UNA MIRADA DIFERENTE
Reloj, no marques las horas...
Como en ese viejo bolero, la tiranía del tiempo empieza a presionar al Gobierno y también a la sociedad, más allá de los fanatismos y partidismo.
Cuatro meses es un plazo simbólico en la política telúrica. Se supone empíricamente que ese es el período de enamoramiento o tolerancia que una sociedad tiene con un nuevo gobierno. Pasado ese plazo mágico, dicen los brujos politólogos, el gobierno empieza a tener la culpa de todo lo que ocurra, más allá de si eso es cierto o no, de si es su responsabilidad o no.
El oficialismo llega a ese momento con suerte diversa. Por un lado ha logrado bajar la inflación, al menos en el primer trimestre, a la vez que mantener calmo el dólar. También ha cambiado las expectativas de los mercados financieros, lo que redunda en la caída del riesgo país, y la suba de los valores de los papeles argentinos en Wall Street. Ha recompuesto bastante las reservas y ha logrado bajar drásticamente la tasa de interés en pesos, en un mercado prácticamente cautivo que no tiene demasiadas opciones ni demasiada elección.
También ha podido patear para más adelante el problema de las Leliq con su correlato de Plazos fijos, no ya una espada de Damocles sino una guillotina que se cernía sobre cualquier plan de cualquier tipo. Es cierto que lo ha hecho a costa de virtualmente dolarizar la deuda, una especie de venta de dólar futuro disfrazado de bono, aunque es cierto que era imperioso quitarle inmediatez al explosivo manejo de esos instrumentos que había recibido en una herencia sin beneficio de inventario y ganar tiempo para poder intentar parar la bola de nieve.
El plan que podría denominarse “No hay plata” dio resultado en cuanto paró el despilfarro y el déficit, pero como siempre ocurre en estos casos, lo hizo a costa de la calidad del gasto. O sea que paró el gasto al voleo, sin demasiado análisis ni estudio, ni criterio. Habrá que aceptar que en cuatro meses no se podía hacer mucho más. También habrá que aceptar que el FMI, más allá de la cara de inocente que ha decidido poner en este caso, reclama ese ajuste a toda costa, guste o no guste. Habrá que aceptar que el presente ajuste responde al estilo del Fondo, sobre grandes números, con el trazo grueso de lápiz rojo, poniendo más énfasis en el déficit que en el gasto, mucho menos en la calidad o justicia de este último.
LA CONTRARREFORMA
Por supuesto que la resistencia legislativa de la oposición kirchnerista, más un aporte propio de incompetencia de gestión y falta de muñeca, hicieron que se demorara el ajuste sobre el gasto estatal, tanto de la Administración como de las empresas del Estado, a lo que se suma una imposibilidad constitucional de despedir gente, más allá de que eso sea conveniente, sensible o humanitario, o de que el empleado, o la función, sea ñoqui , inútil o redundante.
También la lucha con los gobernadores redujo la ley de Bases a la tercera o cuarta parte, y aún no está aprobada. Esto no es una novedad, hace muchos años que las satrapías provinciales tienen un poder omnímodo no sólo sobre la economía de sus provincias, sino sobre la vida de sus habitantes y le han costado más de una vez a la nación el fracaso económico y/o el desastre político.
Por eso se termina este cuatrimestre con aumento de impuestos, dólar controlado y a dedo y la pauperización de los jubilados, en especial aquellos con aportes plenos, que además de haber perdido la mitad de su poder adquisitivo en pocos meses han terminado pagando los bonos que se otorgan a los jubilados de favor de Cristina Kirchner, que los exceden en número y los comienzan a sobrepasar en sus ingresos en muchos casos.
Es demasiado temprano reclamar al Gobierno que cese la recesión y comience la reactivación, más allá de la conveniente ignorancia económica contenida en semejante expectativa. Por una parte, toda inflación importante termina siempre en una recesión, aún cuando no se hiciera nada para detenerla. Baste con recordar que la primera medida que se toma en esos casos, en cualquier lugar del mundo, es parar de emitir y subir la tasa de interés, un modo de inducir que se reemplace el consumo por ahorro, lo que necesariamente frena el consumo.
Quienes sostienen alegremente que en Estados Unidos o el área de la Unión Europea no ocurre eso, o sea los defensores (lo sepan o no) de la delirante Teoría Monetaria Moderna, pasan por alto que eso ocurre porque esas potencias tienen moneda que aún, a pesar de todo, son más confiables que cualquier otra. O sea, que pueden emitir por un tiempo largo moneda sin respaldo hasta un momento en que aparezca un sustituto mundialmente aceptado. No es casual la lucha de Estados Unidos para que el renminbí no sea moneda internacional. El riesgo de una comparación es muy alto.
También es injusto reclamar crecimiento de inmediato luego de más de dos décadas en que se torpedeó a la exportación y la importación nacional con impuestos, controles, recargos, costos laborales en especial judiciales, costos sindicales, tipo de cambio controlado o encepado, monopolios, licitaciones con acceso restringido a empresas extranjeras, prebendas, privilegios y demás trampas.
Además del colosal proceso que desarmar esa telaraña requiere, hacerlo de golpe es un acto que puede ser considerado de coraje, pero que si se cree en la Acción Humana es una moneda al aire que se parecería demasiado a la irresponsabilidad. Lo sabe bien el mismísimo Cavallo, que en 1987 propuso un sistema económico con un tipo de cambio altísimo y libre, que sin embargo olvidó a los pocos años cuando le tocó timonear el área.
Para ponerlo a nivel intelectual de la masa, protestar por la escasez de repelentes en la emergencia del dengue, es simplemente no entender el efecto de todas las restricciones y obstáculos para crecer. El crecimiento es vital para un país que no tiene empleo para ofrecer y que tiene sindicatos con pretensiones escandinavas, pero no se logra sin libertad, y eso tomará años.
UNA BATALLA PERDIDA
Donde el Gobierno claramente ha perdido la batalla, sino la guerra, es en el área ética y en la lucha contra la corrupción. La presencia de personajes despreciables en su gabinete y puestos jerárquicos, la deliberada omisión del ataque a privilegios y prebendas delictivas de varios sectores, las designaciones en la Justicia y la sensación general de que el ajuste no es parejo, le quita la autoridad moral y la capacidad de persuasión se necesita en momentos como el actual para dirigir un país. También influye sobre las decisiones de inversión, aunque sea tan difícil de percibir aspectos tan sutiles una vez que se llega al poder.
La sensación de que el Presidente es influido en ciertas designaciones o decisiones corre por iguales carriles: no ayudan a crear confianza. Mucho peor cuando en reportajes al periodismo amigo (el amiguismo parece ser lo opuesto a la casta para el gobierno) el presidente se destapa con insultos o ataques que, más allá de que no debiera incurrir en semejante práctica, no le aportan absolutamente ningún beneficio ni lo ayudan en su gestión. Por ejemplo, los ataques contra un empresario periodístico cuyos medios están en cesación de pagos - de nuevo – además de ser inaceptables terminarán haciendo caer sobre su cabeza la culpa de un final inexorable, como ha ocurrido antes con ese empresario. Inútil, contraproducente, antidemocrática e improductiva actitud.
La reversión del populismo nunca es simple ni fácil ni no dolorosa. Al contrario. Es durísima, difícil, sufriente, desgarradora a veces. Larga, muy larga. Y llena de enormes sacrificios, no siempre de quienes deberían padecerlos. Basta ver lo que ocurre con las prepagas y su estúpida y casi infantil actitud al ser liberadas del control estatal. Si a ese panorama se le agrega la sensación de injusticia, capricho, excepcionalidades, impericia, amiguismo, entongue o privilegios o cooptación de la voluntad o las decisiones de los máximos responsables, el tiempo se acortará hasta acabarse. Como si el reloj se acelerase y marcase las horas con la aguja grande, no con la pequeña. Por eso estos cuatro meses parecen eternos.
EL QUID
La duda de fondo radica en evaluar cuánto tiempo será soportable un modelo en el que disminuye la inflación pero aumenta el empobrecimiento mes a mes y lo que hace falta económica y moralmente para sostener ese sacrificio.
El Gobierno ha manifestado por varios canales que su estrategia es “aguantar” hasta las elecciones de medio término para conseguir las mayorías que necesita para aplicar sus planes de transformación. El problema es que la sociedad también espera esas elecciones. Hay que hacer coincidir ambas expectativas.
Para resumir esta columna en una simple pregunta/ejemplo: ¿Tendrá claro Javier Milei que si retirase la postulación del Juez Lijo o anunciara su decisión de eliminar el régimen industrial de Tierra del Fuego afianzaría de un plumazo la confianza imprescindible que necesita en los otros once cuatrimestres que restan a su mandato?