¿Quién es la casta?
El gobierno está ante una urgente instancia de inflexión que no puede ni debe ignorar. Un cambio para poder hacer el cambio
“La Ley Bases terminará siendo apenas un Código de Tránsito”, fue un tuit de este columnista en la semana. No parece un aserto fácil de desmentir. Luego de que la combinación de obcecación destituyente de la oposición y de la incompetencia de los gestores del oficialismo redujera a un tercio el articulado aún antes de tratarse, el paquete legal que supuestamente es la base del plan económico que pondrá al país en marcha entró en la picadora de carne de un supuesto diálogo en el Congreso, con Pichetto camuflado como componedor equilibrado, (viejo truco indio) y un monstruoso lobby camuflado como Poder Legislativo. (Otro viejo truco indio)
Lo que queda en pie hasta ahora, sin haberse votado aún en Diputados, (que puede reducir la cantidad y trascendencia del contenido aún más, antes de que el Senado la demore y hasta quizás la devuelva con enmiendas) es una pálida caricatura de lo que pareció ser una necesaria revolución al comienzo de la gestión.
Esto es grave porque con lo poco que se supone será aprobado hasta hoy no alcanza para hacer el cambio que la sociedad reclamaba al votar en el balotaje, porque los sectores en riesgo de perder sus privilegios, prebendas y patentes de corso han tomado la precaución de protegerse de los cambios que permitirían revertir el festival de gasto y corrupción de todo el entramado económico nacional.
Como remate, el martes próximo el peronismo comienza su ataque final contra el primer DNU presidencial, lo que redondea la emasculación del proyecto de libertades.
La esperanza conformista de algunos de que si se logra la miniley “se tratará de un comienzo”, a lo que luego se irán agregando otras leyes y medidas, corre el riesgo de ser un sueño, tanto porque la oposición y el lobby se han abroquelado en el Congreso, como porque difícilmente se pueda mantener el grado de apoyo inicial de la población a medida que se produzca el desgaste natural de todo gobierno, potenciado por los efectos del inevitable ajuste, que se vuelve aún más inequitativo cuando más dificultad haya para aprobar las leyes que permitan el cambio dentro de las reglas constitucionales.
A esto se debe agregar un hecho que esta columna destaca desde antes del 10 de diciembre: las ideas motoras del presidente son indiscutibles y su diagnóstico impecable, pero el equipo del que se ha rodeado no tiene la capacidad – y en muchos casos la honestidad y prestigio – como para gestionar el cambio, o a veces desearlo.
El propio Milei no ayuda con algunas actitudes payasescas que son aptas para lucir en un asado entre amigos, y con ofensas y descalificaciones a profesionales que podrían ser de gran ayuda en esta instancia. Aunque se prueba cada vez más su afirmación de que no es adecuado negociar con quienes por principio y por intereses no quieren el cambio, porque los afecta directamente. El promedio será siempre turbio, o sucio, en otras palabras.
Sin embargo, en la práctica, tras el consejo de muchos analistas y expertos en la mafia, y aún de su propia tropa, el mismo Milei cae en el error de hacerlo, o de permitir hacerlo, a su caleidoscópica armada de funcionarios, dirigidas o pretendidas dirigir por un trío de improvisados.
Por eso cabe la pregunta que cualquiera se está haciendo en este momento, transcurrida la primera parte del ajuste, que dejó un tendal de jubilados, autónomos, pymes, productores, trabajadores sumidos en la desesperación y la pobreza, que además debieron soportar sin tomar la Bastilla la afrenta de los senadores al aumentarse vitaliciamente las dietas y regalarse un aguinaldo, un escupitajo de la democracia sobre el pueblo, para que no queden dudas: ¿qué es la casta? ¿quién es la casta?
INTERVENCIONISMO Y ATROPELLO
La postura de Milei de percibirse como el luchador justiciero contra esa casta cede a cada instante, por la fuerza de la mayoría política, por las omisiones y designaciones del gobierno, por la flaqueza en las declaraciones de sus propios funcionarios que se confiesan impotentes para cambiar el curso de las cosas, cuando no ignorantes de lo que ocurre.
Por ejemplo, dos de los baluartes de la corrupción y la prebenda del contubernio del estado y los privados, han quedado incólumes luego de este proceso: el escandaloso régimen de Tierra del Fuego y la también escandalosa exención millonaria en dólares y unipersonal al impuesto al tabaco. Uno para complacer o fomentar el negocio de la supuesta derecha. Otro para complacer o fomentar el negocio de la supuesta izquierda. ¿Será eso lo que los puristas y politólogos avezados entienden por “negociar”?
Ese caos irremediable que surge de la combinación de un paupérrimo equipo de gestión con un mecanismo de poder infantiloide, hace que se caiga en contradicciones ideológicas y prácticas como las de la medicina privada, que de ser un mensaje de apertura a la actividad privada, terminó transformándose en un proceso de intervencionismo, atropello y contralor estatal digno de los mejores momentos de Moreno o del entonces coronel Camps.
No muy distinto del caso de la marcha universitaria, un durísimo revés para el presidente, donde se transformó una discusión presupuestaria en una multitudinaria convalidación del sistema corrupto de las universidades de todas las jurisdicciones y de una pobreza educativa nunca igualada, para terminar sin lograr ningún objetivo, salvo perpetuar la impunidad financiera y académica.
Es sabido que el sistema de auditoría estatal es una mentira, escondida desde la propia Constitución reelectoral de 1994 y escamoteada todavía más en las farragosas leyes reglamentarias. Esta columna ha propuesto reiteradamente mecanismos para cambiar esa mentira, con nada de éxito obviamente.
Pero la forma, el estilo, la comunicación fueron suicidas. Y las auditorías no se anuncian, se hacen. Luego se publican los resultados, se procesa a quienes correspondiese si correspondiera, y ahí recién se toman las medidas acordes para el futuro. No lo dijo Hayek, pero lo debería saber cualquier politólogo, cualquier contador especializado en contabilidad del estado, cualquiera que pretenda gobernar.
¿Resultado de semejante papelón? Nada. O peor, el opuesto a lo que se perseguía. Los puristas ya dicen que “había que dialogar”. No. Había que saber y hacer las cosas como corresponde. Los robos presupuestarios no se negocian. Por eso los que creyeron de buena fe que marchando defendían la educación, no estaban defendiéndola para nada. Como cuando sostuvieron el ingreso irrestricto. De nuevo, la seudo derecha y la seudo izquierda unidas. ¿Será eso el consenso?
INCAPACIDAD PARA GESTIONAR
En cuanto a la economía, las cosas no son muy diferentes. No hace falta un esfuerzo intelectual para aceptar que cualquier ciudadano raso puede hacerse la misma pregunta del título de esta nota. Al ser un plan estrictamente financiero es definitivamente macro, y por las razones descriptas no es posible todavía hacer cambios de fondo que apunten al bienestar, o al menos a una esperanza. A eso se agregan todas las injusticias contenidas, que tienen que ver también con la incapacidad de gestionar, lo que obliga a afectar a dos o tres grandes rubros al voleo para lograr algunos resultados mostrables.
La posibilidad resurgida de obtener algún préstamo externo ni debería siquiera ser considerada en este momento ideal para oportunistas a comisión. No hay que olvidar el Megacanje de De la Rúa. Y en estas situaciones, endeudarse no es una solución, es un disimulo.
El ajuste debe continuar, pero debe ser percibido como equitativo. Eso no está ocurriendo, y no se trata solamente de percepción. La casta va ganando. Y se nota. Tal vez por eso o a causa de que la definición oficial de lo que es “casta” cambia día a día. Es un momento clave para que el gobierno haga varios cambios. De funcionarios, de funciones, de excepciones, de concesiones, de su propio corazón decisional.
Si no lo hace, se podría estar ante el principio de una gran decepción, y algo más grave, se estaría ayudando a perpetuar lo que se quería cambiar. Para que el país crezca, Milei tiene que crecer.