¿Quién piensa en los solitarios?
La vida en miniatura
Por Mariana Sández
Impedimenta. 185 páginas
Un planteo original, casi inverosímil aunque no imposible, guía la trama y los personajes de La vida en miniatura, la segunda novela de la escritora argentina radicada en España, Mariana Sández.
La protagonista, Dorothea Dodds, tiene 59 años. Es soltera y aún vive con sus padres ya ancianos, a los que acompaña, cuida y asiste en sus tareas cotidianas. Esto ocurre especialmente con el padre, Robert, un artista de origen inglés hosco y mal llevado que necesita la ayuda constante de su hija para organizar el rosario de exposiciones, catálogos y viajes que exige su oficio.
Dorothea desde pequeña dejó de lado su vida personal en pos del bienestar de sus mayores, que terminaron por depender de ella de manera asfixiante. Algo muy diferente de lo que hizo su hermano mellizo, Henry o Enrique, quien rompió todo vínculo con sus progenitores y se lanzó a la existencia errática de un trotamundos.
Pero la cuerda se estiró demasiado y terminó por romperse. Tras una visita a Inglaterra con sus padres para despedir los restos de un tío, Dorothea accede a la sugerencia de Mary, su prima inglesa y viuda, de dar un brusco giro de timón.
El plan consiste en alterar los papeles por un tiempo: que Mary vuelva a Buenos Aires con sus tíos, y Dorothea se quede sola en Inglaterra para cambiar de aire y, de paso, cuidar casas y mascotas cuando sus dueños salen de viaje. Una suerte de recreo vital en medio de una rutina que parece aplastarla.
Esta es la historia principal de la novela, que de forma alterna van narrando en primera persona las voces de Dorothea y Mary, dos temperamentos harto disímiles.
La segunda historia, que cada tanto interrumpe a la primera, son las evocaciones que hace Dorothea de su pasado y su personalidad. En ella reflexiona, se interroga y vuelve a los momentos que la marcaron en su intimidad. Como la fallida y extraña relación sentimental que mantuvo con un hombre a lo largo de casi dos décadas, y que la seguía perturbando en vísperas del viaje trascendental a Inglaterra.
“Lo que me da bronca de mí -protesta en uno de esos pasajes- es no permitirme un arrebato: me dejo llevar, decido algo inesperado y, cuando está hecho, vuelvo atrás con un manojo de razones que contradicen y desbaratan ese impulso, lo implosionan, lo revientan”.
Sández (Buenos Aires, 1973) encontró una manera elegante de abordar el tema de la timidez y la soledad sin caer en estereotipos o fórmulas. La novela, que en parte se inspira y homenajea a “Eleanor Rigby”, el clásico de los Beatles, discurre con naturalidad, libre de experimentaciones arriesgadas. Tal vez su mayor virtud sea que no se entretiene en bajar línea o proclamar alegatos ideológicos, pese a que se mueve por un terreno en el que esa tentación estaba servida.
A la autora le importa más el destino del puñado de personajes que creó, y la manera en que tratan de sortear las dificultades que los asaltan por el camino, sea que lo consigan o no.