Reyes Magos, el camino a la sabiduría y los planes del año
Ayer celebramos el comienzo de la Epifanía, o quizás el final del ciclo de los 12 días rituales sagrados previos a la Epifanía, es decir la llegada de los Reyes Magos o Sabios. Es un camino de 12 pasos que vamos construyendo desde el ritual del nacimiento del niño Jesús hasta la llegada de los Reyes Sabios, que es el momento de revelación en que todo comienza a ser evidente como símbolo de esa claridad y sabiduría, el momento en que todo se ve más claro, se hace evidente y esa luz nos permite diferenciar lo realmente importante que aparece con claridad y lo negativo y oscuro desaparece. Es la luz que resurge, escondida todo el año detrás de nuestro ego.
Interesantemente, es el proceso cíclico que comienza en una época ligada a lo estacional, el solsticio de verano (o invierno en el hemisferio norte), en el que nace una etapa, para que luego ese ser llegue a la madurez de la sabiduría, del conocimiento. En realidad, el ciclo se inicia con el tiempo de adviento en el que se comienza a armar el árbol de navidad con todo lo que ello significa (Armando el arbolito del 2020: tiempo de balances de un año único).
Hoy es de poco uso, pero se usaba la palabra epifanía para referirse a una revelación, un momento de claridad y eso es lo que aporta en el simbolismo la llegada de tres reyes o sabios de tres partes diferentes del mundo revelando el conocimiento, desde los tres puntos cardinales del espacio.
La palabra epifanía etimológicamente viene del griego “epiphaneia”, que significa manifestación. Para algunas culturas tradicionales las epifanías corresponden a revelaciones o apariciones en donde profetas, chamanes, médicos, brujos, oráculos o astrónomos interpretaban algo a ser revelado. También es conocida como “Teofanía”, que es la manifestación de una deidad a los mortales como se ve en numerosos relatos de las diferentes culturas y religiones.
El relato que a nosotros nos llega por vía de los evangelios es por el de San Mateo, que es el único que menciona a los Magos, o sabios, que vinieron de Oriente para adorar al recién nacido que sería el “Rey de los judíos”. Siguieron una estrella que los llevó a Belén, con lo cual la idea que encontramos en otras culturas sobre la luz a seguir, o festival de las luces, tiene sus paralelos.
En el camino está la historia de la matanza de Herodes que temía que el Mesías amenazara su trono y ordenó la masacre de todos los niños varones de Belén que tuvieran dos años o menos. En nuestra tradición actual es el “Día de los Santos Inocentes”, el 28 de diciembre. Luego vendría la huida a Egipto.
En “Los siete sermones a los muertos”, Karl Jung toma otra lectura en este mito cíclico y describe la estrella en términos de una luz que guía el alma hacia el reposo. “En la distancia inconmensurable brilla una estrella solitaria en el punto más alto del cielo. Este es el único Dios de este solitario. Esta estrella es el dios y la meta del hombre. Es su divinidad guía; en él el hombre encuentra reposo. A ella va el largo viaje del alma después de la muerte; en él brillan todas las cosas con el fulgor de una gran luz.”
Es interesante que los tres Reyes o sabios venían de las tres partes diferentes y así representando la integración del conocimiento en el nuevo ser: Melchor era de Asia, Balthazar Persa y Gaspar Etíope.
Este simbolismo en el que se nace, se sigue la luz que guía y se manifiesta como ser integral, reproduce también parte de las etapas de la evolución del ser que finalmente se expone al mundo.
En la tradición en nuestro país, así como algunos otros en América Latina, el "Día de Reyes" es la noche del 5 de enero hasta la mañana del 6, en la cual los niños dejan sus calzados junto con algunas ofrendas y al despertar encontrarán los regalos. Es interesante que los Reyes Magos pasan sin dejar regalos por la casa de los niños que estén despiertos. También se comerá otro alimento menos dulce y copioso en general que los que se consumieron en las fiestas que allí se cierran y las decoraciones de navidad se guardan.
Allí comienza un periodo en el que se prepara para el siguiente ritual de pasaje que es el inicio de la cuaresma, el periodo de preparación para otro ritual de transformación que culminará en Pascuas.
Estas celebraciones nos confrontan a la evidencia de un ciclo que termina y otro que comienza y así, en esta dualidad de cierre y comienzo, se establece inevitablemente otra: la de balances, planes y esperanzas.
El eje de todo este periodo es el de aprovechar la oportunidad para -en la repetición del rito, en cualquiera de sus tradiciones o creencias, especialmente en su vivencia- integrar lo nuevo con lo pasado, lo vivido con lo que se espera vivir. Por eso comienza con el árbol como manifestación del eje del mundo, es decir de la cultura el “axis mundo”, que hunde sus raíces y se manifiesta hacia lo alto. En alguna medida, este eje nos manifiesta que todo es el ahora y desde esa toma de conciencia ya no hay lugar para postergar nuestros proyectos. Se cumplen o no, y de allí el regalo de la sabiduría que se nos da, en nuestra tradición estando dormidos, es decir en un estadio no consciente.
Ahora, con esa nueva conciencia adquirida en estos momentos de reencuentro con los seres queridos o quizás con las movilizaciones que ocasionan las fiestas, podemos luego de hacer un balance empezar a pensar qué queda en ese camino que hemos recorrido de manera simbólica y armar de una mejor manera el periodo que está por delante. Sin duda, hay elementos positivos y negativos de luces y de sombras (Luces y sombras: los balances de fin de año y las promesas para el siguiente) pero por algo el ritual dice que debemos seguir la luz de la estrella, de aquello que nos guía y así atravesar peligros, y no participar de la oscuridad. Al mismo tiempo, esa luz única es la que va acompañada de la sabiduría de esos nuevos regalos, es decir, esas nuevas adquisiciones como seres en evolución.
Quizás en esa síntesis, que en su simpleza desdeñamos, estén las líneas a seguir para un plan, un camino a seguir en el año que comienza.