La Academia Nacional de la Historia, desde sus orígenes en la Junta de Historia y Numismática tuvo en su seno algunos miembros que cultivaron la poesía. Comenzando por su fundador y primer presidente el general Bartolomé Mitre; circunstancia que se repitió con Arturo Capdevila el vicepresidente 1º que sucedió a Ricardo Levene.
Don Arturo era miembro de la Academia Argentina de Letras, tenía sobrada fama y trabajos como poeta desde 1911 en que había publicado Jardines Solos en su Córdoba natal hasta los cuatro tomos de los Romances completos que comenzaron a aparecer en 1959. A éste lo siguió Carlos Alberto Pueyrredon, autor de versos humorísticos en La Fronda y otros que enviaba a sus relaciones, que dimos a conocer hace poco menos de un año en la revista Todo es Historia En nuestros días los siguió con esa veta el Dr. Miguel Ángel De Marco que presidió la Academia Nacional de la Historia en tres períodos desde el 2000 al 2005 y del 2012 al 2015. A comienzos de los setenta estuvo en España investigando en los archivos de Indias, de Sevilla; en el Archivo General de Marina, en el Viso del Marqués; en Ciudad Real; en el del Museo Naval, en Madrid; por sólo citar a algunos. También conoció a distintos maestros, grandes historiadores de su tiempo, de los que guarda un recuerdo casi filial como el almirante Julio Guillén y Tato, además de fraternal con su hijo Jorge Juan Guillén Salvetti y a Vicente Palacio Atard. El autor señala que además que fue abundante “el aprendizaje humano en aquella tierra mágica ¡y el descubrimiento de la poesía!”. Fruto de ese tiempo es De reencuentros y caminos que la Asociación de ex becarios en España editó en Rosario en 1975 y que Ediciones del Taller volvió a publicar en 1993. Hoy Reflejos del Plata ediciones, la brinda por tercera vez, junto la imagen del autor realizada por Carlos Vertanessian.
El libro nos lleva a España, a recorrerla en el crudo invierno, “a dialogar con las cigarreras” en el verso y en la presentación: “una experiencia inigualable” como “con los serenos, las vendedoras de castañas en las ciudades, y con la gente sencilla de pueblos derruidos y olvidados”.
En Calle de Bordadores en Salamanca, “calle estrecha, amiga de la luna, cómplice de los novios adolescentes” recuerda el moderno monumento de Pablo Serrano a Miguel de Unamuno, recién inaugurado, frente al convento de las Úrsulas y a la casa del escritor.
El joven De Marco le envió entonces un ejemplar de esta obra a Manuel Mujica Láinez, que siempre dispuesto a favorecer las nuevas vocaciones le escribió desde El Paraíso el 12 de noviembre de 1975: “Mi estimado poeta: Mucho le agradezco el envío de su libro y la generosa dedicatoria que lo precede. ‘De reencuentros y caminos’, volumen tan saturado de buena nostalgia, ha avivado en mí nostalgias muy hondas. Gracias a él, he vuelto a recorrer viejos caminos encantado. Y ha renacido, insistente, el deseo de regresar a las ciudades más fascinadoras del mundo ¿Regresaré ¡ay! regresaré algún día! De todos modos, le reitero mi gratitud por esta emoción. Lo saluda cordialmente. Manuel Mujica Láinez. A Miguel Ángel De Marco en Rosario”. Vayan dos poemas a modo de regalo para los lectores:
La amistad
La amistad es un nogal fuerte
despuntado en flores blancas,
una rama de olivo y otra de laurel;
un vino espeso y glorioso añejado en odres de madera antigua;
un valle plácido y verde; un caudal de agua cristalina;
una lejana estrella inviolada;
un canto que alegra la vida.
Intención
A Dámaso Alonso
Porque el día es gris
y la lluvia parece
una infinita lágrima:
porque comparo este cielo
herido por agujas de cemento,
con el nostálgico, otoñal,
cielo de Castilla,
y me siento transportado
entre nubes altas
a esos paisajes yermos,
a esa sin embargo
dulce geografía,
quiero, Dámaso,
leer y meditar
e incorporar a la sangre
-río ahora sereno-
Tu copla de la vida:
“La copla quedó partida.
No la pude concluir.
Y era la copla de mi vida”.