Radicales
Señor director:
Cobardes radicales permitieron la difamación a Alfonsín, inmóviles en sus asientos. Teniendo cosas tan positivas como para mostrar y enorgullecerse (los avances en su lucha contra la inflación, provocada por los desatinos del trío CFK, Albertítere y Massa y la paulatina pero firme marcha de la economía hacia la recuperación), el presidente Milei elije confrontar, y en un terreno que no es su fuerte, la historia. ¿Quién pudo haberlo aconsejado tan mal como para animarse a criticar a un prócer de la democracia, como lo ha sido Raúl Alfonsín? Antes de alentar semejante dislate hay que informarse un poco más leyendo un cacho de historia, señores libertarios. A quién se le puede ocurrir objetar a una persona que por el sólo hecho de haber llevado a la justicia a la Junta de Comandantes que gobernó la etapa más oscura de los últimos 50 años merece el altar que la política le reservó en la historia. Alguien que en soledad absoluta objetó la autoamnistía que los militares pretendían para sí luego de fracasar en el intento por reconquistar las Islas Malvinas.
Fue Raúl Alfonsín ese valeroso ciudadano que se enfrentó a todos los riesgos que significaban remover el horror de los 70 para coronarlo con el juicio justo y las condenas, no sólo de las cúpulas militares sino también la de los terroristas.
Porque recordemos bien, Javi, que si un horrible monstruo de los ‘70, como lo es Mario Firmenich hoy goza de libertad plena y se da el lujo de opinar dando charlas-conferencias, fue pura y exclusivamente debido al indulto de Carlos Menem a quien usted ha reivindicado en más de un discurso.
Por todo esto es que coincido plenamente con Graciela Fernández Meijide que objetó la actitud timorata de los radicales que fueron protagonistas presenciales de las desafortunadas palabras del Presidente Milei llamándolo golpista y en vez de levantarse y retirarse en signo de reprobación permanecieron inmóviles, azorados pero “cobardes al fin” en sus asientos. Esta mancha no se las perdonará la ciudadanía memoriosa, fue una actitud indigna y despreciable.
OTTO SCHMUCLER
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