¿Qué salud cuida la OMS? (Who is OMS?)

Hace unos quince o veinte años me encontré casi por casualidad almorzando en Marsella con un pequeño grupo de funcionarios de la salud local y regional. Allí se contaba también el responsable sanitario de un cantón suizo. Proveniente de otra especialidad bien distinta, me sentía sapo de otro pozo, sufriendo además por el velocísimo francés en que conversaban los colegas.

Y para no quedar como hosco, quise sacar tema preguntándoles qué opinaban sobre la noticia periodística acerca del premio que la Organización Mundial de la Salud (OMS, o WHO por sus siglas en inglés) acababa de dar a un trabajo que señalaba que al tabaquismo como responsable de más muertes que la drogadicción.

Aunque yo pensaba concluir que chocolate por la noticia, dado el por entonces mucho mayor número de fumadores que de drogadictos en el mundo, el suizo no me dejó terminar y dijo tajantemente: “Eso es propaganda de la OMS para la droga”. No hubo mucho que agregar entre esos especializados interlocutores.

Y desde entonces se comprueba con facilidad que así como las sociedades científicas de disciplinas vinculadas han llevado a cabo con eficiencia una intensa campaña antitabáquica -incluidas bienvenidas estrictas prohibiciones en un mundo groseramente inclinado a la permisividad- las internacionales de la salud poco y nada hacen cuando se trata de estupefacientes.

Véase, si no, el ejemplo del fentanilo, que empezó a promoverse en las terapias intensivas como ideal de analgésico bendecido por la ciencia y ha terminado como una de las más peligrosas drogas adictivas. Allí, donde confluyen traficantes, grandes bancos internacionales, políticos y gobernantes, las sociedades nacionales y mundiales que deberían velar por la salud del prójimo hablan con sordina.

En general, los medios han puesto el grito en el cielo a raíz de la amenaza del presidente de los Estados Unidos de quitar apoyo a la OMS. Pero olvidan que la OMS viene a su vez quitando progresivamente apoyo a los enfermos desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

Empezó por reemplazar el tradicional Juramento Hipocrático por un híbrido con el cual borró un vínculo que venía uniendo a los médicos en sus deberes desde cuatro siglos antes de Cristo y que la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires adoptó desde hace más de sesenta años.

Y siguió apostando contra la vida con la reducción de la natalidad, la promoción del aborto, la mal llamada eutanasia, la inflación del transgénero, la crítica del paternalismo profesional y el silencio ante muchos negocios hechos a costa de la salud. Todo esto soslayando, en honor a la comodidad o a la ideología, el deber primero de la profesión médica, que es la protección de la vida.

¿Cabe entonces que las naciones sostengan organismos burocráticos que les prestan poco o ningún servicio y, en cambio, se ubican cada vez con más claridad contra el hombre, al menos en Occidente? Bienvenido sea, como mínimo, el cuestionamiento de semejantes hipertrofias.