su relación con el rey se vio reforzada con los años, haciéndose acreedor del título de Sir. Fue nombrado Caballero de la Real Orden Victoriana, miembro del Orden del Baño y la Orden de San Juan.
En 1907, el rey desarrolló una lesión en el parado del ojo izquierdo (si uno mira los retratos de sus últimos años verá que las hendiduras palabras son diferentes). Sospechando una malignidad, Treves  convocó al dermatólogo Malcon Morris (quien le había recomendado al célebre Dr. Arthur Conan Doyle que se especializara en oftalmología, especialidad que ejerció por un tiempo, abandonando la profesión por la actividad literaria detectivesca). Morris extirpó la lesión sin problemas.
El rey era un fumador empedernido, en los primeros días de mayo de 1910 tuvo una bronquitis, y, sin embargo, siguió fumando. En horas de la tarde, sufrió un infarto masivo y murió .
Su funeral fue la reunión más grande de la realeza europea. Más de medio millón de personas desfilaron frente a su féretro a lo largo de tres días.
Sin embargo, Eduardo no fue el paciente más conocido del Dr. Treves. Como muchos médicos, y particularmente en él como anatomista y docente de la Universidad de Londres donde era adorado por los alumnos debido a sus clases chispeantes y didácticas (“un constante flujo de sarcasmo”), tenía un interés particular en casos raros, siguiendo el ánimo coleccionista que convertía a las cátedras en gabinetes de curiosidades. Tal era la curiosidad del doctor que también tenía permiso para disecar animales en el zoológico de Londres y visitar la feria de curiosidades humanas (freaks ) que el empresario Tom Norman tenía frente al Hospital de Londres. 
Allí conoció a Joseph Merrick, más conocido como “El Hombre Elefante”, porque lucía una prolongación de uno de los muchos tumores que crecían sobre su cuerpo, dándole este aspecto de proboscidio.
Treves pidió permiso a Norman para exhibir a Merrick en un ateneo del servicio de patología. Entonces fue presentado como un caso extremo de la enfermedad de Von Recklinghausen que produce tumoraciones y cambios pigmentados en todo el cuerpo. En la oportunidad, pocas palabras intercambiaron entre Merrick y el doctor, quien consideró que este era un débil mental.
Merrick continuó exhibiéndose en la troupe Norman, quien lo anunciaba  como una víctima de las llamadas “impresiones modernas”, sosteniendo que la madre de Joseph había visto a un elefante durante su gestación (una situación harto improbable ya que los paquidermos escaseaban en Inglaterra). A continuación, después de esta breve introducción, lo presentaba diciendo: “El hombre elefante no está acá para asustarlos si no para iluminarlos”.
Merrick  y Norman viajaron a Europa donde pensaban presentarse  en distintas ciudades, pero las autoridades continentales eran menos condescendientes que las británicas y prohibieron su exhibición por considerarla inmoral. Abandonado a su suerte, Merrick trató de volver a Inglaterra, pero desconociendo el idioma, casi sin dinero y con su aspecto, esto le resultó muy difícil. Finalmente fue admitido en un barco de carga y varios días más tarde fue hallado cerca de la estación Liverpool de Londres, al borde de un ataque de locura. 
Ante el escándalo intervino la policía y lo único que pudo encontrar entre sus ropas como identificación fue la tarjeta del Dr. Treves. Convocado por las autoridades, este lo fue a buscar y  alojó a Merrick en el Hospital de Londres.
Recuperado del stress, pudo expresarse claramente y el doctor encontró a un hombre sensible  cautivó de un cuerpo deforme que se expresaba correctamente y le encantaba leer poemas y novelas románticas como las de Jane Austin.
Treves, que además de cirujano era un consumado deportista, pintor aficionado y buen escrito, relató en el Times la historia de Joseph, quien de un día para el otro se convirtió en una celebridad. Hasta fue visitado por la princesa de Gales –es decir, la esposa de Eduardo VII, por entonces futuro rey y  también futuro paciente del Dr. Treves–.
Lamentablemente Joseph murió abruptamente. Se discute si fue por una trombosis venosa o si al quedar dormido leyendo el peso de su cabeza al caer bruscamente quebró sus vértebras cervicales. 
Entre los poemas escritos por Joseph Merrick hay uno que dice: “Culparme a mi es culpar a Dios”...
El Dr. Treves continuó su carrera como cirujano, educador (fue decano de la facultad de Aberdeen) y escritor no solo de textos médicos sino sobre los casos clínicos destacados de los que tuvo conocimiento, como el de este “Hombre Elefante” que fue elevado a la pantalla años más tarde  en la célebre  versión de David Lynch.
Después de la Gran Guerra se retiró, pasando su bien merecido tiempo libre, pintando marinas.
Murió el 7 de diciembre de 1923 en la ciudad de Suiza de Lausana. Paradójicamente la causa de defunción fue una peritonitis, afección que él había curado infinidad de veces a lo largo de su carrera profesional.