Racing tricampeón, contra los deseos de Eva Perón
El baúl de los recuerdos. El título de 1951 enfrentó en dos finales a la todopoderosa Academia y a un Taladro que se atrevió a soñar en grande. Tras igualar 0-0 el primer duelo, el segundo lo ganaron 1-0 los de Avellaneda. Una definición en la que la política jugó su partido.
Racing fue el dominador del fútbol argentino en el cierre de la década del ´40. Se le escapó el título en 1948 por la huelga de profesionales que debilitó sus filas y que originó un éxodo que les causó un enorme perjuicio a todos los equipos, pero se alzó con los títulos de 1949 y 1950. Su fútbol de excelencia era arrollador. En 1951 se topó con un obstáculo impensado: Banfield. El Taladro se atrevió a discutirle el campeonato y al final del certamen compartió la punta con los de Avellaneda. Se jugaron dos partidos decisivos en el Gasómetro de avenida La Plata para determinar quién era el mejor de la temporada. Esos duelos excedieron el aspecto deportivo. En pleno esplendor del régimen peronista, la política jugó su partido.
Ramón Cereijo era el ministro de Hacienda del gobierno de Juan Domingo Perón. Fanático de Racing, había cumplido un rol fundamental en el crecimiento del club. Sportivo Cereijo le decían socarronamente a la institución de Avellaneda. El pretendía ver nuevamente a la Academia campeona. El Presidente, hincha de Boca, no le prestaba gran atención al tema, que sí era prioritario para la Primera Dama, Eva Duarte de Perón. Evita, ya jaqueada por el azote del cáncer, entendía que la consagración de Banfield representaría un ejemplo perfecto del triunfo de los pobres sobre las clases dominantes. La Casa Rosada estaba dividida por el fútbol.
Guillermo Stábile, el Filtrador, máximo goleador del Mundial de 1930, era el técnico albiceleste. Su equipo era espectacular. Un arquero excelente como Antonio Rodríguez, defensores impasables como Higinio García y José García Pérez, una línea media en la que los aplausos se los llevaba Ernesto Gutiérrez, el Rey Petiso, y una delantera de ensueño con Mario Boyé (pese a su condición de puntero era un implacable goleador), el fenomenal Norberto Tucho Méndez (faltó en las dos finales), Rubén Bravo (el apodo de Maestro explica cómo jugaba), el temible definidor Llamil Simes y un puntero izquierdo de habilidad suprema como Ezra Sued hacían de la Academia un conjunto sensacional.
Dirigido por Félix Zurdo, defensor albiverde en el amateurismo y con un paso por los albicelestes en el inicio de la era rentada, Banfield había consumado una campaña sorprendente. La distinción de Eliseo Mouriño en la mitad de la cancha y los goles de Gustavo Albella y Nicolás Moreno sobresalían en un elenco de notable firmeza en el fondo. El Taladro terminó en la cima con mejor diferencia de gol que su rival, pero ese aspecto no estaba contemplado en la definición, salvo en caso de que los dos desempates por el título terminaran empatados.
Las horas previas a las finales estuvieron dominadas por las influencias de los bandos en pugna en el Gobierno. Cereijo trataba de convencer a Perón de que Racing debía ser campeón; Evita apoyaba fervientemente a Banfield. De ambos lados ofrecían automóviles costosísimos a los planteles en caso de ganar. Incluso, se decía que les ofrecieron un importante incentivo a los académicos para no contrariar los deseos de la Jefa espiritual de la Nación.
Antonio Rodríguez, surgido en River y de muy buena actuación en Lanús, hacía tiempo que ocupaba el arco albiceleste. Peronista de alma, no deseaba actuar en contra de las preferencias de Evita y optó por no jugar. De hecho, al poco tiempo se retiró y se dedicó a la política. Su lugar fue ocupado por Héctor Grisetti. El primer partido, disputado el 1º de diciembre, terminó 0-0. Cuatro días después, llegó el duelo definitivo.
El Gasómetro desbordaba de hinchas. Cuentan que simpatizantes de otros equipos se sumaron a los del Taladro para apoyar a ese modesto conjunto que le peleaba mano a mano la gloria a uno de los más grandes del país. Una lucha dura y pareja de dos rivales con diferentes argumentos pero con idéntica ambición. Si bien en 1951 Racing había perdido ligeramente el brillo de los años anteriores, aún poseía una jerarquía excepcional. Banfield era todo corazón. También juego, por supuesto.
El 0-0 se quebró no bien arrancó el complemento. El Maestro Bravo habilitó a Manuel Ameal -el sustituto de Tucho Méndez-, quien tocó para Boyé. El Atómico sacó un remate fortísimo que venció la estirada de Manuel Graneros, el arquero de Banfield.
El Taladro intentó reaccionar y se lanzó hacia la valla de Grisetti una y otra vez. La Academia se replegó apostando por el contraataque. Los dos equipos estaban extenuados por un partido de una intensidad inmensa. Se lesionaron Inocencio Rastelli en el bicampeón y Héctor D´Angelo en su oponente. Los dos futbolistas permanecieron en la cancha. Nadie estaba dispuesto a dar ventajas.
Bert Cross, uno de los árbitros ingleses que había contratado la AFA en 1948 ante el pobre nivel de los jueces locales, decretó el final. Racing se convirtió en el primer tricampeón del profesionalismo argentino. Cereijo le ganó la partida a la Primera Dama, por más que, como le dijo el Turco Sued a La Prensa en una entrevista en 2001, “Cereijo no jugaba ni metía ningún gol. Eramos un equipo extraordinario”. Sea como fuere, el éxito de la Academia postergó los deseos de Evita.
LA SINTESIS
Racing 1 - Banfield 0
Racing: Héctor Grisetti; Juan Carlos Giménez, Higinio García, José Manuel García Pérez; Alberto Rastelli, Ernesto Gutiérrez, Manuel Ameal, Llamil Simes; Mario Boyé, Rubén Bravo, Ezra Sued. DT: Guillermo Stábile.
Banfield: Manuel Graneros; Domingo Capparelli, Osvaldo Ferretti, Luis Angel Bagnato; Eliseo Mouriño, Héctor D´Angelo, José María Sánchez, Nicolás Moreno; Miguel Angel Converti, Gustavo Albella, Raúl Tolosa. DT: Félix Zurdo.
Incidencias
Segundo tiempo: 1m gol de Boyé (R).
Cancha: San Lorenzo. Arbitro: Bert Cross. Fecha: 5 de diciembre de 1951.