Rendidos a la seducción del gato
El tigre en la casa
Por Carl Van Vechten
Sigilo. 328 páginas.
La mentira se ha urdido con calculada malicia. Se ha postulado que el mundo está dividido en occidentales y orientales, capitalistas y comunistas, ricos y pobres, ateos y creyentes, sabios e ignorantes, países desarrollados y subdesarrollados... Vilmente, se han encargado de mofarse de nosotros para que jamás llegáramos a comprender que la verdadera grieta que nos pone de un lado u otro tiene una naturaleza diferente de cuantas puedan plantearse internándonos en campos tan diversos como la política, la economía, las razas o la religión. La gran brecha es tanto o más significativa. Amar u odiar a los gatos. Esa es la cuestión. Tan simple como eso. Tan importante como eso.
El tigre en la casa remueve la venda que nos impide ver el mundo tal cual es. Carl Van Vechten es el autor de este divertido y profundo tratado sobre la naturaleza felina. Plantea con asombrosa claridad asuntos tan significativos como ambiciosos. Por ejemplo, corta de raíz la extendida idea de que perros y gatos se detestan; incluso se atreve a postular que pueden convivir con naturalidad. De ese modo, no hace más que erradicar otra incomprensible condición que han abrazado hombres y mujeres: no es válido decir "no tengo gatos porque amo a los perros", o viceversa.
Puede quererse tanto a unos como otros. Pero claro, entregarse a la seducción de los gatos -o de los perros- implica una elección decisiva. "El gato es el único animal que vive con los humanos en términos de igualdad, si no de superioridad. Se domestica a sí mismo si quiere, pero bajo sus propias condiciones, y nunca renuncia del todo a su libertad, sin importar cuán estrechamente esté confinado", explica el autor. Así advierte que un minino se mostrará dispuesto a jugar o a ser mimado sólo si le conviene; no será un sumiso receptor de caricias y mimos como el perro.
Y entonces sabremos que nuestras Titi o Loli -o como se llamen nuestros gatos- se estirarán con gracia, saltarán para atrapar alguna bandita de goma o se pasarán por entre nuestras piernas con la aviesa intención de sacar provecho de nosotros. Pero en ese amor interesado nos harán inmensamente felices. Porque "el gato es anarquista, mientras que el perro es socialista. Es un anarquista aristocrático y tiránico, además".
Buscando ejemplos en la literatura, el arte o incluso las ciencias, este libro escrito en 1920 pero que no pierde actualidad, nos recuerda el rol de los felinos en el animado diálogo del Gato con Botas y el Gato Blanco en el último acto de La bella durmiente, el ballet de Piotr Chaikovski. O que en la catedral italiana de Orvieto hay dos frescos de Piero di Puccio en los que los gatos tienen un rol clave, o que un felino frunce el entrecejo para desaprobar a Judas en La Ultima Cena, de Doménico Ghirlandaio... Claro, en sus tiempos no existía Chatran, ese minino aventurero que nos conmovió en los "80...
Finalmente, Van Vechten nos obligará a rendirnos y admitir que "podemos dominar a los perros, pero a los gatos nunca, a no ser por la fuerza. Pueden ser aniquilados, pero nunca serán serviles o banales. El gato nunca es vulgar".
Incluso nos recordará la fascinación que provocaron estas criaturas en faraones como Mery, quien decía que "Dios creó al gato para concedernos el placer de acariciar a un tigre", o en Leonardo Da Vinci, quien sostenía que "hasta el más pequeño de los felinos es una obra maestra".