Religiosidad popular

La mirada de los curas villeros respecto a la situación social -como brazos ejecutores de las enseñanzas del Papa y su misión de obrar por una Iglesia para los pobres- ha exhibido, hasta aquí, la disyuntiva que se les presenta a partir de la denominada “religiosidad popular”, que de acuerdo al contexto de pobreza que atraviesa la Argentina se ha traducido del asistencialismo en los barrios a la vida de los curas en carne propia dentro de la villa para ser parte de la comunidad.

Los católicos más conservadores han cuestionado, en más de una oportunidad, que en el afán por cumplir esa tarea los curas villeros han corrido el eje de la prédica de la palabra de Dios, con el fin de atender lo urgente, postergando así lo que consideran esencial en términos de las enseñanzas de la Biblia.

Sin embargo, esa incuestionable vocación de servicio ha dado lugar a una adaptación de la doctrina social de la Iglesia focalizada en un concepto que tiene que ver con dar el ejemplo como testimonio de vida. Antes los curas entraban a la villa durante el día y se iban a la noche. No vivían en el territorio. El primer caso en irrumpir con este movimiento fue el padre Carlos Mugica, quien fuera asesinado presuntamente por la Triple A por estar vinculado a las luchas populares.

Si bien en el último tiempo existieron distintos curas que decidieron vivir en la villa, no existía una bajada de línea en ese sentido desde las más altas esferas de la cúpula eclesiástica. Fue a partir del pontificado de Francisco que se los instó a no hacer caridad, a no entrar y salir, sino a vivir con ellos, para ellos y como ellos.

La idea de una Iglesia para los pobres fue una decisión que tomó el Papa desde el primer día que asumió la máxima representación de Dios en la tierra, al elegir su nombre en alusión a San Francisco de Asís. Su austeridad y su cercanía con los más vulnerables la demostró siempre, desde sus comienzos como seminarista en la orden jesuita cuando todavía lo llamaban Jorge Bergoglio.

En el medio de la misión social que lleva adelante la Iglesia en Argentina se ha puesto en debate –durante el gobierno de Mauricio Macri- si corresponde que en un Estado laico se subsidie a una institución como la católica. Muchos mostraron su rechazo. Otros pidieron que, en todo caso, la contribución estatal sea equitativa con los otros cultos religiosos. Lo cierto y concreto es que en ese momento el gasto que implicaba para las arcas del Estado el subsidio a la Iglesia alcanzaba apenas unos 130 millones de pesos. Algo menor en términos económicos que se planteó más bien por cuestiones ideológicas que de ajuste real. Sobre todo si tenemos en cuenta que algunos representantes del gobierno anterior veían en el Papa un enemigo, atribuyéndole –erróneamente- haber ayudado políticamente a Cristina Fernández con una interpretación equivocada de lo que significó el “cuiden a Cristina”, que no era otra cosa que cuidar la institucionalidad para evitar un desborde social. Algo así como una transición ordenada.

De lo que no se habló en aquel momento es de cómo se supliría el trabajo social que lleva adelante la iglesia con los curas villeros en el territorio en caso de avanzar con el proyecto de quita del subsidio estatal. Porque existen muchos lugares en la Argentina a los que sólo llega la Iglesia. El Estado no entra desde hace muchos años. Más allá de lo religioso, esa misión social es irremplazable. Tanto es así que no son pocas las veces que la articulación con el Estado se da a la inversa; son los curas villeros los que llevan reclamos, necesidades, propuestas, ideas y soluciones. Es decir, a través de ellos el Estado conoce una parte de la realidad de los más postergados.

Por todo, cuando se trata de ayudar –ante la urgencia y la falta de un Estado presente con deudas estructurales de largas décadas en derechos básicos y universales- conviene no ideologizar. Para combatir la pobreza, si se plantea como un objetivo genuino y no como un slogan de campaña, se necesita –antes que nada- el cabal conocimiento de las problemáticas que sólo conocen quienes viven allí. El testimonio de los curas villeros es un verdadero ejemplo de esa acción permanente por dignificar la vida de los que menos tienen. Sin embargo, en la búsqueda inclaudicable por igualar oportunidades se necesita, indefectiblemente, de un Estado que acompañe y garantice las herramientas para que eso sea posible.