LA ULTIMA OBRA DE CEFERINO REATO INDAGA EN EL CRIMEN DEL PADRE MUGICA

Revisión de un magnicidio

El libro combina la biografía del sacerdote asesinado en 1974 con un estudio de las manipulaciones políticas y judiciales que rodean el caso. Se detiene también en la posible responsabilidad de Montoneros.

El legado de los años ‘70 en la Argentina está manchado de sangre, muerte, ideología y un recuerdo sesgado, incompleto. No sólo el paso del tiempo impide reconstruir la época con veracidad: también la manipulación y la memoria instrumental operan para hacer imposible la tarea.

Pese a todo, en los últimos dos decenios la producción histórica sobre el período fue ampliando la mirada y dando lugar a nuevos testimonios y mejores investigaciones. Uno de los protagonistas centrales de ese fenómeno ha sido el periodista Ceferino Reato (Crespo, Entre Ríos, 1961), quien de manera sostenida se abocó al tema desde su impactante irrupción en 2008 con Operación Traviata, dedicado al asesinato por Montoneros del líder de la CGT, José Ignacio Rucci.

A su ya considerable obra personal en la materia, Reato agregó este año Padre Mugica (Planeta, 360 páginas), su pesquisa retrospectiva de otro magnicidio setentista: el crimen del carismático sacerdote tercermundista Carlos Mugica cometido el 11 de mayo de 1974, cuando acababa de celebrar la santa misa en una parroquia del barrio porteño de Villa Luro.

Al igual que el de Rucci, el de Mugica fue un asesinato que, por razones tácticas, sus autores o inspiradores prefirieron no reivindicar de manera inmediata.

Ahora bien, transcurrido medio siglo, nadie duda ya de que Rucci fue abatido por balas montoneras, aunque persistan discrepancias sobre cuál de sus facciones decidió llevarlo a cabo, en un momento en que esa banda guerrilla, la más numerosa que actuó en aquellos años siniestros, estaba en proceso de fusión y ampliación con otras agrupaciones.

No ocurrió lo mismo en el caso de Mugica. El misterio de quiénes ordenaron y ejecutaron su muerte sigue vigente, a pesar de la sospechosa decisión del juez Norberto Oyarbide de reabrir la causa en 2012 y resolver que los verdugos habían sido miembros de la anticomunista Triple A. De esa manera el magistrado, tan controvertido como obediente a los deseos del kircnherismo entonces en el poder, pretendió sepultar para siempre las sospechas que desde un primer momento apuntaban a la guerrilla montonera.

EL HECHO

Reato comienza su libro con una precisa narración del homicidio apelando mayormente a las declaraciones de testigos presenciales que fueron recogidas en la primera investigación judicial.

Este aspecto tiene relevancia porque le servirá luego al autor para señalar las llamativas variaciones en las que incurrió uno de esos declarantes, el más destacado entre los que más tarde tuvo en cuenta Oyarbide al pronunciarse sobre el caso. Esa voltereta del testigo acompañó el auge del mecanismo de utilización política de los años ‘70 que empezó con el alfonsinismo, se consolidó en el interludio aliancista y alcanzó su máxima expresión durante la era kirchnerista.

Haciendo un amplio movimiento circular, los capítulos posteriores del libro de Reato retroceden en el tiempo para esbozar la biografía de Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe y su llamativa parábola espiritual y política.

Se revisa el tránsito del antiperonismo más aristocrático al peronismo plebeyo, su vinculación con la célula fundadora de Montoneros (Abal Medina, Ramus y Firmenich), su pertenencia al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo fundado en 1968, su trabajo pastoral en las villas de emergencia y la insólita popularidad que alcanzó a fines de los años ‘60 gracias a su elocuencia, apostura y telegenia.

También se registra con medido respeto el trato del presbítero con el enjambre de mujeres jóvenes y hermosas que lo seguían a todas partes, en otro signo de su atractivo personal que además despertaba toda clase de rumores y habladurías.

Reato aclara que la evolución de Mugica fue mucho más amplia de lo que suele recordarse. El sacerdote estuvo cerca de las primeras organizaciones guerrilleras, pero procuró tomar distancia a tiempo. Su adhesión, propia de la época en un sector de la Iglesia tercermundista, era al peronismo, en el que veía la expresión concreta de ese “socialismo nacional” que tanto se mentaba a izquierda y derecha.

Era, además, un admirador confeso del líder máximo del movimiento, a quien conoció en 1968 durante un viaje a Europa y al que acompañó en el vuelo de su primer retorno al país en noviembre de 1972.

Desde entonces Mugica pareció quedar vacunado contra las manipulaciones de los que se decían peronistas mientras desconocían la autoridad del caudillo anciano y enfermo, al que pretendían defenestrar en cuanto les resultara posible.

Recurriendo a la bibliografía existente y a varios testimonios nuevos o exhumados, como las excelentes crónicas del olvidado periodista Justo Piernes, Reato reconstruye el origen y desarrollo del enfrentamiento entre el sacerdote y la conducción de Montoneros, que es uno de los ejes de la obra.

LA DISPUTA

El choque empezó después del retorno definitivo de Perón en 1973 y se acentuó tras el asesinato de Rucci, en septiembre de ese año. De manera diplomática en público y con mucha más crudeza en privado, Mugica condenó ese crimen, que no dudó en atribuir a los Montoneros.

A partir de entonces el sacerdote, que por unos meses había sido asesor en el Ministerio de Bienestar Social encabezado por José López Rega, estuvo entre los que alentaron la formación de un ala disidente dentro de Montoneros, la JP Lealtad, que se afianzaría en 1974 hasta arrebatarle un tercio de los militantes a la organización madre.

En esa disputa estaba enfrascado el religioso en los últimos días de su vida. Distintos testimonios de la época o solicitados por Reato para el libro dan cuenta de la preocupación y hasta la angustia que sentía Mugica por la tensión con sus antiguos discípulos y por las amenazas directas que recibía. El asedio se había intensificado especialmente en la semana previa a que un tirador no identificado lo emboscara a la salida de la parroquia San Francisco Solano.

Cabe preguntarse, entonces, quiénes fueron los asesinos. El libro no llega a una conclusión tajante, ni siquiera arriesga alguna teoría alternativa a lo que ya pretende haber establecido la historia oficial del crimen. “Las dos hipótesis sobre quién mató a Mugica tienen puntos fuertes y débiles -señala Reato en el epílogo-; ninguna me resulta definitiva y esa incertidumbre podría reflejar que el sacerdote había quedado en la mira tanto de la derecha como de la izquierda armada del peronismo.”

Sin descartar la actuación de bandas parapoliciales, el autor acumula una serie de convincentes indicios que apuntan a la responsabilidad de Montoneros. Pero no va más allá.

En rigor puede decirse que, a diferencia de sus trabajos anteriores, este Padre Mugica de Reato es más una semblanza biográfica que un libro de investigación.

No ha intentado, porque era imposible, la reconstrucción del suceso desde la perspectiva de los autores, como si lo había conseguido en Operación Traviata, Operación Primicia o Masacre en el comedor, que historian tres de los principales hechos de armas cometidos por la banda que lideraba Mario Eduardo Firmenich.

Más que en el propio magnicidio, sus páginas se concentran en los años o días que lo antecedieron, para luego avanzar en las actuaciones judiciales posteriores, con la intervención de extraños personajes que desvirtuaron el proceso pero que, al mismo tiempo, contribuyeron a conducirlo hacia donde mejor convenía al relato setentista dominante.

IMPOSTORES

Inspirado en El impostor, el inquietante libro del escritor español Javier Cercas basado en un caso real, Reato se detiene en los otros “impostores” que a partir de 1983 se entrometieron en la causa judicial, cuya primera etapa califica de “floja y deslucida”.

Estos hombres formularon denuncias espectaculares contra la Triple A y López Rega y agregaron supuestas confesiones de su propia participación en el asesinato de Mugica. Uno de ellos cargaba con evidentes problemas mentales y otro admitió más tarde que todo era un invento, pero eso no impidió que hasta el día de hoy se lo considere un testimonio válido, digno de ser reflotado cada tanto.

“Cuando los asesinatos por motivos políticos no son bien investigados -escribe Reato- derivan en causas judiciales que permanecen dormidas hasta que repentinos impulsos, también vinculados a disputas de poder, las colocan de nuevo en movimiento”.

Uno de los méritos del libro es recordar hasta qué punto la historia de los años ‘70 sigue reescribiéndose en los estrados judiciales, a plena luz del día y con engañosas pretensiones de imparcialidad.